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De cómo los criminales se han tomado el control de Haití

Monir Ghaedi
10 de agosto de 2022

Promovidas por los políticos durante años, las bandas haitianas se han equipado con armas sofisticadas y controlan la mayor parte de Puerto Príncipe, la capital del país.

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Una mujer y su pequeña hija se ponen a salvo en una calle de Puerto Príncipe
Protesta contra la violencia callejera en Puerto Príncipe, Haití.Imagen: Odelyn Joseph/AP Photo/picture alliance

Los enfrentamientos se han producido sobre todo en el sector capitalino de Cité Soleil, donde viven unas 300.000 personas y es uno de los mayores barrios marginales del país, donde las bandas han ganado más influenciaen los últimos años. Allí, los miembros de las bandas han destruido casas con excavadoras para ampliar su territorio, violando a mujeres y niñas y matando a ciudadanos de a pie al azar. Superado por las bandas, el Ejército parece incapaz de ejercer el control y contener la violencia.

Durante años, las élites políticas de Haití han utilizado a las bandas para conseguir sus propios objetivos, silenciar a la disidencia y enfrentarse a sus rivales. Aunque la intervención de las organizaciones criminales en la política no es exclusiva de Haití, en la pobre nación caribeña ha alcanzado niveles sin precedentes, especialmente tras el asesinato del presidente Jovenel Moïse en julio de 2021.

Bandas impulsadas y usadas por los poderosos

Poderosas familias empresarias de Haití le han pagado a las bandas para que velen por la seguridad de sus comercios. Así es como algunos de los grupos más grandes, como la G9, se han hecho con el control del puerto de la capital y han conseguido hacerse con armas de guerra, algunas de las cuales son más avanzadas que las que utilizan las fuerzas armadas haitianas. En las últimas semanas, la G9 ha bloqueado el puerto por el que entran la mayoría de las mercancías importadas, lo que ha agravado la crisis de alimentos y combustible. La falta de un Ejército bien financiado ha creado un vacío de poder que las seis principales bandas de Haití compiten por llenar. Haití desmanteló su Ejército tras un golpe de Estado en 1995, después de décadas de motines e injerencia militar en la política.

Desde entonces, los políticos haitianos, sobre todo el presidente Jean-Betrand Aristide, que llegó al poder en 2001, han recurrido cada vez más a las bandas como fuente de poder obediente para reprimir las rebeliones. El asesinado presidente Jovenel Moïse trató de reactivar a la tropa en 2017, pero solo consiguió reunir a unos 5.000 soldados, que no lograron igualar el creciente número de armas y hombres de la banda.

Es imposible establecer el número exacto de miembros de las bandas, pero según la Red Nacional de Defensa de los Derechos Humanos, se calcula que en Haití hay más de 90 grupos de este tipo actuando. Un informe de la ONU citaba una encuesta realizada por dos organizaciones locales dedicadas a la juventud, según la cual el 13 por ciento de los niños de un barrio marginado de Puerto Príncipe habían entrado en contacto con miembros de bandas armadas que intentaron reclutarlos.

Otrora una rica colonia, hoy el país más pobre de las Américas

Esta nación de 11 millones de habitantes, que en su día fue una de las colonias francesas más ricas, padece una economía improductiva, en la que cerca de dos tercios de su PIB proceden del dinero que los emigrantes haitianos envían a sus hogares y de la ayuda internacional. Los ingresos fiscales del gobierno se sitúan en el 5,6 por ciento de su PIB.

Alrededor del 60 por ciento de la gente vive en la pobreza, con casi la mitad de la población con necesidad inmediata de ayuda alimentaria y 1,2 millones de personas que padecen hambre extrema, según el Programa Mundial de Alimentos.

Entre 2016 y 2020, la violencia de las pandillas ha costado al país 4.200 millones de dólares al año, o el 30 por ciento de su producto interior bruto, según informó Blomberg en septiembre de 2021. El caos resultante también ha desalentado la inversión extranjera, ha bloqueado las rutas comerciales y ha perturbado el resto de la economía local, haciendo subir aún más las tasas de inflación y los alimentos y el combustible.

(jov/ms)