Expectativas sombrías para Egipto
8 de julio de 2013Sin lugar a dudas, el golpe de Estado de los líderes militares en torno al ministro de Defensa Abdel Fatah al-Sisi fue orquestado de manera muy inteligente. Rodeado de las autoridades religiosas más altas del país, del gran jeque de la Universidad Al-Azhar, Ahmed al-Tajjib, y del Papa copto Tawadros II, del político de oposición y Premio Nobel de la Paz, Mohammed El Baradei, así como de representantes del joven movimiento Tamarud, el jefe de las Fuerzas Armadas anunció la destitución del Presidente Mohammed Mursi y la suspensión de la Constitución.
Sin embargo, esta trama política no puede ocultar el hecho de que este peligroso y trascendental precedente representa un golpe de Estado en contra de un presidente democráticamente electo y legítimo. Además, no se trata de una “segunda revolución”, como afirman representantes de la oposición.
Después de todo, no fue la exitosa movilización de las masas, el pasado 30 de junio de 2013, la que decidió la lucha de poder entre los grupos enemistados de islamistas y “liberales”, sino la intervención del ejército. Hoy sabemos que, días antes de las protestas, los jefes militares ya habían tomado la decisión de perpetrar un golpe de Estado en contra de Mursi.
Tampoco la participación del oportunista “Partido de la Luz”, de los salafistas, como representante del bando islamista, en esta orquestada “ceremonia de destitución”, cambia el hecho de que la violenta toma del poder del ejército egipcio sea un golpe de Estado y un retroceso en el proceso de democratización.
El golpe de Estado no fue inevitable
Indudablemente, Mursi se mostró incapaz de gobernar el país árabe más grande. Sobre todo, fracasó en su intento de unir al país dividido políticamente y convertirse en el presidente de todos los egipcios. Esto fue indispensable, ya que, hace un año, había sido electo por escasa mayoría. También fue incapaz de abordar eficientemente los problemas económicos más urgentes, y adoptar medidas contra el alto índice de desempleo, la inflación y la escasez de combustible.
Aún así, ¿la intervención del ejército fue inevitable para acortar el gobierno de Mursi? Si tomamos en cuenta que, después de las protestas de masas, la autoridad del entonces presidente había erosionado minuciosamente, cuesta creerlo.
Una alianza dudosa contra Mursi
La alianza contra Mursi dejó pasar la histórica oportunidad de dejar fracasar políticamente a los Hermanos Musulmanes, los principales representantes del islamismo. En cambio, les ofrece la oportunidad de renovar el mito de los mártires. Ahora, los islamistas podrán decir que, cada vez que ganan unas elecciones democráticas, como en Argelia en 1992, son derrocados por un golpe de Estado. Asimismo, es dudoso que la oposición tan heterogénea hubiera podido enfrentar a los islamistas políticamente, sin mencionar su alianza con antiguos secuaces del gobierno de Mubarak. Por su parte, los militares solo están interesados en defender sus privilegios: el ejército, por ejemplo, controla una cuarta parte de la economía egipcia.
Para evitar que el país se vuelva ingobernable, todos los poderes políticos deben ser integrados al proceso de transición, especialmente, los Hermanos Musulmanes que siguen siendo el poder político mejor organizado del país. Cualquier intento de establecer un nuevo orden político sin su participación, estaría destinado al fracaso.
Autor: Loay Mudhoon/ VC
Editor: Enrique López