Europa redescubre la calma
25 de diciembre de 2010En los últimos lustros, el avance aparentemente imparable de la tecnología ha conseguido convencer a muchos europeos de que la humanidad lo tiene todo bajo control. Volar a Londres en la mañana para asistir a una reunión de trabajo y volar de regreso a casa en la tarde no es un delirio futurista, sino una posibilidad concreta; al igual que hacer compras de último minuto en internet desde el asiento de un avión, sabiendo que el proveedor hará llegar a tiempo los regalos de Navidad, mucho mejor empacados de lo que el propio comprador lo habría hecho. La técnica al alcance de sus dedos les permite estar muy bien organizados, en movimiento constante y siempre online.
Pero de cuando en cuando la naturaleza les recuerda lo frágiles que son el ser humano, las sociedades en las que vive y la sensación de seguridad a la que se han habituado. Basta que el invierno llegue más temprano y más frío que de costumbre, como lo ha hecho este año, o que traiga consigo temporales de nieve prolongados para que el sueño de una “blanca Navidad” se convierta en una auténtica pesadilla.
"Esta no es una catástrofe"
La compleja coreografía de la que depende el funcionamiento eficaz del transporte local, regional e internacional se convierte en un caos difícil de disipar: los trenes dejan de circular regularmente, los aeropuertos se ven obligados a cerrar pistas, a los camiones se les hace imposible surtir a los supermercados con mercancía fresca. Una suerte de arritmia sabotea todo lo que permite planificar la vida pública y privada para que marche como un reloj. ¿No es esta una catástrofe?
“No”, sostiene Karlheinz Geißler, profesor emérito de la Universidad de la Bundeswehr en Múnich en el campo de la Pedagogía Económica; Geißler se ha especializado en los últimos años en la investigación del tiempo y cómo las personas hacen uso de él. La crisis que vive el transporte en Europa debido a los estragos del invierno evidencia hasta qué punto la sociedad exagera la planificación del tiempo. “Nosotros queremos ser cada vez más rápidos, solucionar cada vez más cosas simultáneamente; pero la naturaleza tiene su propio ritmo”.
La nube volcánica, un precedente
A juicio de Geißler, el conflicto entre la noción noroccidental del tiempo y el ritmo de la naturaleza, es inevitable: mientras más rápida quiera ser la sociedad, con más dureza se hará sentir la naturaleza. El caos ya se había dejado sentir en el Viejo Mundo en abril, cuando la nube volcánica proveniente de Islandia se extendió por los cielos europeos hasta imposibilitar el tráfico aéreo en el norte y el centro del continente. Miles de viajeros se vieron atrapados en aeropuertos y las líneas aéreas sufrieron grandes pérdidas.
Sin embargo, los europeos no parecen haber aprendido mucho de esa experiencia. Geißler dice que la tendencia general a saturar el calendario personal y la agenda diaria de citas y actividades ha aumentado. “Basta analizar los mensajes de la industria publicitaria: ella nos promete continuamente lograr que todo marche un segundo más rápido que antes”, explica Geißler. A sus ojos, mientras la expectativa de “mayor productividad en menor tiempo” y la mentalidad que la alberga no cambien, seguirán teniendo lugar estas crisis.
Disfrutando el “estado de excepción”
Sin embargo, algunos de aquellos que en un primer momento reaccionaron consternados por las inclemencias del tiempo han empezado a disfrutar las posibilidades de esparcimiento que el invierno de fin de año ofrece. Los que pueden han sustituido el automóvil por el trineo, cancelado los viajes innecesarios y, en general, redescubierto lo que la calma tiene de bueno. “Claro que es frustrante no resolver lo que tenía en mi lista de asuntos pendientes; por otro lado, ahora puedo disfrutar de cosas que antes no podía por falta de tiempo”, comenta Geißler.
Liberarse de los compromisos autoimpuestos tiene sus ventajas, aún cuando a muchos les cueste acostumbrarse a hacerlo. ¿Quién lo habría imaginado? Lo que antes tenía máxima prioridad, de un segundo a otro ya no importa porque ha dejado de ser un objetivo realizable. De pronto se tiene tiempo para escuchar música sin interferencias externas, leer un buen libro o, simplemente, asomarse a la ventana para mirar la nieve caer. Lo ideal sería aprender a prolongar este “estado de excepción”, antes de que pase el invierno y la próxima ola de estrés vuelva a azotar.
Autora: Elisabeth Jahn / Evan Romero-Castillo
Editor: Enrique López