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Cuando los océanos no pueden respirar

Enrique Anarte
17 de enero de 2018

Cada vez son más y mayores las zonas marinas desprovistas de suficiente oxígeno, también en Latinoamérica. Y la mano del hombre está detrás de esto.

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Imagen: picture-alliance/AP Photo

La vida en la Tierra, el "planeta azul”, es imposible de entender sin sus océanos. No solo por haber sido el hogar de seres vivos que luego dieron el salto a la Tierra. El pulmón azul del planeta genera oxígeno, almacena carbono, regula la temperatura y dirige el clima, entre otras muchas cosas, como también nos da de comer.

Pero ahora los océanos se asfixian. Y todo apunta a que la actividad humana es la principal responsable de ello.

Según un estudio publicado a principios de enero por la revista científica Science, las llamadas "zonas muertas” marinas se han cuadriplicado desde 1950. Estas áreas, en las que la pérdida de oxígeno impide la vida de la mayoría de las criaturas acuáticas, se han multiplicado por diez en el caso de las regiones de costa.

Lea más:La acidificación de los océanos: una consecuencia directa del cambio climático

Latinoamérica no es ajena a esta tendencia. Hay al menos 27 zonas hipóxicas (término científico por el que se conoce este fenómeno) en las costas de la región, desde el Cono Sur hasta el Caribe. Brasil lidera el preocupante ranking, con un total de siete a lo largo de su línea costera, pero casi todos los países latinoamericanos con acceso al mar tienen el dudoso honor de contar con alguna zona muerta en su costa. Por si fuera poco, los fenómenos de afloramientos en las costas de países como Chile o Perú aumentan su vulnerabilidad a la desoxigenación.

¿Qué está detrás de la formación de esta suerte de desiertos marinos? El origen de la asfixia de estas costas está en los fertilizantes y nutrientes que llegan al mar a través de las aguas de escorrentía, así como en las aguas residuales vertidas, explica a DW la alemana Kirsten Isensee, especialista de la Comisión Oceanográfica Intergubernamental (COI) de la UNESCO. Esto dispara el crecimiento de ciertas algas y plantas marinas que agotan el oxígeno de las aguas, en un proceso conocido como eutrofización. "Algo que ocurre tan rápido que las especies marinas no tienen tiempo para adaptarse”, añade, por lo que estas o bien mueren o se marchan.

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Por otro lado, el proceso de desoxigenación en mar abierto es distinto, explica Isensee, pues tiene que ver con el cambio climático, proceso que en última instancia también tiene un carácter antropogénico. La temperatura del agua influye en su capacidad de almacenar oxígeno. A medida que los océanos del planeta se calientan, se reduce el oxígeno que atesoran.

El cementerio marino del Golfo de México

La zona muerta más grande del planeta se encuentra a unos kilómetros al norte de Cuba. El verano pasado, la ONG medioambiental Mighty publicó un informe en el que demostraba el vínculo entre la actividad de la industria cárnica y la formación de esta zona muerta.

La directora de la campaña, Lucia von Reusner, cree que este modelo estadounidense podría repetirse en otros lugares. "Estamos viendo cómo la agricultura industrial se expande a muchas otras partes del mundo, especialmente en el caso de América Latina”, subraya la germano-estadounidense en una entrevista con DW.

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Las zonas muertas perjudican a las comunidades dedicadas a la pesca.Imagen: Hector Guerrero/AFP/Getty Images

A su juicio, ha quedado demostrado que los nefastos efectos de las zonas muertas van más allá de la pérdida de biodiversidad: "La industria pesquera que opera en el golfo de México pierde millones de dólares en ingresos cada año”. Además, la proliferación de algas tóxicas tiene un fuerte impacto en el turismo, lo cual podría suponer un "enorme shock para quienes dependen de esta actividad económica en el caribe o en otras playas latinoamericanas”.

Las consecuencias sociales y económicas de las zonas muertas son, además, especialmente graves para los países en desarrollo. "Los países desarrollados, por factores como su fuerza económica o su sistema educativo, tienen mayor potencial de adaptación”, analiza Isensee. "En los países en desarrollo, si el sistema colapsa, a menudo no hay una alternativa para ganarse la vida”.

Soluciones a múltiples escalas

El problema a la hora de afrontar los desafíos que afectan a nuestros océanos es que el mar es de todos, pero a la vez no es de nadie. El 67% de la superficie marina escapa de la jurisdicción nacional. Encontrar una manera de protegerla, por tanto, implica un especial esfuerzo diplomático. Algo que, en el contexto de la retirada de Estados Unidos del Acuerdo de París, no parece ser una empresa fácil.

¿Se pueden salvar aún los mares?

Por si fuera poco, recuerda Isensee, "si bien se habla de temas como la acidificación o el calentamiento de los océanos, la desoxigenación por lo general se ha descuidado”. Es por ello que la creación en 2016 en la UNESCO de un grupo de trabajo dedicado exclusivamente a esta cuestión fue un logro esperanzador.

La experta recuerda, sin embargo, que la mayoría de zonas muertas están en aguas nacionales y que su causa viene de la tierra. "Es por eso que a nivel nacional se puede hacer algo a este respecto”, sostiene. Para aquellas situadas en océano abierto, no obstante, el marco adecuado son los acuerdos globales en relación con el dióxido de carbono: "Todos los países tienen que dar un paso adelante, especialmente los países desarrollados, e implementar estrategias de reducción del dióxido de carbono”.

"Estamos en el buen camino, pero queda mucho por hacer”, valora Isensee. La pregunta, como en todo lo que concierne al futuro del planeta, es si llegaremos a tiempo.

Autor: Enrique Anarte (ER)

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