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El ministerio de Exteriores, el nazismo y la “otra Alemania”

29 de octubre de 2010

Como demuestra la ahora pública historia de activa participación de la diplomacia alemana en el exterminio judío, también aquí la superación del pasado ha sufrido olvidos y represiones, comenta Ramón García-Ziemsen.

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Sí, es terriblemente estremecedor conocer cómo diplomáticos alemanes ayudaron a organizar el Holocausto durante la Segunda Guerra Mundial y estuvieron, en la práctica, involucrados en su ejecución. Increíble es, además, es la magnitud de la continuidad del personal del ministerio de Exteriores en la Alemania posterior a 1945: hombres que habían tomado parte en la política de exterminio nazi hicieron luego carrera y se protegieron unos a otros.

Increíble es, también, el tiempo transcurrido para que sólo ahora, 65 años después, todo esto llegue a la conciencia de la opinión pública alemana. Ya en 1979 había aparecido el libro de un historiador británico sobre la participación del ministerio alemán de Exteriores en el asesinato de los judíos europeos – llamado por los nazis la “solución final”. El libro describe las formas concretas de participación del ministerio en el Holocausto, cómo se firmaban órdenes de deportación, cómo la institución se convirtió en elemento sistemático de la maquinaria de muerte organizada por los nacionalsocialistas.

Historia conocida y olvidada

Incluso desde los años ‘50 existían claras pruebas de que el ministerio de Exteriores no había sido un “lugar de resistencia pasiva” contra Hitler, como gustaba de presentarse esta cartera en la posguerra. En resumen: mucho era ya conocido, y casi todo fue olvidado. La superación y elaboración de la memoria sobre el Tercer Reich en Alemania no ha sido tan ejemplar como se suele pensar en el resto del mundo. Esta es también una historia de olvidos y represiones. Las élites reprimieron, frecuentemente a conciencia, la discusión de su pasado. Y la opinión pública permitió que este debate fuese impedido. ¿Cómo pudo suceder algo así?

Después de 1945, la sociedad alemana estaba siempre en busca de la “otra”, de la “buena Alemania”; en busca de la Alemania “inocente”, que quizás no se había opuesto públicamente pero tampoco se había dejado ganar por la ideología nazi; en busca de la Alemania que presuntamente habría resistido, de la que se habría rehusado a la locura nazi y por la que quizás aún se podría sentir orgullo. A fuerza de querer un nuevo comienzo, la joven Alemania creyó no poder vivir con el lastre de una culpa demasiado grande.

Los mitos

Y así se tejieron mitos. Primero, fue el mito de que muchos alemanes sólo se habían enterado del Holocausto por los aliados, tras 1945. Sólo un pequeño grupo, alrededor de Hitler habría sabido lo que ocurría en campos de concentración como Auschwitz o Dachau. ¿El resto de los alemanes? Un pueblo de seducidos. Esta fue, naturalmente, también una reacción a la igualmente generalizadora tesis de la culpa colectiva defendida por los aliados tras la guerra.

Adicionalmente estuvo el mito de las fuerzas armadas: los soldados prácticamente no habrían tenido nada que ver con las atrocidades de Hitler, además todo habría ocurrido por órdenes “de arriba”.

La desmitificación

Sólo décadas más tarde, en los años ‘70, los historiadores mostraron como falsos ambos mitos con sus estudios, libros, exposiciones. Amplias capas de la población no sólo sabían por qué amigos y vecinos judíos desaparecían de pronto, sino que habían ayudado a que desaparecieran. También los soldados participaron en el fusilamiento de judíos – muchos voluntariamente y no en cumplimiento de órdenes. Pero transcurrieron nuevamente largos años y décadas, hasta los años ‘90, para que este conocimiento alcanzara el debate público y condujera a una verdadera desmitificación.

El ministerio de Exteriores es uno de los últimos nichos donde sobrevivió el mito, el cuento de la “otra Alemania”. Demasiado bien funcionó la unidad de los diplomáticos. Demasiado grande fue quizás el respeto hacia el más tarde presidente federal, Richard von Weizsäcker (1984-1994) - cuyo padre Ernst representara la ideología nazi, como alto diplomático, en el ministerio de Exteriores. Demasiado grande fue también el ansia de los alemanes por esa “otra Alemania” que existió mucho menos de lo que la mayoría de los alemanes quiso creer.

Autor: Ramón García-Ziemsen

Editor: Enrique López Magallón