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¿Acuerdo con Irán? ¡No a cualquier precio!

Gero Schließ (ERC/EL)2 de abril de 2015

Estados Unidos parece estar apostándolo todo para que las negociaciones en torno al programa nuclear persa no fracasen. Gero Schließ advierte que no se gana nada al alcanzar un acuerdo con Irán a toda costa.

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Imagen: Reuters/B. Smialowski

Al principio de las negociaciones en torno al programa nuclear persa, las exigencias de Occidente eran inequívocas: Irán debía poner fin al enriquecimiento de uranio en su territorio y abstenerse de construir cohetes que pudieran transportar y dejar caer una bomba atómica sobre países lejanos. Estas demandas dejaron de hacerse hace ya mucho tiempo.

En la ciudad suiza de Lausana, Alemania y los cinco Estados que integran el Consejo de Seguridad de la ONU –China, Francia, la Federación Rusa, el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte y los Estados Unidos de América– sólo buscan asegurarse de que Irán no esté en capacidad de construir una bomba nuclear por lo menos por un año.

Se supone que eso le permitirá a Occidente ganar tiempo si el Gobierno de Teherán rompe el pacto; ante esa eventualidad, el Grupo 5+1 podría imponerle sanciones a Irán o amenazarlo con acciones militares para impedir que en ese país construyan una bomba atómica. Pero Irán ha demostrado ser un negociante muy hábil en el pasado reciente.

Gero Schließ, comentarista de Deutsche Welle radicado en Washington.
Gero Schließ, comentarista de Deutsche Welle radicado en Washington.Imagen: DW/P. Henriksen

Por ejemplo: Teherán ya había aprobado un embarque de uranio enriquecido para ser transportado a Rusia y luego, sorpresivamente, canceló la operación. Irán ha encandilado a Occidente con demasiada frecuencia. No obstante, el presidente estadounidense, Barack Obama, parece estar dispuesto a pagar casi cualquier precio para que las negociaciones no fracasen.

De un día para otro dejó de ser imprescindible el que los persas se deshagan de su material nuclear, enviándolo a Rusia, o que el convenio entre Irán y el Grupo 5+1 dure quince años. Los franceses siguen presionando para que el acuerdo tenga una vigencia de tres lustros, pero todo apunta a que Estados Unidos se dará por satisfecho con una década.

Ahora Occidente ha decidido ignorar su propio deadline –que vencía este martes (31.3.2015)–, ofreciendo una prórroga con miras a llegar a otro compromiso político fundamental… En los dos años que le quedan en la Casa Blanca, Obama se está esmerando en dejar un legado en materia de política exterior, a pesar de que su agenda está plagada de fracasos.

Obama busca un éxito en política exterior

Obama no pudo extraer capital político de la “Primavera Árabe”; no pudo persuadir a Pekín de que estrechara su mano cuando se la extendió de buena fe; la misión de paz de su emisario, John Kerry, terminó desastrosamente en el Cercano Oriente; y lo que queda del “nuevo inicio” de las relaciones entre Washington y Moscú se puede ver a diario en Ucrania.

Alcanzar un acuerdo de cara al programa nuclear de Irán es el último proyecto prestigioso de Obama en el ámbito de la política internacional; el único que todavía puede ser visto como el “legado” de su administración. Pero es mucho más que eso lo que está en juego. Un Irán armado con una bomba atómica puede romper el equilibrio vigente entre las potencias nucleares.

India y Pakistán tienen poder de fuego atómico, e Israel también. Un Irán en vías de apertrecharse puede convencer al Gobierno israelí de que está en su derecho legítimo de orquestar un ataque militar preventivo contra el territorio persa. Y Riad, archirrival de Teherán, terminaría haciendo todo lo posible por armarse hasta los dientes y convertirse en una potencia atómica.

Al erigirse en un poder regional, Irán ya se ha colocado a sí mismo en una posición muy peligrosa y desafiado a la élite suní de Arabia Saudita. Siria, Irak y ahora también Yemen son los campos donde Irán y Arabia Saudita luchan para determinar quién será el líder hegemónico de la región. Un acuerdo en torno al programa nuclear persa puede alterar el Cercano y al Medio Oriente, para bien y para mal.

Sin embargo, en la Casa Blanca, los optimistas llevan la batuta. Ellos parecen dar por sentado que un Irán amansado en términos nucleares sólo puede hacer el bien: luchando contra el autoproclamado Estado Islámico bajo el mando estadounidense, obligando a Bashar al-Assad a dimitir en Siria, o inhibiendo a Hamas y a Hezbolá de atacar a Israel.

En Washington parecen creer que será Irán quien convenza a los hutíes chiitas de Yemen de reconocer al presidente o de suspender toda acción que desestabilice a la región. Sería deseable que eso pasara. Lo más probable es que si Irán se reintegrara nuevamente a la comunidad de las naciones, jugaría un rol constructivo en los riesgosos conflictos que lo rodean.

Esa es una perspectiva fascinante que no puede dejar a nadie indiferente. Pero la prioridad ahora es que se llegue de una vez por todas a la firma de un acuerdo nuclear a prueba de trampas, que contemple un régimen de inspecciones severo y duras sanciones en caso de que se registren infracciones. Quien quiera alcanzar esa meta no debe dar la impresión de querer conseguir un convenio a cualquier precio.