El populismo, zona gris entre la democracia y el autoritarismo
20 de junio de 2008El término „populismo“ es utilizado con frecuencia por partidos políticos de derecha, que buscan con él desacreditar a sus oponentes izquierdistas. Usted no se deja intimidar por el uso que se ha dado a esta palabra, y en sus análisis habla incluso de un “populismo refundacional”. ¿Qué debe entenderse con tal término?
Lo que yo busco es diferenciar entre tres “olas” o formas de populismo en América Latina. Por una parte está el populismo histórico que aparece con Perón. Luego vendría el neopopulismo al estilo de Carlos Menem, también en Argentina, y posteriormente la nueva ola del populismo de izquierda, que prácticamente comenzó con Hugo Chávez y que fue emulado en cierta medida en Bolivia y en Ecuador (aunque cada cual tiene una forma distinta). Uno no puede equiparar el populismo en general con el populismo de izquierda; por el momento, lo que vemos es la tendencia de gobiernos populistas a usar una retórica de izquierda. Ellos se atienen a las líneas generales del populismo histórico; otorgar al Estado un rol preponderante, por ejemplo, mezclándolas con elementos del izquierdismo como lo puede ser la democracia participativa.
¿Por qué esta forma de populismo es “refundacional”?
Al observar a Venezuela, puede verse la intención de fundar un nuevo Estado, la República Bolivariana, en el cual deben ser transformadas todas las instituciones previamente existentes, estableciendo vínculos fuertes entre las nuevas y el presidente. Otra característica de este populismo es que se apoya en referéndums o en un pretendido diálogo directo entre el mandatario y su pueblo. Puede decirse que Chávez tiene toda una especie de guión sobre esta nueva forma de populismo, en el cual las instituciones son transformadas en instrumentos del presidente. Con ello se consolida un Estado centralista. Esto también puede verse en Bolivia, donde se intenta anular las instituciones existentes, o bien, refundarlas.
Esta “tercera ola” del populismo en América Latina habla mucho de instituciones democráticas, pero en los hechos se manifiesta poco dispuesta a reforzarlas. ¿Por qué?
Es una característica del populismo en general: dar poca fuerza a las instituciones. Como decía, el populismo pretende establecer un diálogo directo y una relación directa entre el gobierno y el pueblo. En cierto modo, se establece un contraste entre la democracia representativa y liberal, y la democracia participativa con grandes movilizaciones masivas y, naturalmente, con la presencia en los medios de comunicación. Esto es muy visible en Venezuela con la serie radiofónica –y antes, televisiva- de Chávez. Se trata de debilitar a las instituciones, en especial a los parlamentos, que en los hechos tienen un carácter de club elitista con poca vinculación con el pueblo. Esto significa que hay un elemento positivo en el populismo de izquierda, que convierte al pueblo en un sujeto activo de la sociedad. Así que hay una zona gris entre la democracia y el autoritarismo.
En los medios de comunicación se habla de personajes como Hugo Chávez o Evo Morales como si con ellos comenzara y terminara el populismo. Pero también hay populistas en Europa. ¿En qué se diferencian éstos de sus contrapartes latinoamericanos?
Si se toma como referencia al fenómeno Berlusconi, el populismo europeo resultaría algo así como el que practicó Carlos Menem en Argentina, con una política económica muy neoliberal, un populismo muy de derecha. Pero en cuanto a su orientación, ambos populismos son muy distintos y yo diría que imposibles de comparar el uno con el otro. Naturalmente, las instituciones democráticas son mucho más fuertes en Europa que en América Latina, de tal modo que el populismo tiene mucho menos oportunidades. Las causas del populismo europeo son otras. Jörg Haider en Austria, es un líder populista que representa a un partido de derecha. Su ascenso fue posible debido a que existe una especie de escepticismo acerca de la democracia. Muchos ciudadanos europeos no se sienten representados por las instituciones ni por los partidos. La democracia partidista parece haber llegado a un límite en muchos países de Europa.
En este sentido, Usted ve con ojos críticos el papel de la Unión Europea como promotora de “democracias electoralistas”, y no de democracias plenas. ¿Cómo es esto?
Dicho de modo muy general, la Unión Europea debiera jugar un papel político más relevante en América Latina. Quizá es injusto decir que Europa promueve democracias electoralistas, pero en el caso de Venezuela es necesario atender a la calidad de la democracia. Chávez ha sido ratificado en diferentes elecciones. Es a ello a lo que me refiero cuando hablo de democracias electoralistas, en las que a menudo lo importante es la forma y no el contenido. Otro ejemplo puede ser el de Guatemala, donde no hay un gobierno populista pero de ninguna manera puede hablarse de un régimen democrático. Aquí, la Unión Europea también ha jugado un papel muy débil en el fortalecimiento de instituciones democráticas más allá de los partidos. Otro caso serían las reformas al Poder Judicial o en los cuerpos de policía en América Latina. Europa debiera participar en ellas de modo más estructural y no con proyectos aislados. En Bolivia, la Unión Europea quizá jugó incluso un papel negativo con sus proyectos en materia de descentralización, y que promovieron tendencias negativas. No quiero decir con ello que la Unión Europea sea responsable por lo que ha pasado ahí, pero los proyectos de ayuda al desarrollo o en materia de descentralización también deben tomar en cuenta la manera como transforman la constelación política de un país. Uno debe ser cuidadoso al decidir qué promueve y cómo lo promueve. La Unión Europea apoya actualmente a actores políticos en América Latina, pero no refuerza a las instituciones. Debería asistir a los Estados y a la sociedad civil, y no tanto a los gobiernos.
La Dra. Susanne Gratius es investigadora especializada en temas latinoamericanos por parte de la Fundación para las Relaciones Internacionales y el Diálogo Exterior (FRIDE), con sede en Madrid. Ha trabajado como investigadora en el Instituto de Relaciones Europeo-Latinoamericanas (IRELA), el Instituto de Estudios Iberoamericanos de Hamburgo, y la Fundación Wissenschaft und Politik, de Berlín.