La caída del "juez inclemente"
20 de agosto de 2003Hace poco más de dos años, la entrada de Ronald Schill en la escena política constituyó algo así como un pequeño terremoto. Conocido por la dureza de sus fallos judiciales, sus promesas de aplicar la mano dura para comatir la delincuencia y otros desmanes en Hamburgo logró convencer a casi el 20% del electorado de esa ciudad-estado. Con tal resultado en las urnas, el juez, apodado el "inclemente", logró su objetivo: formar coalición con la Democracia Cristiana y los liberales, en ese tradicional bastión socialdemócrata.
Los deslices de Su Señoría
"Su Señoría" había prometido emplear en la política tanto rigor como en su estrado, desde el cual había condenado por ejemplo a un par de años de cárcel a una mujer desequilibrada, por rayar un automóvil. Pero la vida en el gobierno, como senador del Interior (cargo equivalente al de ministro), no le resultó tan fácil como en el tribunal, donde mandaba sin réplicas. Más de una escapada verbal, como la que se permitió en un discurso en el parlamento donde se pronunció contra la ayuda a los extranjeros, le valieron críticas hasta de sus socios de coalición.
Si bien la tasa de delincuencia se redujo en Hamburgo durante su gestión, el problema desde luego no se resolvió. Las recetas populistas difícilmente pueden resultar eficaces, porque nunca es simple la solución de asuntos complejos. En cambio, Schill comenzó a dar qué hablar como asiduo concurrente a fiestas y hasta cayó bajo sospecha de consumir drogas. La gota que colmó el vaso de la paciencia del alcalde-gobernador de Hamburgo, Ole von Beust, fue la negativa de Schill a despedir a su brazo derecho, acusado de negocios paralelos. En lugar de acatar la instrucción, amenazó a su jefe con revelar una supuesta relación homosexual que mantendría con otro funcionario del gobierno hamburgués. Von Beust no trepidó en expulsarlo de su oficina y del gabinete regional.
Alivio en Hamburgo
La estrepitosa caída del "juez inclemente" no es sólo un episodio digno de la prensa amarillista local. Más bien refleja el rotundo fracaso de un experimento populista, que en sus inicios parecía tener incluso perspectivas de hacer escuela más allá de los límites de Hamburgo. El partido de Schill se había propuesto instaurarse como fuerza política también en otras regiones de Alemania, con la esperanza de cosechar votos entre los descontentos con los grupos tradicionales de poder. Sin embargo, jamás logró repetir su primera victoria electoral. En los último comicios federales, sólo consiguió un magro 0,8% de los votos. También en Hamburgo su votación cayó a un 4,2%.
Ahora, los Hamburgueses parecen sentirse aliviados de ver alejarse al draconiano magistrado de la esfera gubernamental. Por lo menos así lo indican las manifestaciones espontáneas que se produjeron en la ciudad portuaria al conocerse la noticia de su destitución. Incluso el jefe del sindicato de la policía local expresó su satisfacción por la partida de esta figura que había llegado al gobierno enarbolando la bandera de la ley y el orden. Según Konrad Freiberg, para la policía "termina una pesadilla". Su más perdurable legado, a todas luces, serán los nuevo uniformes azules que Schill mandó diseñar para dar un aspecto más "amistoso" a los guardianes de la seguridad ciudadana. Aparte de eso, queda la moraleja de que a estas alturas de la historia el populismo no es más que una manifestación fugaz, aunque venga de la mano de un "juez inclemente".