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El día después de Evo

12 de noviembre de 2019

Bolivia ha ido del júbilo al terror tras la renuncia de Morales. Pero entre los sentimientos encontrados, en las calles predomina una exigencia a los líderes del país: diálogo.

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Bolivien Proteste
Imagen: picture-alliance/AP Photo/N. Pisarenko

La ciudad estalla en júbilo y dos mujeres que apenas se han visto se abrazan con lágrimas en los ojos. Sobre la avenida Arce retumba a una voz el grito: ‟¡Sí se pudo!”. El líder opositor, Luis Fernando Camacho, se sube a un auto y espeta vítores emocionados a través de un megáfono. ¡Viva Bolivia! Repite la multitud. ¡Viva Bolivia!

Así transcurrieron los primeros instantes en las calles de La Paz, tras conocerse la noticia de que el hasta entonces presidente Evo Morales acababa de renunciar. La multitud agolpada frente a las instalaciones del Tribunal Supremo Electoral improvisó una caravana de victoria encabezada por Camacho, quien -siempre sobre el mismo auto- ondeaba la bandera boliviana, mientras era aclamado como un héroe olímpico, y recorría las principales avenidas de la ciudad, hasta llegar a las inmediaciones de la Plaza Murillo, sede del Gobierno central.

"Sentimientos encontrados: feliz y triste"

‟¡Lo que ahora está pasando en Bolivia es algo que debió ocurrir hace varios años. Nosotros tenemos un límite, y este es el límite, señor Morales”, dice Franklin Bracho, un estudiante paceño al día siguiente de la dimisión. ‟Tengo sentimientos encontrados: por un lado estoy feliz de que hayamos recobrado nuestra democracia, pero por otro lado estoy muy triste por los actos vandálicos que han ocurrido”, continúa, haciendo referencia a los saqueos y destrozos que tuvieron lugar durante la noche del domingo (10.11.2019) en todos los departamentos del país. Y es que a las celebraciones de la tarde le siguieron horas de tensión extrema. Una primera noche que dejó un saldo de decenas de tiendas desvalijadas, oficinas destrozadas, más de sesenta buses quemados, e incluso residencias privadas destruidas, como la de Waldo Albarracín, rector de la Universidad Mayor de La Paz, y la del propio expresidente Morales en Cochabamba.

‟Como todos los bolivianos de este país no puedo sino estar triste, porque el pueblo paceño es el que más ha sufrido estos atropellos tan vandálicos, hasta psicológicamente lo hemos sufrido”, dice Aura Ferrano, ama de casa. Luego, hace una pausa y agrega: ‟Pero al mismo tiempo estoy alegre, porque este es un triunfo que ha conseguido toda mi Bolivia amada, porque no podíamos estar sometidos por un dictador. El señor Evo Morales era un dictador. Sí, es cierto que hizo cosas buenas, pero se convirtió en un dictador”.

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Un país con visiones antagónicas

Las horas que han seguido a la tarde del domingo transcurren en Bolivia en un clima de tensa quietud. La Paz, por ejemplo, luce apacible de día pero en la noche las calles quedan desiertas y se instala sobre la ciudad una zozobra que casi puede tocarse con la mano. Los canales de televisión local han suspendido sus transmisiones noticiosas a causa de amenazas contra periodistas, y lo mismo han hecho varios medios impresos. Un temor que afecta por igual a cadenas públicas y privadas.

‟Todavía estamos temerosos, porque sigue en marcha toda la organización maquiavélica de Evo. Y eso tenemos que irlo desarticulando poco a poco. Hay mucha gente que creía que con él las cosas iban a mejorar, pero ahí siguen igual”, opina Alberto Rada, quien viajó desde Santa Cruz para asistir a las manifestaciones del fin de semana.

Cuando conversamos con la gente, muchas personas comienzan a aglomerarse en torno nuestro, frente al atrio de la Universidad Mayor de San Andrés. Tal parece que todos quieren hablar, todos tienen algo que decir en estos días convulsos en los que Bolivia define su futuro. ‟Yo veo a este país confuso”, dice Álvaro, de unos sesenta años. ‟Yo vivo en los Estados Unidos y llegué hace poco de visita. No reconozco a mi país. ¿Por qué siguen a este señor, Camacho? Él es un burgués”, dice, y alguien entre la gente le responde: ‟Usted dice eso porque no vive en Bolivia”, y él le reponde: ‟¡Déjeme hablar! Y si quiere, después usted habla, pero ahora déjeme hablar”.

El momento es una fotografía del estado actual de Bolivia, un país con dos visiones antagónicas de su nueva realidad. ‟Andan diciendo que los destrozos de los últimos días son culpa de Evo. No señor: esta es una reacción natural de la gente”, afirma y alrededor suyo la tensión crece, pues la mayoría rechaza su opinión.

Un manifestante con una bandera boliviana en La Paz, Bolivia.
Un manifestante con una bandera boliviana en La Paz, Bolivia.Imagen: Reuters/K. Pfaffenbach

"Todos queremos paz"

‟¿Puedo hablar?”, pregunta una joven estudiante. Se acerca y dice: ‟Como bolivianos tenemos que unirnos. No debemos bajar la fuerza que tenemos, la unión. Yo quisiera pedirle a todos los bolivianos que nos pongamos en el lugar del otro: estos saqueos nos pueden tocar a todos. Tenemos que ayudarnos: todos somos bolivianos. Han quemado la casa de opositores y de masistas, eso debe parar, porque lo que todos queremos es paz”. La joven termina sus palabras y los demás la aplauden, como si en aquella esquina se hubiera improvisado un foro público de quince minutos, tal vez una breve catarsis colectiva.

En cualquier caso, también allí está una instantánea fiel de este país que demanda ahora de sus líderes una cosa: diálogo. Evo Morales ya ha abandonado Bolivia, pero la coyuntura interna solo podrá superarse cuando oficialistas y opositores, con urgente responsabilidad política, se sienten en torno a la crisis para encontrarle una salida definitiva.

(rmr/rml)

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