Grietas en el “país modelo”

La franja que divide a ricos y pobres en Santiago de Chile es una barrera invisible pero extremadamente gráfica: los barrios ricos están arriba, en dirección a la cordillera. Los pobres, en la parte baja de la ciudad. Como en la vida misma. Entre el “arriba” y el “abajo” existe un abismo difícil de superar, que protege el estatus de los unos y hace, sino imposible sí poco probable, la mudanza de los otros. Sobre el abismo mismo están los malabaristas: cada día a punto de caer rodando… hacia abajo, claro.

Según el Banco Mundial, Chile es, después de Brasil, el país con mayores desigualdades de América Latina y se encuentra entre los 10 primeros países del planeta con peor redistribución de la riqueza. La falta de equidad es una de las razones por las que Chile no fue aceptado en la OCDE, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, y es la única queja que tiene el Fondo Monetario Internacional para con este país, que por lo demás es el niño bonito del continente.

Carretoneros del bajo Santiago

A Gema el Gobierno le concedió una casa pero no tardó ni un año en regresar a su campamento: un conglomerado de “hogares” hechos de tablas de zinc, cartones y maderas que se alza sobre una montaña de basura. Perdió sus cuatro paredes, 18 m² para seis personas, pero vive más tranquila.

“Tuve que venirme porque al Luisito [uno de sus cuatro hijos] empezaron a darle ataques epilépticos… el médico me dijo que era por el estrés: como era tan mala la población, tenía que tenerlo encerrado… aquí no hay peligro de que pasen peleando, de que anden con pistolas… pero allá se ve mucho eso… gente tomando en las mismas escaleras… y yo no sacaba a los chiquillos a la calle, por desconfiada”, cuenta Gema.

Mirando alrededor, resulta difícil imaginar que exista un lugar peor para vivir que el campamento. Pero desde que volvieron, a Luisito ya no le dan convulsiones. El alquiler de una vivienda en Chile cuesta como media unos 200 euros. El 43% de los habitantes de Santiago vive en hogares cuyos ingresos mensuales están por debajo de los 450 euros. De ellos, un 8,5% dispone de menos de 239 euros al mes.

“Mi esposo es carretonero”, explica Gema “trabaja retirando escombros”. Vendiendo lo que otros desechan gana unos 115 euros al mes. Gema quiere que sus hijos estudien. No aspira a que vayan a la universidad, pero sí a que por lo menos acaben la enseñanza básica. “Hasta para empleada del hogar te piden hoy el cuarto básico”, dice. Sólo los viajes en autobús a la escuela de sus cuatro hijos le supondrían, en el mejor de los casos, 80 euros al mes. A unos metros del campamento hay un colegio, pero cuesta por niño y mes 35 euros. Chile es, según el Programa de Comparación Internacional, el país más caro de América del Sur.

Gema tiene suerte porque están el “tío Luis” y su gente. Ellos vienen a buscar a los niños para que puedan ir a clase y les ayudan con el material escolar. También les dan de comer, cuando la comida en casa no basta para todos. El 40% del dinero del que dispone el Centro Abierto Los Pinos, la organización de Luis, procede de Alemania, del programa Kindernothilfe. Pero la financiación germana se cortará a partir de diciembre de 2006.

Artistas del día a día en la clase media

En Santiago, el dónde tiene a veces más importancia que el qué o el cómo. Dónde se vive. Dónde se estudia. Dónde se trabaja. Dónde se vacaciona. Para la clase alta es una cuestión de prestigio. Para la media, de calidad. Una calidad por la que se trabajan incontables horas extras (sólo el 30% de los empleos en Chile están calificados de “decentes” por la Organización Internacional del Trabajo) y se asumen créditos que endeudan de por vida.

Un 25,6% de los ciudadanos de la capital chilena se mantiene con ingresos que van de los 600 a los 750 euros por hogar y mes. Y el presupuesto familiar de otro 20% del “Gran Santiago” oscila entre los 800 y los 1.700 euros al mes.

Ricardo es administrador de empresas, vive en un piso de 110 m² que aún está pagando, en la comuna santiaguina de Estación Central. Ricardo tiene dos hijos, un coche y suele pasar los 15 días laborables de vacaciones que le concede la legislación chilena dentro del país.

La escuela pública cierra en Chile demasiadas puertas. Un colegio privado de calidad media puede costar unos 270 euros al mes. Una universidad pública, como la Universidad de Chile, cuesta una media de 220 euros mensuales, pero el precio varía según la carrera que se elija. Y el prestigio varía según lo que se ha estudiado.

Los dos hijos de Ricardo fueron a colegios privados y acabaron la Universidad. Durante gran parte de su vida, Ricardo trabajó 10 horas diarias y tuvo que endeudarse en varias ocasiones. La principal, cuando su mujer enfermó de cáncer. Porque la sanidad en Chile también se paga: público o privado, ningún seguro cubre el 100% de las prestaciones salvo para aquellos que ganan por debajo del sueldo mínimo, es decir, menos de 195 euros mensuales. Y también aquí, si es factible, uno trata de huir protección estatal y refugiarse en la privada.

Los que sí viajan a Europa

Patricia trabaja en la embajada de Estados Unidos como experta en seguridad. Su marido es corredor de seguros. Tienen dos hijos, un coche por persona, una empleada del hogar y una casa de 240 m² sobre 1.000 m² de terreno situada en Lo Barnechea, un barrio alto de Santiago: forman parte del 11,3% de santiaguinos que vive sin apreturas. Los niños fueron al Redland School, un colegio privado que cuesta unos 550 euros al mes. Y las mensualidades de la universidad salieron por otro tanto.

"Cuando los niños empezaron a tomar vacaciones solos y a arrendar casas en la playa con amigos, nosotros comenzamos a viajar. Por lo general, viajamos tres semanas a Europa y después nos quedamos por aquí cerca”, comenta Patricia.

Patricia considera positivas las privatizaciones llevadas a cabo en las últimas décadas. El Estado es mal gestor, asegura. Pero no todo puede quedar en manos privadas, dice, porque alguien tiene que hacerse cargo de las personas de menos ingresos. No es la única que sostiene esta opinión, que acaba relegando al Estado a la calidad de “hogar del indigente”.

“Donde se ha notado un cambio en los últimos treinta años es en que ya no se ve gente mal vestida o pidiendo en las calles… eso, que en otros países a mí me ha tocado verlo, aquí se ve cada vez menos”, afirma Patricia. Seguramente porque en esta ciudad de seis millones de habitantes cada cual vive dentro de su comuna. Gema, por ejemplo, nunca ha pisado el centro de Santiago. Lo Barnechea menos. Cómo viven los ricos, sólo se lo imagina.