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El legado olímpico de Río: corrupción y poder popular

5 de agosto de 2017

A pesar de que el abandono de la infrastructura impide hablar de un “legado olímpico”, la máxima cita del deporte mundial sí dejó algo: una sociedad civil más empoderada y conectada entre sí.

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Brasilien Maracana
Imagen: picture alliance/AP Photo/F. Dana

Para entender el legado de los Juegos Olímpicos 2016 en Río de Janeiro, camine hacia el oeste a lo largo del kilómetro final de la avenida Embaixador Abelardo Bueno, en Barra de Tijuca. Pase el centro acuático y los charcos estancados que crea el agua de las piscinas, la Arena Carioca que se suponía sería convertida en escuelas, y la puerta principal del Parque Olímpico, la cual está asegurada con candado cinco días a la semana.

Pase el hotel Residence Inn de la cadena Marriott, donde una suite con vista al Centro de Tenis cuesta 120 euros (142 dólares) la noche y eventualmente llegará a una calle con chalés blancos en forma de cubo, protegida con una cerca alta de metal. Esto es todo lo que queda de Vila Autodromo, una favela que fue un día el hogar de 700 familias. Un aviso destrozado en la entrada muestra una foto aérea de las casas que fueron demolidas para que la gente que asistiera a las Olimpíadas no tuviera que verlas.

En el tiempo previo a los juegos, Vila Autodromo simbolizaba el precio que los más pobres de Río tenían que pagar para albergar un mega evento que enriqueció a los que ya eran ricos. Las veinte familias que se negaron a irse, declinando todas las ofertas de compensación y resistiendo físicamente los desalojos, ganaron eventualmente el derecho a quedarse, en casas nuevas construidas por la ciudad.

"Cuando la gente habla acerca del legado olímpico, yo pienso en mi vecina con sangre corriendo por su rostro o en mi amigo, tirado en el piso con la cabeza golpeada, casas siendo demolidas, familias separadas”, dice la líder comunitaria Sandra Maria de Souza. "Las compañías de construcción fueron las únicas beneficiadas. El único legado fue para los ricos”.

Damos una caminata. De Souza señala el lugar en el que solían estar el supermercado, la barbería, la panadería y la iglesia evangélica. La alcaldía pudo haber pavimentado las calles y construido alcantarillas y casas nuevas para todos en lugar de forzarlos a irse. "Habrían gastado mucho menos y eso habría sido un gran legado social y un ejemplo para el mundo”, dice ella.

"El progreso tiene que ser para el bien de todos”, agrega su amiga Maria da Penha. "No estamos en contra del progreso, sino en contra de la mala administración, cuando el Gobierno atiende al capital y no a la gente”. Una resistencia envalentonada y organizada a la plutocracia de Brasil puede que sea el legado más significativo de las Olimpíadas.

Los Juegos Olímpicos fueron vendidos como un evento de transformación que haría a Río más segura y limpia, y dejaría instalaciones deportivas de clase mundial y un sistema de transporte público moderno e integrado como regalo de despedida. Un año después, el crimen violento está resurgiendo, la bahía de Guanabara está más contaminada que nunca, las nuevas redes de transporte son muy costosas para la mayoría de los residentes y las favelas siguen estando abandonadas por el Estado; les siguen faltando las comodidades más básicas.

Fraude épico

La investigación de corrupción de la Operación Lavado de Autos ha revelado un sistema político podrido hasta la médula. Los fiscales alegan que el exalcalde de Río, Eduardo Paes, recibió 4 millones de euros por "facilitar contratos relacionados con los Juegos Olímpicos”, un cargo que él rechaza por "absurdo y falso”. El exgobernador Sergio Cabral ha sido sentenciado a 14 años de prisión por recibir millones en sobornos, incluyendo algunos relacionados con la renovación del estadio Maracaná y la extensión del metro en dirección oeste hasta el Parque Olímpico.

"¿Cuál fue el verdadero legado? Mucho dinero para las inmobiliarias, las compañías de construcción y para sus coroneles, los políticos”, dice Roberto Marinho, un líder comunitario del Morro da Providencia, la favela más antigua de Río. "¿Dónde están los servicios básicos en esta ciudad? La seguridad está en caos, la idea de desarrollo social ha sido abandonada. El único legado es los millones que se embolsillaron”.

En 2008, cuando Río estaba siendo considerado un potencial anfitrión olímpico, un "Programa de Aceleración del Crecimiento” fue anunciado, con el objetivo de modernizar tres de las favelas más grandes de la ciudad: Rocinha, Manguinhos y Alemao.

"La petición número uno de los residentes de Alemao era alcantarillado. Les dieron un teleférico”, dice Theresa Williamson, del grupo de presión Rio on Watch. "La primera solicitud en Manguinhos era alcantarillado. Les dieron una biblioteca y viviendas públicas. Rochina, lo mismo: alcantarillado. A ellos les dieron un complejo deportivo, un puente peatonal y algunas viviendas públicas. La verdadera necesidad de los residentes estaba clara”.

En enero, el tribunal principal de Río acusó a las compañías de construcción responsables del trabajo de sobrefacturar 59 millones de euros. El teleférico de Alemao ha estado fuera de servicio por 10 meses y podría no encender de nuevo porque el Estado no puede costear los costos operativos de 700 mil euros al mes.

Enojo en la favela

Julia Michaels, una periodista estadounidense que ha vivido en Río por tres décadas y media, llegó a conocer Alemao bien cuando escribió un libro acerca de la ciudad y ha estado impresionada por la respuesta de la comunidad hacia la promesas rotas y la creciente violencia policial.

"Creo que los pobres comenzaron a cambiar la forma en la que se ven a ellos mismos”, dice. "Fueron empoderados por este boom de las Olímpiadas. No se hacen a un lado tan fácilmente como antes y va a ser interesante ver qué resulta de eso: cuánta frustración hay por la brecha, más grande que nunca, entre expectativas y lo que realmente puede ser”.

Williamson está de acuerdo: "Los legados positivos (de las Olimpíadas) no son ninguno de los que fueron anunciados o pretendidos, sino una sociedad civil más conectada, más consciente”, dice. "La gente en las favelas está enojada”.

En abril, una ola de protestas en contra de las medidas de austeridad aprobadas por el Gobierno del presidente Michel Temer culminaron en una huelga general de un día. El 24 de mayo, decenas de miles marcharon en Brasilia para demandar la expulsión de Temer y una minoría invadió y destruyó ministerios del Gobierno. Las tropas fueron desplegadas para restaurar el orden después de batallas campales entre la policía y los manifestantes.

La economía de Brasil ha estado en recesión por tres años. En Río, maestros, personal médico y oficiales de policía han estado sin paga por meses. Mientras la Operación Lavado de Autos expone cuánto la clase gobernante se quedó para sí misma en tiempos de abundancia, se le pide a la gente común que ajuste sus cinturones. Seguramente habrá otros puntos de inflamación. "Se están formando”, dice Michaels. "Tengo el presentimiento de que cualquier cosa puede hacerlos detonar”.

Autor: Andrew Purcell (RR/ERC)