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CETA: Lo que hay tras la rebelión de Valonia

25 de octubre de 2016

La estructura del Estado belga es compleja, pero la pelea en torno al CETA no es solo entre las regiones y el gobierno central, sino que también tiene un trasfondo político-partidista.

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Imagen: picture-alliance/dpa/R.-B. Fishman

Valonia fue alguna vez la locomotora de Bélgica. Su industria pesada generó la riqueza económica del país. Pero eso fue hace tiempo. El cambio estructural que se produjo desde los años 70 dejó ciudades industriales en ruinas, desde Charleroi hasta Lieja, además de una alta tasa de desempleo, mientras en la región de Flandes, el empleo aumentó. Antes, la capa alta francófona de Bélgica miraba con desdén a los pobres campesinos sin educación. Hoy, los flamencos les hacen sentir a los valones que esa realidad se ha invertido.

Fueron, por eso, sobre todo los flamencos los que con el correr de las décadas lograron imponer una federalización muy amplia incluso para las repúblicas federales. Así, los parlamentos regionales deben dar su aprobación cuando el Estado belga firma un acuerdo que afecta las competencias de las regiones. Eso también rige para los acuerdos de la Unión Europea. El planeado tratado de libre comercio con Canadá es un ejemplo de ello, aunque no sea uno muy común.

A lo largo de la barrera lingüística

Normalmente, el CETA debería negociarse como cualquier otro acuerdo comercial, exclusivamente a nivel europeo. En julio, sin embargo, la comisión cedió ante la presión de Alemania, Austria y  Francia y concedió el derecho de participación a los parlamentos nacionales y regionales. El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, hoy se arrepiente y habla de un "error que otros me obligaron a cometer”. Por el contrario, los que apoyaron la moción opinan que con eso le quitaron alas a los populistas. En Alemania, el ministro de Economía, Sigmar Gabriel, se defendió diciendo: "Los países miembros reaccionaron a los cuestionamientos y a las críticas de la población”. Haya sido o no un error, cuando se tomó la decisión, ya no había vuelta atrás.

El Parlamento regional valón tenía así la posibilidad de frenar la política exterior del Estado belga e incluso de bloquear un megaproyecto que concierne a la Unión Europea en su totalidad. Pero para poder usar ese freno era necesario más; junto con la región de Valonia y la ciudad francófona Bruselas también la comunidad francófona –otro nivel en la compleja estructura estatal belga- está contra el CETA. Flandes, en cambio, está a favor. Eso significa que las fronteras lingüísticas dividen a Bélgica también en su postura con respecto al CETA.

La imagen del perdedor

Entre los valones golpeados por la pobreza surge nuevamente la imagen del que lleva las de perder, como un Asterix que se defiende del poderío romano de la Unión Europea. Su líder es Paul Magnette, de 45 años, el jefe del gobierno regional valón, quien se ha convertido en una estrella que parece devolver a la gente su autoestima oponiéndose a la presión y a los ultimátums, no importa de quien provengan. Pero Magnette ya superó los límites de su región y es un conocido crítico de la globalización en Europa. "No queremos que los estándares sociales y ecológicos ni los servicios públicos se pongan en juego”, dice. Pero ahora lo que importa es su actitud a favor o en contra del libre comercio. Muy pronto volvió a atizarse el conflicto entre flamencos y valones. La resistencia de los valones es un argumento más para el ímpetu independentista de Flandes. Muchos flamencos ven con malos ojos el bloqueo valón al CETA porque cerca del 90 por ciento del volumen comercial belga con Canadá se desarrolla a través de Flandes. Es decir, que la región valona no se ve tan afectada.

Además, la disputa tiene un componente político partidista: Magnette es socialista. El primer ministro belga, el liberal Charles Michel, lidera una coalición de centro derecha a nivel nacional. Michel está a favor del CETA. Por eso, la disputa no es solo un debate ideológico en torno a la globalización ni un juego de poder entre el gobierno central y las regiones, sino también una confrontación entre la izquierda y la derecha. Sin duda, quien quiera llegar a un acuerdo en torno al CETA en Bélgica se enfrentará a una situación complicada y de alta tensión.

Autor: Christoph Hasselbach (CP/ ERS)