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Los principales responsables aún no están en prisión

18 de julio de 2019

La sentencia dictada contra El Chapo Guzmán en Nueva York da cierta sensación de justicia. Pero no tendrá eficacia disuasiva en quienes deciden ser un engranaje de la inmensa maquinaria del tráfico mundial de drogas.

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USA «El Chapo»-Prozess
Imagen: picture-alliance/dpa/E. Williams

La sentencia dictada el 17 de julio en una corte de Brooklyn, New York, contra el narcotraficante mexicano Joaquín Guzmán Loera, mejor conocido como El Chapo, se hizo viral en todo el mundo. La cadena perpetua, más treinta años de prisión, y la orden de confiscar los supuestos 12 mil 666 millones de dólares que habría acumulado en 20 años de carrera criminal dejó un buen sabor de boca para muchos de los neófitos en el tema que siguieron como serie de televisión el llamado ‘juicio del siglo'. Sin duda el más publicitado mundialmente en la historia reciente gracias a la cobertura mediática y redes sociales.

Es irónico. Al final El Chapo logró ser famoso en todo el mundo, lo que tanto había ambicionado desde que a los siete años tuvo que abandonar la escuela primaria para trabajar con su padre en los cultivos ilícitos de drogas en Sinaloa. Aunque seguramente no imaginó que sería así. Sentado en la corte de Brooklyn durante tres meses, encerrado en una fría celda sin ningún privilegio por primera vez en su vida, escuchando las declaraciones de catorce ex socios y empleados, y hasta una ex congresista mexicana que fue su amante. Sus voces llenaron la sala y los medios de comunicación con las historias más bizarras de violencia, venganza y crueldad.

Obligado a guardar silencio y a no declarar siquiera a su favor por consejo de sus abogados,  ya que cualquier declaración solo empeoraría las cosas, las últimas palabras públicas que pronunció el capo antes de que el juez dictara la sentencia seguramente tampoco eran las que le habrían gustado como epílogo de su historia. "No hubo justicia aquí”, dijo, y se quejó de los "tratos inhumanos” que sufre en la prisión. "Estados Unidos no es mejor que cualquier otro país corrupto”, sentenció.

Así, la leyenda construida por el gobierno de Estados Unidos y el de México, socializada a través de series de televisión, llegó a su clímax. El campesino de la sierra de Sinaloa que apenas sabía leer y escribir con su potente mente criminal y espíritu enamoradizo pudo convertirse en uno de los hombres más ricos del mundo. El David Copperfield de la cocaína, que con chasquido podía hacerla desaparecer en un extremo del mundo y reaparecer del otro extremo. Todo con la ayuda de un puñado de socios narcotraficantes y asesinos, y unos cuantos funcionarios públicos incluyendo a los dos últimos expresidentes de México, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, y al ex secretario de seguridad pública de México, Genaro García Luna, de acuerdo a las declaraciones de los testigos de la Fiscalía, retenidas a la fuerza por la propia Fiscalía.

Desde el inicio del juicio el juez vetó que se hablara a detalle del sistema de corrupción del Cartel de Sinaloa dentro y fuera de México para que las cosas no se salieran de control. Para justificar la censura, Cogan argumentó el 14 de noviembre en una audiencia a puerta cerrada, de la cual obtuve transcripción, que quien estaba a juicio no era el gobierno de México sino lo que estaba a juicio era saber si Guzmán Loera era culpable o no de los 10 delitos que le imputaban: conspiración internacional para traficar drogas, distribución internacional de drogas, lavado de dinero, y uso de armas de fuego, entre otros.

Pero ¿cómo explicar los crímenes de El Chapo y su impacto, si no se habla de la corrupción dentro y fuera de México que ha permitido que él, y muchos como él puedan traficar desde México drogas en todo el mundo? ¿Cómo explicar que el Cartel podía ganar impunemente millones de dólares por cada tonelada de droga sin mencionar el sistema financiero legal que le permite reciclar ese dinero para usarlo en nuevas transacciones legales e ilegales? ¿Cómo justificar que el Cartel de Sinaloa sigue siendo una pieza central en el tráfico de drogas mundial aunque Guzmán Loera está encerrado en una prisión de máxima seguridad desde hace dos años en New York?

Luego de 14 años de investigar directamente la historia, estructura y operaciones del Cartel de Sinaloa sé que la realidad va mucho más allá y es más compleja que el reduccionista juicio de El Chapo.

DW Kolumne Anabel Hernández
Anabel Hernández, columnista de DW.

Según el Instituto de Defensa y Análisis (IDA por sus siglas en inglés), asesora de la Secretaría de Defensa de Estados Unidos, el Cartel de Sinaloa tiene presencia en ochenta por cierto del territorio de este planeta: en todo el continente americano, en países como Inglaterra, Francia, Italia, Holanda, España y Alemania, y en África Occidental. En Asia en ciudades en India y China. Y llega hasta Australia y Nueva Zelanda.

La presencia territorial del Cartel y los impresionantes números de las ganancias netas del tráfico de drogas, obliga a hacer otro tipo de reflexión.

De acuerdo a un contador, cuyo testimonio en el juicio pasó totalmente desapercibido, el Cartel de Sinaloa compra en Colombia, Perú o Bolivia el kilo de cocaína en 2.500 dólares. Cuando ese kilo llega a México tiene un precio comercial al mayoreo de 15.000 dólares. Según el contador con la quinta o cuarta parte del valor comercial se cubre el costo bruto del producto incluyendo el transporte, el resto son ganancias. No importando a qué lugar del mundo llegue ese kilogramo, el Cartel tiene un margen de ganancias por kilo que va del 300 al 400 por ciento.

Los números se hacen más interesantes entre más lejos viajan esos mil gramos de droga. En Los Ángeles, California, el valor comercial al mayoreo es de 20.000 dólares; en Chicago, 25.000; en Nueva York, 35.000. En Italia 55.000, y en Australia 140.200 dólares. Es el dinero y no el talento criminal de El Chapo lo que permite que el negocio fluya más allá de las fronteras mexicanas. ¿Quién puede si quiera pensar que puede frenar un negocio que genera ese margen de ganancias encarcelando únicamente a Guzmán Loera? ¿Quién se queda realmente con la mayoría de esas ganancias?, esa es la pregunta que debió responderse en el juicio de El Chapo, pero que a ninguno convenía responder.

Estas cifras contrastan con uno de los secretos mejor guardados del gobierno de México: ¿Cuantas propiedades, empresas, dinero en efectivo, joyas, cuentas bancarias y cualquier otro tipo de bien se ha asegurado a Joaquín Guzmán Loera o a su familia, o personas vinculadas a él del año 2006 a diciembre de 2018, es decir durante los sexenios de Calderón y Peña Nieto y la "feroz” e "implacable” guerra contra el narcotráfico?

Solicité esta información a través de la ley de transparencia al nuevo gobierno de izquierda de Andrés Manuel López Obrador. Se negaron a darme los datos argumentando que podrían poner en peligro la seguridad nacional y las investigaciones en curso. Finalmente a través de recursos legales obtuve la secreta cifra: 3 relojes, 1 propiedad, 5 armas de fuego, 171 cartuchos, 5 cargadores, 1 equipo de cómputo y 3 teléfonos celulares. Las ridículas cifras y la celosa custodia de ellas hablan por sí mismas.

El gran juego de poder que significa el tráfico anual de toneladas de drogas a Estados Unidos y otras partes del mundo el cual controla el Cartel de Sinaloa sin la presencia de Guzmán Loera, continúa. Los amos del juego, los verdaderos amos, siguen, Joaquín Guzmán Loera es solo una ficha, un jugador, no es el dueño del juego.

La sentencia recién dictada contra El Chapo Guzmán en Nueva York tendrá una eficacia efímera en la opinión pública porque da cierta percepción de justicia. Pero no tendrá eficacia disuasiva en quienes deciden ser un engranaje de la inmensa maquinaria del tráfico de drogas mundial, mucho menos para los verdaderos jefes y beneficiarios de esa maquinaria. Ninguno de ellos es El Chapo, los principales responsables aún no están en prisión.

La periodista y autora Anabel Hernández escribe desde hace años sobre los carteles de la droga y la corrupción en México. Después de amenazas de muerte, tuvo que abandonar México y desde entonces vive en Europa. Por su trabajo recibió el premio DW Freedom of Speech Award 2019 en el Global Media Forum de la Deutsche Welle en Bonn.

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