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Relaciones complejas

5 de mayo de 2012

El presidente federal de Alemania, Joachim Gauck, es la primera autoridad germana en ofrecer un discurso durante la ceremonia con que los neerlandeses celebran anualmente su liberación del yugo nacionalsocialista.

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Joachim Gauck, primer presidente alemán en ofrecer un discurso en los Países Bajos en el Día de la Liberación.
Joachim Gauck, primer presidente alemán en ofrecer un discurso en los Países Bajos en el Día de la Liberación.Imagen: picture-alliance/dpa

Cada 5 de mayo, el pueblo neerlandés celebra el Día de la Liberación para recordar la expulsión de las tropas hitlerianas de su territorio. Las relaciones entre Alemania y los Países Bajos se agriaron notablemente durante la Segunda Guerra Mundial, y algunos rastros de esa discordia siguen siendo tangibles. Es por eso que la visita dispensada por Joachim Gauck, jefe del Estado germano, a la localidad de Breda este sábado (5.5.2012) es percibida como una señal positiva, como un indicio de que los odios del pasado se están disipando.

Heridas de guerra

Joachim Gauck, primer presidente alemán en ofrecer un discurso en los Países Bajos en el Día de la Liberación.
Gustav Heinemann, el primer presidente alemán en visitar los Países Bajos después de la guerra.Imagen: picture-alliance/dpa

Sin patetismo, pero con el ímpetu que la ocasión ameritaba, el presidente alemán articuló un persuasivo discurso en torno a la libertad y la responsabilidad –los pilares de su pensamiento político– en la Iglesia Mayor de Breda para celebrar con los lugareños su liberación del yugo nacionalsocialista. En la ceremonia habló sobre la culpa, el sufrimiento, la resistencia, la reconciliación y el futuro de Europa, convirtiéndose en la primera autoridad germana en tomar la palabra durante la conmemoración de ese hito histórico.

Antes del 10 de marzo de 1940, los Países Bajos estaban convencidos de que su neutralidad política los protegería de una invasión por parte de los nacionalsocialistas alemanes; pero precisamente eso fue lo que sucedió aquel día. 230.000 de los 9 millones de habitantes que tenía el país en ese momento murieron en el marco de la guerra y el resto se vio afligido por el hambre y la pobreza. Tres cuartos de la población judía neerlandesa –110.000 personas– fue asesinada sistemáticamente.

Friso Wielenga, director del Centro de Estudios Neerlandeses de la Universidad de Münster comenta que la población no judía de los Países Bajos luchó contra la persecución de los judíos, pero de una manera muy pasiva, agregando que más de 20.000 ciudadanos de ese país se unieron a las SS alemanas y que el movimiento nacionalsocialista local contaba con hasta 100.000 miembros. Los colaboradores de los nazis fueron procesados judicialmente después de la guerra y, en los cincuenta, se intensificaron los sentimientos antialemanes.

Pese a todo, asegura Wielenga, ciertos sectores de la sociedad neerlandesa y de la alemana se acercaron mutuamente poco después de la guerra. En Ámsterdam, donde muchos judíos fueron asesinados, la repulsión por los alemanes se hizo palpable durante muchos años, pero en Rotterdam, por ejemplo, que cooperaba económicamente con las ciudades germanas de la Cuenca del Ruhr, la apertura hacia Alemania era notable. Las relaciones fueron mejorando durante la década de los sesenta, pero muy poco a poco.

Propiciando la armonía

El matrimonio de la reina Beatriz, entonces princesa, con el alemán Claus von Amsberg, no fue recibido con beneplácito. Los neerlandeses observaban con atención los procesos contra los criminales de guerra alemanes y seguían esperando que el Estado germano se disculpara por sus desafueros. Eso fue lo que hizo Gustav Heinemann –el primer presidente alemán en visitar los Países Bajos después de la guerra– en noviembre de 1969; “un gesto comparable, aunque guardando las distancias, con el del canciller Willi Brandt, cuando pidió perdón de rodillas en el Gueto de Varsovia en 1970”, dice Wielenga.

La reunificación de la RDA y la RFA no pasó inadvertida en los Países Bajos. Y los atentados xenofóbicos que marcaron el inicio de los noventa en Alemania no les resultaron indiferentes a los neerlandeses; 1,2 millones de ellos suscribieron una postal enviada al canciller a Helmut Kohl para dejarle saber que estaban “iracundos” por esos sucesos. Poco después apareció un estudio –tendencioso, aunque no por eso menos preocupante– según el cual buena parte de los jóvenes neerlandeses sentía aversión por los alemanes.

Franz Beckenbauer (der.) y el holandés Johan Cruyff en la final de la Copa Mundial 1974.
Franz Beckenbauer (der.) y el holandés Johan Cruyff en la final de la Copa Mundial 1974.Imagen: picture alliance/dpa

“Todo parecía indicar que el clima político-psicológico había empeorado”, acota Wielenga. Fue entonces cuando las cúpulas políticas de ambas naciones comenzaron a organizar proyectos conjuntos, conferencias y programas de acercamiento para mejorar las relaciones entre ambos pueblos. Hasta mediados de los noventa, los libros de historia alemana en las escuelas neerlandeses terminaban con la Segunda Guerra Mundial. Ahora, esos textos incluyen en sus páginas la postguerra alemana y el desarrollo de la democracia en el país vecino.

Hoy, los nexos entre alemanes y neerlandeses se consolidan sin problemas, aún cuando, al relacionarse con los primeros, los segundos parecen seguir haciendo grandes esfuerzos en proteger su identidad; un fenómeno que salta a la vista por la importancia que se le da a los partidos de fútbol en los que ambos países están enfrentados. “Los neerlandeses no somos el décimo séptimo Estado federado de Alemania”, así resume Wielenga los sentimientos que siguen teniendo muchos neerlandeses.

Autores: Daphne Grathwohl / Evan Romero-Castillo
Editor: José Ospina Valencia