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Cruzada contra la caza y el consumo de carne de delfín en Perú

Victoria Dannemann30 de septiembre de 2013

Miles de delfines serían cazados en Perú cada año para consumir su carne, denuncia un biólogo y ambientalista alemán. El turismo puede ser la clave para salvarlos.

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Las costas peruanas son un escenario privilegiado para la observación de delfines.Imagen: Stefan Austermühle/Mundo Azul

Cuesta creer que seres tan inteligentes y amistosos como los delfines terminen convertidos en trozos de carne a la venta en una pescadería o el mercado bajo el nombre de “chancho marino”, o preparados en un plato llamado “muchame”.

“En Perú tenemos la matanza ilegal de delfines más grande del mundo”, denuncia el activista y biólogo marino alemán Stefan Austermühle, quien calcula que cada año morirían aproximadamente 2.000 de estos cetáceos con el fin de ser faenados para el consumo.

Peru Deutschland Stefan Austermühle Gründer Umweltorganisation Mundo Azul
En su recorrido por las playas, el biólogo alemán Stefan Austermühle continúa encontrando delfines muertos y faenados para el consumo, aunque está prohibido por ley.Imagen: Stefan Austermühle/Mundo Azul

Austermühle comenzó a trabajar hace 27 años con Greenpeace desde Alemania en actividades de protección de ballenas y delfines. Entonces se contactó con organizaciones de todo el mundo y supo lo que ocurría en Perú, hasta donde se trasladó a fines de los 90 para quedarse definitivamente.

Una vez en el país sudamericano comenzó una etapa de investigación de estos mamíferos. En esa época “todas las ONG trabajaban en la selva y casi nadie se ocupaba del mar”, recuerda. Junto a otros activistas creó la organización Mundo Azul en 1999, que hoy dirige, y desde esta plataforma ha buscado generar conciencia ambiental y combatir la cacería.

Protegidos por ley, pero la matanza continúa

Una de las razones que llevó a la explotación de los delfines fue una baja de recursos pesqueros a partir de la década del 70. “Ya no tenían qué pescar, entonces pescaban delfines. En los 90 la caza llegó a niveles estimados de 20.000 delfines por año”, indica Austermühle.

Una cifra alarmante, que puso en riesgo la supervivencia de estos mamíferos en las costas peruanas. En 1996 se dictó una ley que prohibió finalmente la caza, comercialización y el consumo de delfín, ahora considerado un crimen ecológico penado con hasta tres años de cárcel. Pero a pesar de la normativa la captura continuó, aunque a menor escala, en forma clandestina.

En su investigación, Stefan Austermühle recorrió la costa durante más de seis años, registrando unas 31 especies de delfines y ballenas. Con una red de voluntarios peruanos y extranjeros siguió vigilando y realizando labores de difusión y educación sobre el tema, pero siempre aparecían nuevos delfines muertos, víctimas de redes o arpones, y faenados en las playas. A veces, encontraba sólo la cabeza, pues ya habían retirado las partes comestibles.

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Sólo la cabeza y poco más dejan los cazadores en las playas peruanas.Imagen: Stefan Austermühle/Mundo Azul

A través de cámaras escondidas e investigaciones encubiertas, infiltrándose en mercados y caletas pesqueras, descubrió numerosos lugares de venta de esta carne. Con esa información Mundo Azul recurrió a la policía, la que realizó operativos para combatir el comercio y consumo ilegal.

A pesar de las amenazas

La fiscalización no es sencilla y mientras se siga consumiendo carne de delfín habrá quien esté dispuesto a cazarlo. La cruzada de Mundo Azul continúa en diferentes frentes. Stefan Austermühle investiga nuevos peligros para los delfines, como los efectos de la contaminación y la industria, el cambio climático o incluso el uso como carnada de pesca.

En febrero del año pasado, más de 870 delfines fueron encontrados muertos en playas del norte de Perú en un fenómeno que causó alarma. En esa ocasión, la investigación del Instituto del Mar del Perú, IMARPE, indicó que se debía a causas naturales y no a la acción humana. Sin embargo, organizaciones ambientalistas han insistido en que habrían muerto por impacto acústico, ocasionado por las exploraciones petroleras. Esto habría desorientado a los cetáceos, provocando el varamiento.

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Las investigaciones de Mundo Azul han alertado a la policía peruana sobre puntos de venta de carne de delfín.Imagen: Stefan Austermühle/Mundo Azul

Austermühle reconoce que los recursos para el estudio y la fiscalización son escasos, lo que dificulta la tarea. También el hecho de que sus denuncias han resultado incómodas: “Me he creado bastantes enemigos. He recibido en varias ocasiones amenazas de muerte o los reclamos de quienes dicen que estoy dejando mal al Perú”, confiesa.

Pero también ha logrado sensibilizar a la comunidad, en el trabajo con escolares y con los mismos pescadores. “Yo creo que la conciencia ambiental está empezando a desarrollarse, ha crecido en comparación con 30 años atrás, pero todavía falta”.

De la cacería al turismo

Organizaciones como Mundo Azul están promoviendo alternativas para frenar la caza. Una de las más efectivas es el turismo de observación de delfines, que genera conciencia en los visitantes al tiempo que permite el desarrollo sustentable de las comunidades costeras, en lugar de la caza.

La sociedad Human Society International (HSI) junto con Mundo Azul, y también en cooperación con el gobierno peruano, han promovido esta actividad turística entre los mismos pescadores, para quienes se abre un atractivo mercado. Perú es un país privilegiado para el avistamiento de cetáceos, una actividad que mueve más de nueve millones de observadores en 87 países del mundo, según datos de HSI.

Un informe de WDCS, organización internacional para la conservación de delfines y ballenas, indica que entre 1998 y 2006 la industria de avistamiento de delfines tuvo una tasa de crecimiento promedio anual de 11,3% en Latinoamérica. La ONG estima que millones de dólares llegan a la región por este concepto, lo que implica un incentivo para la conservación y también un desafío para la regulación correcta de esta actividad. Hacia 2006 unas 6,4 millones de observaciones de cetáceos habían tenido lugar en toda América Latina.

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Las imágenes lo dicen todo. Los restos de la cacería son la triste comprobación de que el comercio ilegal de carne de delfín continúa.Imagen: Stefan Austermühle/Mundo Azul

La matanza de delfines es desde todo punto de vista un crimen brutal, advierten los ambientalistas. Atenta y pone en riesgo la supervivencia de una especie que convive en armonía y cumple un importante rol en el ecosistema marino. Pero, además, es un absurdo equivalente a matar la gallina de los huevos de oro. Cuando cazadores y consumidores lo entiendan, quizás dejen de aparecer restos de delfines muertos en las playas peruanas.