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El voto extranjero en Alemania

23 de septiembre de 2002

En Alemania viven más de un millón de ciudadanos nacionalizados alemanes. Mirra Banchón, ecuatoriana nacionalizada, cuenta que se siente votar por primera vez en el país que ha elegido como segunda patria.

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61,2 millones de alemanes, entre ellos 2,1 millones de extranjeros, han sido llamados a las urnas.Imagen: AP

Colonia, nueve de la mañana de un frío día de comienzos de otoño. Salpicando el acostumbrado absoluto silencio dominical, algunos peatones, la mayoría de ellos personas mayores, comentan. Las urnas electorales abren a las ocho. Van a votar. Yo también, por primera vez en Alemania. En el país en donde resido desde hace más de una década, el haberme nacionalizado hace un año lo hizo esta vez posible. También para otros dos hispanohablantes, éste es el día de estrenar su derecho democrático. ¿Qué se siente?, ¿por qué votar en un país que no es "propio"?, ¿es uno menos extranjero por hacerlo?

Primeras impresiones

Apenas cumplida la mayoría de edad había votado en mi país de origen, uno de los más pequeños y más desconocidos países latinoamericanos. En las mesas electorales entregaban un fajo de papeletas, entre las cuales uno debía marcar la del candidato de su elección, en caso de encontrarla. Hoy, acercarme a una especie de atril en el cual hay una pantalla con los partidos que se postulan, a dos columnas, una para cada uno de los votos que tengo, me pareció inusitado, sorprendente. Todo muy ordenado, nadie habla, ni comenta ni se ríe... Todo muy diferente a lo que sucede en otros países, como dice otro "recién nacionalizado" que proviene originariamente del Perú, "no hubo ni cola" me cuenta sorprendido.

El porqué de votar

En Alemania, el voto no es obligatorio. Sin embargo, hemos ido a votar. ¿Por qué? El uno, que llegó muy joven a este país y que hoy es padre de dos niñas, opina que es una obligación moral, puesto que "si me han dado la oportunidad de ser alemán, mi forma de agradecerlo es a través del voto. Realmente quiero sentirme partícipe, quiero ejercer mi derecho a elegir un gobierno". Para la otra, que emigró de la Argentina en 1982, el sentimiento es totalmente inédito, pues creció y estudió en dictadura. "Fue mi primera experiencia, a los cuarenta y nueve años. Estoy muy contenta porque es ser parte de la democracia, es un sentimiento de mucha alegría" declara. Mi sentimiento no dista mucho del de los otros dos: me siento emocionada, al fin puedo ejercer mi derecho democrático en un país que hace tiempo dejó de ser ajeno.

Los sentimientos y el pasaporte

¿Tener la nacionalidad alemana, hace acaso que uno se sienta alemán? "De ninguna manera" responde Juan "lo único que cambia es el estatus, pero extranjero sigo siendo, porque mi sentimiento, mi forma de ser sigue siendo peruana. No creo que un papel cambie a una persona". Ana, que ha conservado su pasaporte argentino y tiene doble nacionalidad, responde también que se siente extranjera, pero muy integrada. El hecho de poder votar es para ella sentirse parte de la política del país, que como extranjera pueda dar su opinión públicamente es lindo. El tener el documento de identidad alemán, no los hace alemanes, pero hace a ambos sentirse más seguros; para el uno se acabó el miedo a que puedan echarlo, para la otra el de que decir algo pueda tener consecuencias. Sin embargo, ninguno de los dos deja de ser sudamericano, porque sus raíces, su idioma "y todas las cosas que uno trae consigo" no se pueden negar.

Y sin embargo, extranjero

Y es verdad que no se puede negar ni olvidar, tampoco durante el tiempo de elecciones. Pocas horas antes de que abran las urnas electorales, los principales partidos están haciendo campaña en un mercado. Yo, mujer de baja estatura y pelo negro, paso frente a cada uno para hacer la prueba. No, ninguno me ofrece su programa. Ana me cuenta una experiencia similar: "cuando hacen publicidad, en las mesas, no te dan ni una rosa, ni una banderita ni un panfleto. Soy yo la que me acerco y me intereso. Entonces sí que cambian la actitud hacia uno". A Juan, en cambio, que vive en un barrio conocido por su cantidad de extranjeros, sobre todo de origen turco, sí le han ofrecido programas e información. Curiosamente a Eduardo, un argentino de origen alemán a quien le han negado hasta el momento la nacionalización, le ofrecen continuamente los regalitos electorales, a lo cual contesta: "no se moleste, yo no tengo derecho a votar".

Y yo concuerdo. Aunque Alemania no me es ajena -porque en ella estudié, me formé, he sido un ente profesional y productivo, y es el país donde elegí libre y voluntariamente vivir-, aunque nacionalizada y con derecho a voto, sigo siendo extranjera. Sin embargo, esto último no quita que sienta la misma obligación ciudadana de participar en el proceso democrático. También la misma alegría.