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Bielorrusia: Lukashenko, entre la espada y la pared

Juri Rescheto
24 de agosto de 2020

La aparición en TV del presidente de Bielorrusia, Alexander Lukashenko, con una Kaláshnikov en la mano, es muestra de su desesperación, opina Juri Rescheto.

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Así muestra la agencia estatal bielorrusa Belta a Alexander Lukashenko. (23.08.2020).
Así muestra la agencia estatal bielorrusa Belta a Alexander Lukashenko. (23.08.2020).Imagen: AFP/BELTA

Nunca se lo vio así. Esta vez Batka (“padrecito”) - como es llamado Alexander Lukashenko desde hace 26 años en su país, Bielorrusia, a quien se ha visto pasar por diferentes roles- superó verdaderamente todas las expectativas.

Olvídense del exjefe de los koljoz, los grandes establecimientos agrícolas soviéticos, que plantaba papas, con la camisa arremangada y cercano al pueblo. Olvídense del funcionario del Partido Comunista, que trataba a sus malhumorados ministros como si fueran niños. Olvídense del personaje que subestimaba el coronavirus, confiado en sí mismo, quien aconsejó tomar 100 ml de vodka para prevenir el COVID-19, pero luego se contagió. Olvídense del macho que se burlaba de las mujeres en la política, y que insultó a su rival, Svetlana Tijanóvskaya, tildándola de “niña que no sabe lo que hace”.

El Lukashenko del pasado

Pero también olvídense del servidor del pueblo que de pronto parece distraído y casi arrepentido, el que luego de las elecciones presidenciales en Bielorrusia fue evidentemente, sorprendido por las huelgas de sus antiguamente fieles seguidores a lo largo y a lo ancho de todo el país, y que fue abucheado ante las cámaras por los trabajadores de una gran empresa de tractores. Todo eso fue Alexander Lukashenko en los últimos años, meses y días.

Juri Rescheto, de DW.
Juri Rescheto, de DW.

Este fin de semana, la televisión estatal bielorrusa mostró a un Lukashenko totalmente distinto, en grabaciones movidas, hechas con un teléfono móvil. Un Lukashenko al que aparentemente cualquier medio le parece justificado para permanecer en el poder, pero que, en realidad, hace tiempo que está entre la espada y la pared.

Un Lukashenko con gorra de béisbol que, con gesto adusto, vuela en helicóptero sobre la capital, Minsk, hacia su residencia. Y que durante el vuelo da al piloto la orden de acercarse a los manifestantes, a quienes describe como “ratas”, y, tras bajarse del helicóptero, se encamina a lo Rambo, con paso enérgico, en dirección a los que protestan. Allí se para ante un grupo de agentes de seguridad que lo mantienen a una distancia prudencial de los manifestantes. Agradece a los agentes de la tropa especial, todos vestidos, como él, de negro, y amenaza a la gente, gritando: “¡Estos ya van a ver!”.

Un paso en falso fatal

Todo eso hace el presidente de un Estado europeo del siglo XXI, y lo hace con un arma automática en la mano. Es que Alexander Lukashenko no solo lleva una gorra de béisbol y un chaleco antibalas, ¡sino también una Kaláshkinov! Un gesto como de película, pero un gesto fatal al fin.

Un presidente que extrae toda su legitimidad, supuestamente, de más del 80 por ciento de los votos, debería poder sumergirse en la multitud y disfrutar del sobrecogedor amor de su pueblo. Si hubiera realmente obtenido el 80 por ciento de los votos. En lugar de eso, Lukashenko se acerca a los ciudadanos con una Kaláshnikov en la mano.

El pueblo lleva flores, no armas

¿Y la gente? Los 150.000 manifestantes en el Bulevar de la Independencia, en Minsk, piden pacíficamente que Lukashenko se vaya. Evitan todo tipo de confrontación con la Policía y para eso cambian varias veces de ruta. Entonan cánticos y abrazan a los soldados con flores en vez de armas. El contraste no puede ser más extremo. Como es extrema la brecha actual entre Alexander Lukashenko y el pueblo de Bielorrusia.

(cp/ers)

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