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El movimiento de "chalecos amarillos": ¡viva la anarquía!

Barbara Wesel
4 de diciembre de 2018

La insurrección tiene una larga tradición en Francia. Pero la violencia del fin de semana en París fue más allá del conocido bloque negro. Macron necesita una mejor estrategia policial, opina Barbara Wesel.

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Gelbwesten-Protest in Paris
Imagen: AFP/Getty Images/A. Jocard

En realidad, los disturbios callejeros del fin de semana en París siguieron un patrón familiar: una manifestación, alrededor de la cual se forman grupos violentos. No obstante, en esta ocasión, el panorama fue mucho más difuso: ¿quiénes eran los manifestantes políticos y cuáles fueron los límites que separaban a estos de los manifestantes violentos?

El movimiento de los "chalecos amarillos" ha resultado ser más difícil para la policía que las concentraciones políticas sindicales o partidistas del pasado, ya que los manifestantes, que se organizan solo a través de las redes sociales, son completamente indefinibles; cualquier persona descontenta en el país puede simplemente ponerse un chaleco amarillo y salir a la calle.

Una nuevo tipo de violencia

Los disturbios en París fueron esta vez más específicos y organizados que en el pasado. Antes se manifestaba primero antes de que actos violentos empezasen, casi como un segundo acto. En esta ocasión, los disturbios comenzaron directamente desde la mañana. Sin embargo, excepto por la combinación de grupos de extrema izquierda y extrema derecha, este fenómeno no es nuevo.

Barbara Wesel Kommentarbild App *PROVISORISCH*
Barbara Wesel es corresponsal europea en Bruselas.

Ciudades alemanas, por ejemplo, también han sido escenario de violentos disturbios durante décadas. Más recientemente se pudo ver en las violentas manifestaciones del G20 en el verano de 2017 en Hamburgo, que, no obstante, al final se desinflaron, ya que muchos jóvenes se mantuvieron alejados y porque la policía aprendió a sobrellevar la situación.

Esto es lo que el presidente Macron, en primer lugar, necesita: una nueva estrategia policial que se adapte a los violentos manifestantes. Previamente, la discusión sobre la imposición de un estado de emergencia quedó enterrada, y de manera acertada, ya que un estado de emergencia les daría a los manifestantes un significado político desproporcionado. Además, las leyes francesas ya proveen todos los procedimientos necesarios.

El presidente, que anunció tolerancia cero a la violencia durante la cumbre del G20, tiene, además, la razón: la mayoría de los franceses no viven en condiciones que justifiquen la destrucción de partes del centro de París.

¿Qué quieren los manifestantes?

El movimiento de los "chalecos amarillos" ya se está fraccionando. Uno de sus representantes regionales ahora dijo que podía imaginarse como jefe de Estado a un exjefe del Ejército que renunció la primavera pasada. ¿Una dictadura militar en lugar de un gobierno electo? Justo al lado del deseo de anarquía, vive en Francia la tendencia a querer un Estado fuerte.

Los "chalecos amarillos" y la economía

Así, mientras muchos "chalecos amarillos" parecen estar ideológicamente más cerca de la extrema derecha, los bloqueadores en las estaciones de peaje en la autopista, más cerca de la izquierda. Ambas partes están actualmente tratando de beneficiarse de los disturbios del país. Sin embargo, la mezcla de demandas, desde la reducción del IVA y el impuesto a la gasolina, hasta el aumento de los beneficios sociales y la ira hacia los "ricos", es en su mayoría poco precisa e ilógica.

Ahora, el Gobierno ha organizado reuniones con grupos comunitarios para escuchar sus demandas. En este punto, escuchar es más importante que simplemente cumplir los deseos a veces irreales que tienen. Y aunque el Estado de bienestar francés todavía es fuerte, muchos se sienten desamparados. El problema está más en la percepción que en la realidad.

El arte del retiro estratégico

En el verano, Emmanuel Macron ganó con severidad la lucha con el sindicato de trabajadores ferroviarios. Ahora, el presidente debe demostrar que también puede ser inteligente y encontrar un camino entre las reformas necesarias, sus ambiciosos objetivos y una evaluación inteligente de lo posible.

Los franceses son un pueblo difícil de gobernar; el espíritu revolucionario vive muy cerca de la superficie. Tienen demandas ilimitadas hacia el Estado, y no escatiman en luchar con gran ímpetu. En Francia, el consenso no es parte de la cultura política. Así, el presidente no debe ser envidiado por reconciliar a sus ciudadanos con las reformas necesarias. En realidad, la tarea es casi imposible de resolver. Pero si quiere sobrevivir, debe ahora, después de un comienzo sólido, aprender el arte de la retirada estratégica sin parecer débil. Con suerte, Macron crecerá en su trabajo.

(few/rrr)

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