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La Pascua de los huevos de oro

Pablo Kummetz15 de abril de 2006

Todos los años, Pascua les regala a los productores alemanes de huevos una facturación récord.

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Un artesano alemán decora un huevo de ganso con la técnica de "batik" en Dresde.Imagen: AP

En las primeras veinte semanas del año, los alemanes compran, de acuerdo con una estadística de la Asociación de Marketing del Agro Alemán (Gfk) nada menos que 150 millones de huevos por semana.

Pero eso no es nada. Dos semanas antes de Pascua, las ventas aumentan en un 25 %. En la Semana Santa, la fiesta de los huevos llega a su apogeo: las ventas trepan a 280 millones de huevos, casi el doble de lo habitual.

Apetito de comer un huevo cocido y coloreado comenzaron a tener los alemanes ya en enero. Para Pascua, uno de cada cinco huevos consumidos es una pequeña obra de arte.

Huevo que te quiero huevo

También los huevos al natural gozan durante las celebraciones cristianas de gran popularidad: entre el Domingo de Ramos y el Domingo de Pascua, las ventas de huevos no coloreados aumenta claramente, a 230 millones de ejemplares por semana, unos 80 millones más que en el promedio de las primera veinte semanas del año.

No obstante, la posición de punta del huevo en la mesa de desayuno alemana ha sufrido algo en los últimos tiempos: el año pasado, cada alemán se comió en promedio unos 209 huevos, en el 2000 habían sido aún 223.

El huevo es un símbolo de la Resurrección de Jesucristo, ya desde los primeros tiempos del cristianismo. En el Medioevo, cuando llegaba la Pascua los huevos se pintaban y eran los presentes más apreciados durante esos días.

Con la bendición papal

En el siglo XVII, el Papa Pablo V bendijo al humilde huevo en una plegaria, quizás para hacer olvidar la prohibición impuesta por la Iglesia en el siglo IX de no consumirlos durante toda la Cuaresma.

La llegada de la Pascua suponía el levantamiento de la prohibición y se desataba un apetito indomable por los huevos, tanto en la cocina como en los regalos entre familiares, amigos y sirvientes.

Ello suponía desquitarse de la penitencia impuesta durante cuarenta y seis días. El festín del huevo representaba el regocijo y la vuelta a la alegría.

Como la conservación de los huevos durante la Cuaresma era problemática -no había refrigeradores-, y las gallinas no hacían una pausa en la producción, se acostumbraba bañarlos con cera líquida.

La capa protectora permitía mantenerlos más frescos. De allí proviene la costumbre de colorearlos y decorarlos con ceras.