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El año perdido de Miguel Díaz-Canel

19 de abril de 2019

Cuando el ingeniero llegó al poder, muchos auguraron un período reformista. Hoy eso parece una broma de mal gusto, opina Yoani Sánchez.

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Kuba Havanna - ALBA Gipfel: Miguel Diaz-Canel und Nicolas Maduro
Imagen: Getty Images/AFP/E. Mastrascusa

Cuando la prensa extranjera publicó que un ingeniero sin el apellido Castro llegaba a la presidencia cubana, las expectativas internacionales se elevaron. De una generación sin sangre en las manos y que no podía imponerse a fuerza de legitimidad histórica, los titulares periodísticos coqueteaban con la idea de que tras la sobria presencia de Miguel Díaz-Canel podía hallarse agazapado un reformista. Un año después de su investidura como presidente esos pronósticos parecen una broma de mal gusto.

En los últimos doce meses la palabra "continuidad" ha sido una de las más pronunciadas por el nuevo mandatario y, en la práctica, su gestión se inscribe también en los férreos límites de prolongar el status quo, sin cambiar o negar el rumbo elegido por su predecesor, Raúl Castro. Los escasos vientos frescos que han soplado desde abril de 2018 hasta la fecha tienen que ver con un presidente que se mueve más dentro del país y que publica a través de la red social Twitter. Fuera de eso, pocos podrían señalar alguna diferencia con el raulismo.

Yoani Sánchez
Yoani Sánchez

En lugar de transformaciones, los cubanos han visto desplomarse la economía, elevarse los precios de los productos básicos y desaparecer de los mercados alimentos como la harina, el aceite vegetal, los huevos y el pollo. En el contexto internacional, el aislamiento ha crecido con la pérdida de aliados económicos y políticos, junto a una Venezuela en crisis que ha debido cortar parte de los abultados subsidios que enviaba a la isla.

Sin embargo, es en el terreno nacional donde surgen las mayores dudas y las más acérrimas críticas sobre el gobernante. Para la gran mayoría, Díaz-Canel ha perdido un valioso tiempo para impulsar reformas que ayuden a elevar la productividad de los campos cubanos, otorgar más autonomía al sector privado y reducir el protagonismo de las ineficientes "empresas estatales socialistas", un fardo pesado para las finanzas cubanas.

En lugar de eso, ha intentado regular aún más el accionar de los llamados cuentapropistas, elevando los montos a pagar por las licencias de trabajo particular y controlando aún más a los transportistas privados que mueven a gran parte de los pasajeros en un país que lleva décadas sufriendo el colapso del transporte público. Tampoco ha seguido ahondando la ruta de las reformas migratorias para restablecer los derechos de los emigrados o abaratar los altísimos costos de los pasaportes, un documento que para un trabajador promedio representa el equivalente a tres meses de salario.

Con el aumento de las presiones por parte de la administración estadounidense de Donald Trump, Díaz-Canel ha optado por atrincherarse en el discurso ideológico, elevar los niveles de la propaganda oficial y culpar de todos los males internos al vecino del Norte. Nada nuevo en la política cubana de los últimos 60 años. El resultado de esa bravata ideológica, unida al deterioro de la vida cotidiana, ha sido un aumento en el éxodo y ahora mismo cientos de cubanos se desplazan por Centroamérica para tratar de alcanzar la frontera de Estados Unidos.

Con el paso de los meses, los elementos simbólicos que en un inicio provocaron ilusiones se han ido diluyendo. Ni la presencia de una Primera Dama del brazo del presidente -por primera vez en más de medio siglo- ni su edad por debajo de los 60 años, ni siquiera el uso de las redes sociales le han valido de mucho. A falta de resultados, los cubanos han perdido las esperanzas de que detrás del discurso de "continuidad" se esconda un reformista. (dz)

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