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La volátil fortaleza de Merkel

José Ospina Valencia20 de septiembre de 2005

La democracia cristiana es ahora la mayor fracción en el Parlamento alemán, "no gracias a Angela Merkel, sino a pesar de ella". Pero...¿podrá sobrevivir Merkel pese a su propio partido?

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Angela Merkel y los alemanes: una relación a distancia.Imagen: AP


Una mayoría de tres escaños es tan frágil que Merkel parece estar más cerca del abismo que del podio de canciller. Claro queda que la mayoría de los alemanes no desea ni una continuación del Gobierno roji-verde, por lo menos bajo los presentes designios, ni un gobierno bajo la Angela Merkel que el país aún no logra ni conocer del todo ni entender.

Las paradojas trágicas siempre han sido parte de la vida pública de Merkel. Diciéndolo en palabras de Helmut Kohl, su padrino político, con el 35,2% de los votos, "Merkel conquistó una derrota". Por cierto una de las más duras en la historia de la democracia cristiana. Sólo en 1949, cuando Alemania se encontraba en ruinas, y en 1998, cuando tras 16 años ya casi nadie quería saber de Kohl, los fracasos en las urnas fueron peor.

¿Por qué derrota y por qué Merkel?

El carisma de Schröder, la rechazada inclusión del reformista neoliberal Paul Kirchhof a su equipo, la incomodidad que provoca un cogobierno con el jefe liberal Westerwelle y el falso apoyo de los barones regionales, opacaron el brillo inicial de la que parecía convertirse en la más rutilante primera mujer canciller de Alemania.

Pero la derrotada no es sólo Merkel sino también la democracia cristiana. En la mayoría de los Länder, los conservadores perdieron la mayoría, incluso en Renania del Norte, en donde apenas el 22 de mayo pasado había desterrado a los socialdemócratas que llevaban allí décadas a la cabeza. Es más, en el Estado de Baviera, la "fortaleza conservadora" de Alemania, el partido socialcristiano recibió, por primera vez, menos del 50% de los votos. Un hecho allí considerado como la incursión del ejército rojo.

La oportunidad de Angela Merkel

Aunque Angela Merkel aún puede llegar a ser la canciller, sólo lo logrará tras tortuosas negociaciones con los partidos dispuestos a aceptar su autoridad. Una "gran coalición" con el socialdemócrata SPD se vislumbra difícil pues no quiere verla sentada en la silla que Schröder ha ocupado los últimos 7 años.

Una primera valla salvó hoy ya Merkel como jefe de fracción al recibir la aprobación de 219 de los 222 diputados democristianos. Un amplio apoyo numérico que tiene que ser aún validado a la hora de elegirla canciller en el parlamento, en caso de que se llegue a tal situación.

Pero esta no es ni será la primera derrota o la "cuasi victoria" de la política Merkel. Su camino ha sido más de piedra que de césped. Para las mayorías que "la Merkel" quiere gobernar, ella sigue siendo impredecible y esquiva. Merkel no irradia esa calidez que cautiva.

Tres mujeres, un objetivo y muchos enemigos

La idea de llegar a la cancillería salió de un diálogo entre 3 mujeres convencidas de sus capacidades y dispuestas a que fuera una mujer la que cambiase la imagen de esclerótico y corrupto del partido cristianodemócrata y asumiera el liderazgo nacional: Angela Merkel, su jefe de oficina Beate Baumann y su vocera Eva Christiansen.

Merkel le quería dar un giro radical a Alemania. Su vida en una dictadura comunista le enseñó que las ataduras paternalistas del Estado asfixian más que promover el desarrollo de sus gentes. Sus planes, causaron por ello más miedo que disposición al cambio radical. Ésta bien puede ser una razón por la que Merkel no pudo derribar, del todo, a Schröder.

Ni ayuda ni se deja ayudar

Pero es que Merkel no le ha facilitado las cosas al electorado. Sin que ella se oponga mucho, su imagen pública ha sido más dibujada por sus enemigos que por ella misma. Sobre todo, por sus enemigos internos de la democracia cristiana que han difundido la leyenda de que Merkel es "fría, calculadora, oportunista y sin vínculos emocionales con el partido".

También es cierto que cuando el río suena piedras lleva. Una prueba de su "capacidad gerencial" la dio Merkel con el fulminante despido del experto en finanzas, Friedrich Merz, a quien le arrebató la jefatura de la fracción y humilló en público. Y, precisamente, este fue uno de los errores más garrafales que haya podido cometer.

Habiéndose quedado sin experto en finanzas tuvo que acudir a un académico que con sus aventuradas teorías ahuyentó a los, de por sí, no muy convencidos de su liderazgo. Presintiendo la derrota, los barones regionales la obligaron, a última hora, a aceptar de nuevo al popular Merz.

Impacientes vigías al acecho

Merz pasa así a encabezar el batallón de vigías del antiguo orden interno y masculino de la Unión Cristianodemócrata. Entre ellos se destacan barones regionales como el bávaro Edmund Stoiber que insultó a los electores del Este llamándoles "estúpidos corderos que votan por su propio carnicero" y Roland Koch, de Hesse, el primero en hacer pública la frialdad de Merkel a la hora de deshacerse de quien no le sirve.

Está también Christian Wulff, presidente de Baja Sajonia y considerado uno de sus amigos aliados, que fue quien lanzó el nombre de Merz al ruedo obligando a Merkel a aceptarlo. Pocos días antes de las elecciones la candidata fue así debilitada por su propio partido. Con amigos así, ¿para qué enemigos?

De amigos que mejor no lo fueran

Sin mayor mención queda aquí el peligro interno que representa el ex canciller Helmut Kohl, de quien Angela Merkel, a su tiempo, se distanció utilizando un editorial para invitar a su partido a "aprender a vivir sin el viejo caballo de batalla." De Kohl se sabe que nunca le ha perdonado nada a nadie.

Queda Wolfgang Schäuble, también como Kohl, dañado por el caso de cuentas ilegales y evasión de impuestos, pero enemistado con el ex canciller y, a su vez, amigo, pero no de confianza de Merkel. Ella y el líder liberal Westerwelle le cerraron el paso en su carrera por la presidencia de la república. ¿Podrá ahora contar Merkel con él? Difícil imaginarlo.

Esta es pues la alberca en donde nada Merkel, ahora sin escafandra de acero y en donde la voracidad parece ser tenida más por una virtud que por un mal.