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La crítica de China a EE. UU. tiene una pizca de razón

Alexander Görlach.
Alexander Görlach
8 de marzo de 2023

Xi Jinping acusa a EE. UU. y a sus aliados de "frenar, cercar y reprimir a China". Y tiene razón en un punto, que no habla precisamente a su favor, opina Alexander Görlach.

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Xi Jinping en una reunión con Joe Biden.
China acusa a Occidente. _En la foto: el presidente Xi Jinping, en una reunión con el presidente estadounidense, Joe Biden, en noviembre de 2022.Imagen: Saul Loeb/AFP/Getty Images

La crítica en el entorno de la Asamblea Popular China, en Pekín, fue bastante grave: el gobernante chino, Xi Jinping, y su ministro de Exteriores, Qin Gang, acusan a Estados Unidos de "reprimir" sistemáticamente a la República Popular y, por lo tanto, de provocar conflictos con "consecuencias catastróficas".

A todo esto, las señales de la política de Pekín hacia EE. UU. parecían marcar, en temas de personal, una distensión. Con el nuevo ministro chino de Exteriores, Qin Gang -quien ya había sido embajador en EE. UU.- Xi convocó a un diplomático que tiende puentes. Alguien que suavizaría el tono y trataría de no levantar nuevas olas. Pero el globo espía que envió Pekín sobre EE. UU. puso fin a esa intención en febrero, cuando se canceló una reunión entre Qin Gang y el secretario de Estado estadounidense, Anthony Blinken.

Según los medios estatales chinos, Xi Jinping ha declarado ahora, en la Asamblea Popular, que Estados Unidos ha cercado a la República Popular y, por lo tanto, está obstaculizando su progreso económico. Aparentemente, Xi está mezclando aspectos que no van juntos: el poder de las alianzas y la fuerza militar, por un lado, y el poder económico, por el otro.

Dependencia económica

Es, en gran parte, gracias a la iniciativa de EE. UU. que China fue admitida en 2001 en la Organización Mundial del Comercio (OMC), y se convirtió así en verdadera parte de la economía mundial en el apogeo de la globalización de los años 90.

Washington no hizo esto sin tener sus propios intereses económicos. Al mismo tiempo, EE. UU. ha permitido a Pekín transformarse en una fábrica para el mundo, sacando de ese modo a varios millones de personas de la pobreza extrema. Desde entonces, ha habido una dependencia económica fundamental entre los dos países: China necesita a los mercados del mundo libre para vender sus productos, mientras que el mundo libre necesita a la República Popular para la producción barata.

El precio del crecimiento económico

Con o sin rivalidad geopolítica entre ambos países, esa relación se encontraba en un momento de crisis, con el cual también otros pesos pesados asiáticos, como Taiwán y Corea del Sur, se vieron o se ven confrontados: si la productividad de un país aumenta, también aumentan, con el tiempo, el costo de vida y los costos de producción.

Taiwán y Corea del Sur comenzaron su ascenso a través de cambios importantes en el sector agrícola, que luego fluyeron hacia la industria textil y otro tipo de producción. Y, finalmente, esos países pasaron al sector de alta tecnología, donde aún se encuentran hoy, como los principales actores en la fabricación mundial de chips. Sin embargo, desde Seúl hasta Taipéi, la vida se ha vuelto tan cara que los jóvenes tienen cada vez menos probabilidades de tener hijos, lo que cuestiona fundamentalmente el modelo de crecimiento del pasado.

Poder económico y dictadura

El Partido Comunista de China (PCCh) quería que la República Popular siguiera el mismo camino, pero sin dejar de ser una dictadura, a diferencia de Taiwán y Corea del Sur, quienes, en el transcurso de su modernización económica, a fines de los 80 y comienzos de los 90, dejaron de ser dictaduras militares para convertirse en democracias.

Ese cálculo, obviamente, no funcionó. La productividad en China ya no está aumentando porque en el Estado de vigilancia de Xi no es la competencia, sino la lealtad, lo que cuenta, y las personas, que viven constantemente con el miedo de decir o hacer algo incorrecto no pueden ser impulsoras de la innovación. El conformismo del país hace tiempo que aterrizó en las grandes empresas tecnológicas.

La dictadura de Pekín no utiliza la tecnología desarrollada en China para el bienestar y la prosperidad de su población y de la humanidad, sino que desarrolla tecnologías militares y de vigilancia cada vez más pérfidas que han conducido, en definitiva, a que EE. UU. quiera, de hecho, prohibir el desarrollo de esas tecnologías en la República Popular China.

Alexander Görlach, columnista de DW.
Alexander Görlach, columnista de DW.Imagen: Hong Kiu Cheng

En ese sentido, Washington impide realmente el ascenso de Pekín, como critica Xi. Pero, al hacerlo, Washington se está haciendo un favor a sí mismo y al mundo, porque una mirada a Xinjiang muestra a dónde conduce la otra parte de este viaje: allí, Xi y su nomenklatura están cometiendo un genocidio contra la minoría uigur, que está siendo monitoreada en cada paso, mientras se la priva de sus derechos humanos. Los diez millones de uigures viven en una prisión al aire libre, y un millón de ellos están en campos de concentración donde se supone que deben ser "reeducados".

Los vecinos de China buscan la cercanía con EE. UU.

A nivel diplomático y militar, las declaraciones de Xi y de Qin evidencian que actualmente la República Popular China no es ni una hegemonía regional ni una superpotencia. Desde hace décadas, Estados Unidos sostiene alianzas con muchos vecinos de China: con Japón, Corea del Sur, Taiwán, Filipinas y Australia. Todos esos países han buscado una mayor cercanía a Washington en el pasado reciente, porque la actitud del mandatario chino es cada vez más agresiva: amenaza a sus vecinos con una escalada militar, si no prestan atención a sus reclamos territoriales, construye nuevas bases en el Mar de China Meridional e invierten masivamente en su Ejército.

En 2020 se produjo un intercambio de disparos en la frontera con la India, con soldados muertos en ambos bandos. Además, el miedo absoluto a Corea del Norte, vasallo de China, recorre también la región y provoca incluso un acercamiento de los rivales Japón y Corea del Sur, ambos aliados de EE. UU.

Es decir, que lo que lamenta Xi Jinping es que los países de la región se hagan cargo de su propio destino y configuren su futuro de acuerdo con los derechos que les corresponden como Estados soberanos, en virtud de la Carta de las Naciones Unidas.

En cuanto a Taiwán, su estatus sigue sin aclararse. La Resolución 2578 de Naciones Unidas, que otorga a la República Popular China un asiento en la Asamblea General, deja abierto el futuro de la isla, que nunca ha estado bajo el Gobierno del Partido Comunista de China. Xi Jinping dice que su proyecto de "rejuvenecer la nación" no estará completo hasta que Taiwán se incorpore a la República Popular. Pero el deseo del autócrata no implica ningún derecho.

Taiwán, la cuestión clave

La estrategia de Pekín en lo concerniente a Taiwán queda en evidencia con el comportamiento del PCCh desde el inicio de la guerra de Rusia contra Ucrania. En los documentos estratégicos del Ministerio de Exteriores chino, recientemente publicados, queda claro que Pekín está a favor de una victoria de Putin. Allí se nombra a la OTAN como la causa real de la guerra, y se culpa a Ucrania y a Rusia por igual del conflicto armado. Pero eso es justamente erróneo: Ucrania ha sido atacada por Rusia, el mundo libre apoya a Kiev contra el agresor, Rusia, de acuerdo con la doctrina de la ONU de la "responsabilidad de proteger". Pero al repetir constantemente hechos falsos, Pekín espera que, con el tiempo, su visión de las cosas pueda ser considerada de manera como válida para así poder codeterminar la narrativa.

Asimismo, al señalar constantemente la presencia de EE. UU. en Asia, Pekín quiere asegurarse de que cualquier escalada militar inminente en el Pacífico occidental sea contemplada como una medida prácticamente en defensa propia contra EE. UU., y ya ahora, ex ante, se coloca en el papel de víctima de EE. UU. Pero esa propaganda está lejos de la realidad.

Alexander Görlach es miembro sénior del Consejo Carnegie de Ética en Asuntos Internacionales e investigador asociado del Instituto de Internet de la Universidad de Oxford. Después de sus estancias en Taiwán y Hong Kong, esta región del mundo, especialmente el surgimiento de China y lo que significa para el mundo libre, se convirtió en su tema central. Ha ocupado diversos cargos en la Universidad de Harvard y la Universidad de Cambridge.

(cp/rml)