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¿Hacia dónde con la basura tóxica?

FabianSchmidt (mb)17 de septiembre de 2012

En Brunsbüttel, en la alemana Schleswig-Holstein, se encuentra la central para tratamientos de residuos tóxicos y peligrosos más grande del país. Diariamente 150 toneladas de químicos dañinos pasan por aquí.

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La Central para Basuras Especiales Sava, en BrunsbüttelImagen: SAVA/ Remondis

Pesticidas, disolventes, lacas, ácidos, baterías, desechos infecciosos de los hospitales, cadáveres de animales y medicamentos: todo esto llega al inmenso horno de la Central para Basuras Especiales Sava. La gerencia se comprometió voluntariamente a respetar los límites de emisión estatales. Lo curioso es que sus emisiones no llegan ni a la mitad del nivel permitido. ¿Cómo lo hacen? Casi todos los desechos tóxicos pueden ser descompuestos químicamente, todos existen en combinaciones orgánicas o inorgánicas.

El calor destruye los compuestos orgánicos

Entre los compuestos orgánicos están los aceites, los pesticidas, disolventes y lacas. Especialmente estable y difícil de descomponer es el hexaclorobenceno, los clorofluorocarburos (CFC) y los bifenilos policlorados (PCB). “Si los calienta por más de dos segundos a más 1100 grados Celsius, ceden. Sus moléculas se descomponen completamente a esas temperaturas”, explica Martin Kemmler, químico que dirige la central. Para que todos los desechos peligrosos puedan ser quemados no entran directamente en un horno, como es el caso con la basura normal. Los residuos especiales van primero a un inmenso kiln –una cámara térmicamente aislada- en donde la basura se mezcla bien y se oxigena, así se alcanzan temperaturas especialmente altas.

Después van a la cámara de incineración, en donde se descomponen totalmente. El gas de combustión que sale de ahí casi no contiene compuestos orgánicos tóxicos, como dioxinas o furano. Para que éstos no se forman cuando el gas se enfría, los técnicos de la central tienen un truco: enfrían el gas reduciendo su temperatura de un solo golpe a los 70 u 80 grados centígrados.

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Las sales pasan por filtros electrónicos. De ellas queda un polvo inofensivoImagen: SAVA/Remondis

Filtros y catalizadores contra tóxicos inorgánicos

Después de que los compuestos orgánicos han sido desechos, les toca a los inorgánicos como flúor, fósforo, bromo y cloro. Esto sucede lavando el gas. Al hacerlo, se separan los iones de los más diversos ácidos inorgánicos y se los neutraliza con cal. Se obtiene entonces una suspensión líquida que llega a un evaporador. El agua desaparece y lo que queda es el fluoruro de calcio, el fluoruro de fosfato, fluoruro de bromo y el cloruro de calcio. Estas sales pasan por un filtro y abandonan la central en forma de un polvo inofensivo.

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El kiln, la cámara aislada, en donde los desechos se mezclan y alcanzan temperaturas especialmente altas.Imagen: SAVA/Remondis

Volviendo al gas. Éste es lavado con hidróxido de calcio, la consecuencia es la separación del dióxido de azufre. “El SO2 se oxigena y se transforma en trióxido de azufre y se torno inmediatamente en ácido sulfúrico. Éste se mezcla con calcio 2+ y de allí sale el sulfato de calcio, es decir yeso”, explica Kemmler.

Después de todo este proceso de limpieza, en el gas quedan todavía restos de compuestos tantos orgánicos como inorgánicos; el mercurio, por ejemplo. Éste se extrae mediante filtros de carbono.

Ahora sólo quedan los óxidos de carbono que pueden ser desarticulados con un catalizador con amoníaco. El catalizador logra que los óxidos de carbono y el amoníaco reaccionen y produzcan nitrógeno, es decir, el gas inofensivo del que se compone un 70 por ciento del aire que respiramos.

De todos los tóxicos queda al final un dióxido de carbono casi limpio e inofensivo, también vapor de agua, nitrógeno y algunos residuos concretos como los metales. Éstos son pasados al reciclaje. La escoria de la combustión pasa a depósitos exteriores; las sales del lavado del gas y el yeso se depositan bajo tierra.

Fundamental, la buena preparación

Esta central tan especializada exige algún esfuerzo sobre todo en cuanto al transporte, el tratamiento y el almacenamiento de los desechos. Los más peligrosos, como los restos de los hospitales, no pueden ser llevados directamente a la cámara de combustión. Tienen que subir al horno en contenedores herméticos para que nada infeccioso escape.

Los contenedores tampoco son volcados sin más uno tras otro en el horno. Se los distribuye sistemáticamente de tal manera que las emisiones de dióxido de azufre se mantengan constantes. “No es accidental la manera en la que hay manejar esos desechos”, explica Markus Gleis, especialista de la Oficina Federal de Medio Ambiente que acompañó el proceso de construcción de la central. “Los conocimientos del personal y adecuado nivel tecnológico del equipo son las condiciones para impedir emisiones”, subraya el especialista.

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Equipo de medición de emisionesImagen: SAVA/Remondis

Para asegurar que a sus procesadores llegue sólo lo que debe llegar y que sólo se produzcan aquí emisiones por debajo del límite permitido, SAVA cuenta con un laboratorio propio. Este examina los desechos que llegan. “Contamos con un equipo de fluorescencia de rayos X que en diez minutos ha cubierto toda la tabla periódica de los elementos”, cuenta Hans Keulerz, director del laboratorio. Aquí se decide diariamente el menú de lo que va a ser incinerado: el equipo recibe una lista detallada de los distintos tipos de desechos según su consistencia, su combustión y su grado tóxico. Así se asegura que los estrictos límites de emisión se respeten y mantengan y que la temperatura sea constante, algo de crucial importancia para una central que opera 24 horas, sin pausa, mes tras mes.

Autor: Fabian Schmidt (mb)
Editora: Emilia Rojas