Alemania se olvida de los sin techo
23 de junio de 2014En su lucha diaria por una vida digna, Torsten Meiners ha vivido muchos momentos difíciles. No tiene vivienda fija, vive en casas abandonadas, en refugios de emergencia o en la calle, en Hamburgo, una de las ciudades más ricas de Alemania.
Su paso de tener un trabajo y un domicilio dijo hacia la indigencia fue rápido. Cuando, hace diez años, ya no pudo pagar su alquiler por pagar las deudas que hizo debido a su adicción al juego, la depresión le quitó todo impulso de mejorar. “Al comienzo de la depresión y al ya no tener casa dormía en un parque”, cuenta. Conseguía restos de comida que no se había vendido en una estación de servicio, y limpiaba los baños. Además, recolectaba botellas y las vendía por un poco de dinero.
La sociedad alemana está dividida
En realidad, en Alemania, un país rico, no debería haber personas que no tienen dónde vivir. Según estimaciones del Instituto Alemán de Investigación Económica (DIW, por su sigla en alemán), los hogares privados contaban en 2012 con un ingreso neto de un total de 6,3 billones de euros. Es decir, que por cada adulto eran 83.000 euros. Sin embargo, según el estudio, en ningún país de la eurozona los ingresos están distribuidos tan injustamente como en Alemania. Casi un quinto de todos los adultos no posee capital, y cerca de un siete por ciento de ellos tiene deudas que superan su patrimonio.
La Asociación de Ayuda a las Personas sin Vivienda (BAG) registró en los últimos diez años un aumento dramático de la indigencia en Alemania. En 2012, aproximadamente 284.000 personas no tenían un domicilio fijo –un incremento del 15 por ciento frente a 2010. La BAG pronostica para 2016 otro aumento de las personas sin vivienda de cerca del 30 por ciento, a 380.000.
Luchar contra la pobreza, no contra los pobres
Para Torsten Meiners, la vida en la calle, de por sí muy dura, no ha mejorado en absoluto en los últimos años. En lugar de ayuda y apoyo, a menudo se topa con el rechazo, la discriminación y las represalias, también de las autoridades de su ciudad. Hace algunos años se construyó un cerco debajo del puente Kersten-Miles, en el barrio de St. Pauli, para mantener alejados a los indigentes del lugar, que muchos de ellos elegían para pasar la noche.
“Hubo protestas callejeras”, relata Meiners, “porque mucha gente no estaba de acuerdo con esa medida discriminatoria”. Finalmente, se logró que el cerco fuera desmontado, pero desde un incendio a comienzos de 2013 un montaje de construcción bloquea el acceso al área. “La obra en construcción se quedará allí porque las autoridades no quieren que haya conflictos”. Pero nadie se ocupa de sanear el lugar. Los “sin techo” también son perseguidos en las cercanías de la estación principal de trenes, dice Meiners. Christoph Butterwegge, investigador del fenómeno de la pobreza de la Universidad de Colonia, opina que “se está produciendo un aprovechamiento económico y una comercialización del área de las estaciones ferroviarias que los transforma cada vez más en templos del consumo y que hace que los pobres y los ‘sin techo' ya no tengan lugar para pasar la noche”.
Además, a los indigentes se los somete a una forma de expulsión aún más agresiva, como sucedió hace algunos años en la entrada a un centro de compras. Por la noche se activaban pequeños difusores de agua colocados en las paredes de la entrada, de modo que las personas que querían acostarse allí a dormir resultaban totalmente mojadas. Los directivos del centro de compras negaron, sin embargo, que esa medida se llevara a cabo para ahuyentar a los indigentes.
En Londres, púas para los “sin techo”
No solo en Alemania se intenta alejar a los más pobres de las ciudades. En Londres, una instalación de púas de metal provocó la indignación de los vecinos de un gran edificio. La administración del mismo quería evitar, de ese modo, que las personas se refugiaran en la entrada. “Así no se puede tratar a la gente”, se queja Torsten Meiners, si bien comprende algunos motivos de los comerciantes y habitantes de la ciudad: “Cuando las personas van al trabajo se encuentran con otras acostadas en la entrada de los edificios, y algunas están borrachas”.
Un ejemplo positivo es, según él, una iniciativa de comerciantes de Hamburgo que pusieron a disposición de los “sin techo” un lavatorio y armarios con cerraduras. Una medida que refleja la intención de una convivencia beneficiosa para todos.
Claro que lo mejor sería contar con una estructura social que impidiera que la gente terminara viviendo en la calle, ya que nunca se trata de una decisión personal, dice Meiners. “Si recibiéramos algún tipo de oferta, ninguno la rechazaría”, asegura. Pero en Hamburgo, como en muchas otras ciudades alemanas, los alquileres accesibles son escasos.
Christoph Butterwegge piensa que la responsabilidad es de la clase política por los errores que cometió en los últimos años. “En lugar de dejar la financiación de vivienda cada vez más a los inversores privados, el Estado debería ocuparse, en primer lugar, de que a nadie le falte un lugar donde vivir, como lo hacía hace muchos años con los planes de viviendas sociales”. En lugar de eso, las necesidades de la gente se dejan cada vez más en manos del mercado, bajo el lema de que “si cada uno piensa en sí mismo, piensa en todos, lo que trae como consecuencia un endurecimiento cada vez mayor de la sociedad frente a las necesidades de las personas de escasos recursos”.