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Sociedad

Alemania necesita cuidadores: Sarra y su historia

Andrea Grunau
30 de enero de 2020

Refugiados como la argelina Sarra Belmostefaoui ven una buena perspectiva profesional en el área de la atención a las personas mayores en Alemania. El país envejece y la demanda seguirá creciendo en este sector.

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Imagen: DW/A. Grunau

Sienten simpatía mutua. Él se llama Helmut Unteroberdoerster, tiene 91 años y ha vivido toda su vida en Colonia. Ella es Sarra Belmostefaoui, tiene 25, y creció en un pueblo de Argelia. Llegó a Alemania hace solo tres años. Ambos se encuentran sentados en una habitación de la residencia para mayores Seelscheid. Es una sala luminosa que consta de cama articulada para enfermos, sillón, mesa con sillas, un pequeño refrigerador y fotos familiares en las paredes. Él era agricultor, ella se forma en cuidado de ancianos.

“A mí es fácil cuidarme”, dice Unteroberdoerster, que ya es varias veces bisabuelo. Ella asiente. A pesar de ello “no es fácil que una mujer joven” tenga que lavar a “un hombre desnudo”. A Sarra Belmostefaoui eso no le importa. Y argumenta que, en el mundo musulmán, también hay mujeres médicos que tienen pacientes hombres. Además asegura que se ha formado para hacerlo de “forma profesional”. En su trabajo ha aprendido a conocer bien a las personas que cuida: “Me doy cuenta si están enfermos, felices o tristes”, dice.

El cuidador geriátrico Florian Theus alaba el trabajo de la muchacha: “Cuando se le explica algo, lo hace directamente”. Y recuerda el primer día de Sarra: “Todo el día trabajó con nosotros hasta que, de repente, empezó a cojear”. Cuando se quitó el zapato, tenía una enorme ampolla “y ahí probó por primera vez su técnica de vendaje”. Durante uno de los turnos de trabajo “caminamos al menos doce kilómetros”, asegura Theus. Dos personas se ocupan de veinte inquilinos de la residencia. Ahora mismo están sonando los timbres de varias estancias del largo pasillo. Y es que no todos los habitantes de la residencia son tan “fáciles de cuidar”, como Helmut Unteroberdoerster. Aproximadamente el 70 por ciento padece algún tipo de demencia.

“El cuidado de las personas como trampolín”

Alemania busca urgentemente personal para cuidados, especialmente en el área geriátrica. El ministro de Sanidad, Jens Spahn, trata de captar esta mano de obra en el extranjero. Los pronósticos vaticinan que la demanda irá en aumento debido al envejecimiento de la población. Por otro lado, migrantes como Sarra Belmostefaoui ya se encuentran en Alemania y persiguen un horizonte profesional. Aquí entra en juego el proyecto llamado “El cuidado personas como trampolín”, puesto en marcha por la Asociación para los Cuidados y la Salud de Bonn. Allí acuden unos 200 migrantes procedentes de casi 40 países a los que se les ofrece asesoría sobre trabajo en el área de atención de ancianos. Hasta ahora ya han hecho cursos de alemán unos 100. Además han recibido formación sobre la vida en Alemania y los rudimentos de los cuidados geriátricos. Quien no tenga enseñanza escolar básica, aquí puede hacerla y también se ofrece atención a sus hijos. Los requisitos para poder hacer una formación como asistente en el área de atención de ancianos son tener un certificado escolar básico y nivel mínimo B1 de alemán. Después de aprobar el período como asistente, y ya con el nivel B2 del idioma, se puede acceder a una formación de tres años de duración.

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La enfermera Caroline Wolff enseña a sus alumos cómo mover a un enfermo. Imagen: DW/A. Grunau

La enfermera y pedagoga social Caroline Wolff imparte en la Asociación de Bonn un nuevo curso al que acuden hombres y mujeres procedentes de Afganistán, Egipto, Eritrea, Irán, Pakistán, Siria y chad. Allí aprenden cómo trasladar al paciente desde la cama hasta la silla de ruedas y viceversa. “Hablen siempre con la persona”, recomienda Wolff, que corrige la práctica de los alumnos.

Dramática huida de Siria

Muchos de ellos arrastran a sus espaldas un pasado difícil. Sarra Belmostefaoui, por ejemplo, huyó de Argelia porque era maltratada y le esperaba un matrimonio forzado. “Dos veces traté de suicidarme”, confiesa. Conoció a su marido por Facebook, un sirio con el que se escribió secretamente durante dos años. Cuando su hermano lo supo, reaccionó brutalmente: “palizas, palizas, palizas”, recuerda. Consiguió apartar algo de dinero de la compra y en 2013 subió a un taxi, cuyo conductor la ayudó.

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Logró llegar a Siria, se casó y tuvo una hija. Pero la guerra civil de aquel país la empujó a huir con su marido y su pequeña de un mes  por Turquía hasta llegar por mar a Grecia. Sarra recuerda con dolor una dura parte de su historia: “Eran las 12 de la noche y había 17 personas a bordo”. La embarcación zozobró y Sarra cayó al agua con su bebé. Las lágrimas asoman a sus ojos: “Vi a mi hija en el agua y no pude ayudarla”. Un barco de salvamento acudió afortunadamente a tiempo. Después, quedó en estado de shock: durante una semana no fue capaz de articular palabra. Los tres acabaron en un campamento de refugiados en la isla de Samos: “No había buena comida ni higiene y vi muchos niños enfermos”. La lluvia inundaba su tienda y su marido enfermó. Huyeron hacia Alemania, donde hizo dos cursos de alemán para aprender el idioma lo más rápidamente posible.

Difícil conseguir buena mano de obra en el área de los cuidados

Nos encontramos de nuevo en la residencia Seelscheid: Sarra Belmostefaoui entrega a una anciana con demencia su comida del mediodía:  “¿Le gusta?”, inquiere Sarra. “Muy rica”, responde la señora y posa su mano sobre la de la cuidadora. De fondo suenan los gritos de otra mujer: “¡No, no!” Sarra dice que, al principio, tenía miedo de acudir a la habitación de la dama que chilla, “pero es muy buena persona”, asegura. “Le acaricié la mano, la tranquilicé, la mujer lloró, tomó mis manos y me las acarició”, relata y añade que casi se le saltaron las lágrimas, “pero tuve una buena sensación”.

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Sarra Belmostefaoui, mano a mano con una de las pacientes a las que atiende. Imagen: DW/A. Grunau

Klaus Weede, uno de los jefes de servicio de la residencia, dice de Sarra: "Está ávida de conocimiento, llega muy bien a las personas mayores y conecta bien con los colegas”. Y considera que la joven argelina debería ponerse en contacto con la institución una vez concluya su formación: “Cada vez es más difícil encontrar buena mano de obra especializada”.  

“Respeto por esta profesión”

El cuidador Florian Theus advierte que quienes trabajan en este sector deben prestar atención a su propia salud. No solo por la corpulencia física de algunos pacientes, que requiere mucha fuerza, sino porque también “hay que aprender a poner límites para no llevarse la carga a casa”.

Sarra Belmostefaoui ha tenido mucho miedo de ser deportada porque su petición de asilo fue rechazada. La mujer desea seguridad para su hija y recalca: "Quiero demostrar que hago algo aquí en Alemania”. Y también desea desempeñar bien su trabajo: "Tengo respeto por esta profesión", dice.

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