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Las "fake news" de Bolsonaro

4 de abril de 2019

Bolsonaro tergiversa la historia con fines políticos. Ahora, eligió la Tierra Santa para difundir noticias falsas. Así, está minando la imagen de un país que era símbolo de convivencia pacífica, según Astrid Prange.

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Israel Klagemauer Jerusalem | Netanjahu & Bolsonaro, Präsident Brasilien
Imagen: Getty Images/AFP/M. Kahana

Queridos brasileños:

¿El presidente Jair Bolsonaro todavía no se ha dado cuenta de que la campaña electoral ya acabó? ¿De que debería estar gobernando para los más de 200 millones de brasileños y no continuar satisfaciendo a sus electores o ideólogos, como Olavo de Carvalho? En la visita a Israel, una vez más, demostró que parece no ser consciente de ello.

Es trágico, triste y devastador. Incluso después de haber visitado Yad Vashem, el memorial en honor a las víctimas del Holocausto, Bolsonaro parece no haber podido reflexionar sobre las catastróficas consecuencias del nazismo. Por el contrario: usó el genocidio contra los judíos como otra oportunidad de combatir a "los izquierdistas" y "al socialismo".

Confieso que, como alemana, estoy atónita. Siento vergüenza ajena al oír de la boca de un presidente de un gran país como Brasil que él no tiene dudas "de que el nazismo fue un movimiento de izquierda". La falsificación de la historia, después de la visita al memorial en honor a las víctimas del Holocausto, sobrepasó todos los límites.

La lucha permanente contra el "socialismo, el comunismo y los izquierdistas" parece ser una obsesión política del presidente Bolsonaro y del canciller Ernesto Araújo, quien lo acompañó en la visita oficial a Israel. Como en la campaña electoral, Bolsonaro continúa difundiendo "noticas falsas".

Ahora, Bolsonaro escogió la Tierra Santa para difundir fake news. Este hecho revela mucho sobre su persona y estilo político. Su intento de aportar una nueva interpretación del nazismo como movimiento de izquierda, muestra que se inspira en los métodos de agitación de regímenes totalitarios: vender mentiras como verdades e inventar un chivo expiatorio para todos los problemas de un país. Los judíos eran para los nazis alemanes, lo que los "izquierdistas", socialistas y comunistas para el presidente brasileño.

En el mundo ideológicamente envenenado de Bolsonaro, la historia parece ser una masa manipulable, como también lo muestra su forma de tratar el golpe militar de 1964. El derrocamiento del presidente João Goulart el 31 de marzo de 1964, quien había sido elegido democráticamente, no fue para Bolsonaro un golpe militar. Según su interpretación, las Fuerzas Armadas salvaron a Brasil de una posible dictadura comunista.

La propuesta del presidente brasileño de celebrar el golpe militar evidenció la alienación  y la ausencia total de empatía y tacto político. El malestar aumentó aún más por el hecho de que el presidente se ausentó de la "conmemoración" del 55 aniversario de la dictadura.

Esta tonada de destrucción y perturbación permanente parece ser una marca registrada del presidente brasileño. La consecuencia es que, interna y externamente, los problemas de Brasil se van agravando. En el Gobierno, aumentan las discrepancias entre militares y seguidores del autoproclamado filósofo Olavo de Carvalho. El área de educación está paralizada al igual que las negociaciones sobre la reforma de pensiones en el Congreso.

Kommentarbild Astrid Prange
Astrid Prange.Imagen: DW/P. Böll

En política exterior, el escenario se repite. El saldo del viaje oficial a Israel es devastador. Además de reavivar la polémica sobre el nazismo con una mentira histórica, el presidente Bolsonaro está contribuyendo a que aumenten las tensiones diplomáticas con los países árabes. El cortejo al primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, desagradó no solo a los países árabes, sino también a la industria agropecuaria brasileña.

Y es que Brasil es uno de los mayores exportadores de carne halal del mundo. El comercio con Oriente Medio es de gran relevancia, a diferencia de los negocios bilaterales con Israel. Brasil registró un superávit de 7.100 millones de dólares en transacciones con los 22 países del bloque árabe, mientras que computó, por ejemplo, un déficit de 419 millones de dólares con Israel.

El presidente Bolsonaro está revirtiendo la política tradicional de neutralidad de Brasil. Un país que hasta ahora era símbolo de convivencia pacífica en la comunidad internacional y que no tenía enemigos, de repente dedicado a ofender y polarizar. Como en Brasil, en Israel también, el presidente fue a buscar aplausos en los rincones políticos más reacios al diálogo. Falta poco tiempo para completar los 100 primeros días del gobierno del brasileño. Una lección ya está bien clara: las cosas pueden ser peores.

(rmr/er)

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