Adiós a “Chuqui”
26 de noviembre de 2006Los primeros dueños de Chuquicamata fueron los hermanos Guggenheim, que crearon la Chile Exploration Comapany para extraer el “oro rojo” del desierto de Atacama. En 1923, los Guggenheim se retiraron y vendieron el negocio a otra empresa estadounidense, la Anaconda Cooper Mining Company. A partir de 1966 comienza el proceso que se conoce como la “chilenización del cobre”, que finalizará en los años setenta con la nacionalización de este esencial recurso de la economía chilena. En 1976, ya durante el gobierno militar, se crea la Corporación Nacional del Cobre, CODELCO, que hoy funciona como una empresa del Estado. Cuando el mercado del cobre volvió a abrirse, CODELCO se quedó con la mina de Chuquicamta. Hoy, la estatal comercia el 30% del cobre que produce el país. El resto corresponde a compañías privadas.
Un mundo aparte
Alrededor de la mina, los estadounidenses edificaron un campamento que llegó a convertirse en una ciudad. Durante años, Chuquicamata fue más que un yacimiento de cobre. Fue el hogar en el que se criaron generaciones de mineros. A pequeña escala, Chuquicamata reproducía de manera artificial el mundo real que existía más allá de la puerta de entrada a la mina. Una barrera que los que vivían en “Chuqui” no necesitaban atravesar.
En el campamento de Chuquicamata había de todo. Y todo seguía los esquemas estadounidenses. La escuela de Chuquicamata, en la que se educaban los hijos de los mineros, era mucho mejor que los colegios de las ciudades cercanas. El hospital de Chuquicamata atendía a los obreros con mejores prestaciones que la mayoría de las clínicas circundantes. Iglesia católica, centro mormón. Teatro, clubes, estadio. Tiendas y plaza central. Cementerio. El mundo cabía dentro de una mina de cobre.
También Chuquicamata reflejaba las diferencias de clase de la vida ordinaria. Las casas de los obreros eran más pequeñas que las de los empleados y tenían un solo baño compartido. Los empleados podían disfrutar de un jardín, pero sus “adosados” no eran comparables a las villas de los directivos. En los clubes de la gerencia no se permitía entrar al obrero, y en las tiendas para mineros no se vendían los mismos productos que en las que atendían a los jefes.
Primero la distinción se hacía entre estadounidenses, directivos, y chilenos, obreros. Luego, cuando Chuquicamta pasó a manos nacionales, recalcaba los distintos roles dentro de la empresa. Con el tiempo esta separación se fue matizando y aunque seguían existiendo diferencias en la calidad de los hogares, los lugares públicos de Chuquicamata se abrieron al acceso general.
Traslado a Calama
Después de casi un siglo de explotación, las dimensiones de Chuquicamata son enormes. La mina está cercando la ciudad. Los restos del proceso de extracción del cobre forman enormes montañas de tierra que se han convertido en el trasfondo de las casas de los mineros. Pero esos falsos cerros contienen cobre y se ha descubierto que, rociándolos con ácido sulfúrico, se les puede extraer el metal que aún esconden.
Vivir a unos metros de una montaña de ácido no resulta muy saludable. Esta es la razón, “exclusivamente” dice CODELCO, de que se decidiera comenzar con el traslado de los mineros a Calama, la ciudad más cercana a Chuquicamata. Pero existe otro motivo, alegan los sindicatos. Chuquicamata quiere crecer. Y el suelo sobre el que se asienta la ciudad campamento se necesita para la expansión.
La directiva de CODELCO espera que el mundo feliz de Chuquicamata finalice en diciembre de 2006. El hospital de Chuquimata ha desparecido ya bajo una montaña de escombros de cobre. La mayoría de las casas están precintadas. Los pocos mineros que quedan preparan el traslado. Y Chuquicamata tiene el aspecto de una ciudad fantasma.
En su nueva vida, los mineros tendrán que acostumbrarse a pagar los recibos de luz y agua. A mantener sus casas. A llevar a sus hijos a un colegio común. A convivir con extraños. A usar el transporte público. Las hogares que CODELCO les ofrece en Calama son mejores que los que tenían en la mina. No son regalos. Pero al contrario de lo que sucedía en el campamento, donde todo era propiedad de la empresa, cuando acaben de pagarlos serán suyos.
Por los derechos del minero
Se dice que la dictadura militar en Chile firmó el acta de defunción del movimiento sindical. Hoy, los sindicatos siguen sin haberse podido recuperar del golpe. Pese a que en la última década ha aumentado el número de organizaciones sindicales, la afiliación sigue siendo muy baja, e incluso disminuye, no llegando en ningún caso a alcanzar al 20% de los trabajadores.
Pero en este panorama existen excepciones como la de la minería. La actividad sindical minera tiene gran tradición. En CODELCO, el 97% de los obreros está sindicalizado, lo que les otorga una fuerza de negociación y reivindicación de sus derechos muy superior a la de la mayoría de los trabajadores chilenos. Más teniendo en cuenta que en Chile, la empresa puede sustituir a sus empleados temporalmente si éstos se declaran en huelga.
En la práctica, esto se traduce en beneficios laborales. El sueldo del minero, entre 1.800 y 1.900 euros al mes, está muy por encima de la media salarial de un país en el que el sueldo mínimo es de unos 200 euros. Los trabajadores de CODELCO tienen 25 días laborales de vacaciones al año, que distan de los 15 que la legislación chilena establece para el resto de los empleados. Los obreros de CODELCO disponen de una cobertura sanitaria mucho mejor que la que recibe el chileno medio. Por un 7% del salario, a los mineros sí que se les costean los medicamentos y la totalidad de las prestaciones.
Y también las casas de Calama son un ejemplo de los resultados logrados por la actividad sindical. En el paisaje de una ciudad pobre como es este asentamiento norteño sobre el suelo más rico de Chile, destacan los hogares de quienes gozan de la protección de un sindicato.