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Los héroes del puente aéreo de Berlín

Marie Todeskino/ CP18 de julio de 2013

En el Berlín de 1948, el piloto estadounidense Gail S. Halvorsen aterrizó en el aeropuerto de Tempelhof, donde unos 30 niños le preguntaban si tenía chocolate. Ese día, la vida de Halvorsen cambió para siempre.

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Imagen: DW/M. Todeskino

“No pedían comida, solo preguntaban si podía darles chocolate”, recuerda el piloto, que entonces tenía 27 años y solo contaba con dos chicles en el bolsillo. “¡Dos para 30 niños!”, subraya. Partió los chicles en cuatro pedazos y los distribuyó. Para su sorpresa, los niños no se amontonaron para recibirlos. “Hasta olían el papel, y lo guardaban para llevárselo a casa. Entonces supe que debía hacer algo más”.

Los soviéticos bloquean Berlín Occidental

La situación en la Berlín dividida de posguerra era de mucha tensión. Pocas semanas antes, el Ejército soviético había bloqueado la zona occidental de la ciudad. Tras la introducción de la nueva moneda, el Deutsche Mark, los soviéticos tratan de obligar a retirarse a las fuerzas aliadas. A Berlín Occidental no llegan camiones, barcos ni trenes. Unos 2,2 millones de personas están aisladas y no cuentan con alimentos ni carbón de leña.

El entonces teniente Gail Halvorsen lanza dulces en Berlín, en octubre de 1948.
El entonces teniente Gail Halvorsen lanza dulces en Berlín, en octubre de 1948.Imagen: picture-alliance/dpa

Pero los aliados no abandonan a los berlineses. El puente aéreo, a través del cual los aliados ponen en marcha la mayor acción de ayuda humanitaria de todos los tiempos, permite que cientos de aviones estadounidenses y británicos sobrevuelen la zona. Transportan artículos básicos de consumo hacia el aeropuerto de Tempelhof, y se los conoce como “Bombarderos de pasas de uva” (Rosinenbomber), nombre con el que pasarán a la historia, ya que no llegan para destruir sino para traer un poco de alivio y dulzura a los alemanes de posguerra.

Chocolate en paracaídas

El estadounidense Gail Halvorsen, hoy de 92 años, es uno de los pilotos que participó en el puente aéreo, cubriendo numerosos vuelos hasta el fin del bloqueo, en mayo de 1949. Su encuentro con los niños de Berlín lo inspira: “Les prometí que volvería al otro día con chocolate. Y que reconocerían el avión en el que iba porque al aterrizar haría balancear las alas”.

Niños de Berlín Occidental saludan a un avión estadounidense del puente aéreo. (1948).
Niños de Berlín Occidental saludan a un avión estadounidense del puente aéreo. (1948).Imagen: picture-alliance/dpa

Halvorsen se ocupa de reunir las reservas de chocolate de sus compañeros. “Tenía las dos manos llenas de chocolate”, cuenta. El 18 de julio de 1948 aterriza en Tempelhof y lanza el chocolate, atado a pequeños paracaídas blancos. Los niños se abalanzan entusiasmados sobre la dulce carga.

El “Tío muevealas”

A partir de ese momento, los niños llaman a Halvorsen “Tío muevealas”, ya que el lanzamiento de las “bombas” dulces se convierte en rutina. Muy pronto también se entera la prensa. “Eso fue un problema al comienzo. Un reportero sacó fotografías en los que se veía el número de identificación de mi avión”. Y así fue como apareció un gran artículo en un periódico. Halvorsen es citado por el comandante del Ejército de EE. UU. “Pensé que ese era el fin, pero me dijo: ‘buena idea'”. Su idea hace que nazcan otras. Muy pronto, niños estadounidenses empiezan a recolectar dinero para comprar más barritas de chocolate, y otros pilotos se unen a la acción. Hasta el final del bloqueo de Berlín, 22 toneladas de golosinas aterrizan en el sector occidental de la ciudad.

Entonces de 14 años, Traute Gier, que vivía en el barrio de Neukölln, no logra recoger ni un solo chocolate. “Cuando Gail Halvorsen sobrevolaba el área lanzando chocolates Hershey, todos los chicos corrían a atraparlos, pero yo no. Me empujaban, y no me gustaba”. Pero dice no estar triste por eso, sino profundamente agradecida. “En mis pensamientos siempre están los pilotos. ¡Qué gran esfuerzo hicieron! Y todo por nuestra libertad”, dice.

Traute Gier tenía 14 años cuando se realizó el puente aéreo de Berlín.
Traute Gier tenía 14 años cuando se realizó el puente aéreo de Berlín.Imagen: DW/M. Todeskino

El puente aéreo fue un acto de valor humano y logístico. “Al principio volábamos noche y día”, recuerda Gail Halvorsen. La misión no dejaba de ser peligrosa. Murieron al menos 78 personas en accidentes de aviación. Las máquinas estadounidenses y británicas despegaban y aterrizaban minuto a minuto. Pero todo fue un éxito. El 12 de mayo de 1949, la Unión Soviética levantó el bloqueo a Berlín Occidental, que es, a partir de ese momento, nuevamente libre.

Enemigos que se convierten en amigos

El puente aéreo de Berlín tiene otro efecto por añadidura: el apoyo de EE. UU., potencia vencedora en la II Guerra Mundial, funde lazos de amistad entre estadounidenses y alemanes, un vínculo vigente hasta el día de hoy. “Nuestros enemigos se convirtieron en nuestros amigos”, dice Traute Gier. La misión de Gail Halvorsen es un símbolo de esa amistad. Cuando el presidente de EE. UU., Barack Obama, sostuvo un discurso ante la Puerta de Brandeburgo, en Berlín, se dirigió en forma personal a los veteranos sentados en el público: “Para nosotros es un honor saludar aquí al piloto de los ‘bombarderos de pasas de uva', el coronel Gail Halvorsen, de 92 años”.

El coronel Gail S. Halvorsen, visitando la Casa de la Historia de Berlín.
El coronel Gail S. Halvorsen, visitando la Casa de la Historia de Berlín.Imagen: DW/M. Todeskino

En 1974, el “tío muevealas” recibió la Cruz al Mérito alemana en Berlín. En junio de 2013, una escuela secundaria adopta el nombre de “Bombarderos de pasas de uva”. Gail Halvorsen, que actualmente tiene cinco hijos, 24 nietos y 41 bisnietos, no se pierde la oportunidad de asistir personalmente a la inauguración de la escuela. Le gusta viajar a Alemania, donde tiene muchos amigos. El encuentro con los niños de Berlín en el aeropuerto de Tempelhof lo marcó para siempre: “Poder ayudar a alguien hace muy feliz”. Además de a sí mismo, el coronel Halvorsen hizo feliz a muchos niños.

Autora: Marie Todeskino/ CP

Editora: Emilia Rojas-Sasse