Nicaragua celebra cada 30 de mayo el Día de las Madres, uno de los más importantes en el calendario del país. Y aquella calurosa mañana de martes llegó con una inmensa marcha autoconvocada, la más grande de todas las que habíamos visto desde el 18 de abril, cuando estalló la revuelta de 2018 contra el Gobierno de Daniel Ortega, que cambiaría para siempre la historia y la vida de los nicaragüenses.
Yo era entonces la corresponsal para Nicaragua de la agencia alemana de prensa (dpa), cargo que desempeñé durante más de dos décadas hasta ingresar como periodista a DW. En 2018 me tocó, como a muchos colegas, informar día a día sobre la "rebelión de abril" y la violenta respuesta del régimen contra todo signo de disidencia, hasta verme obligada a abandonar el país hace más de un año para salvar mi propia vida.
"La madre de todas las marchas" fue organizada por los universitarios para honrar a sus compañeros muertos en las protestas, que ya sumaban 70, y a sus madres dolientes. El recorrido de varios kilómetros partiría desde la emblemática rotonda Jean Paul Genie, donde cada mañana los jóvenes instalaban cruces de madera en recuerdo de sus caídos, un improvisado memorial que cada noche era destruido por empleados de la alcaldía sandinista de Managua.
Vimos este símbolo presente en la "madre de todas las marchas", porque los universitarios colgaron sus mochilas sobre enormes cruces de madera. Detrás de ellos, entre un mar de banderas azul y blanco (la bandera nacional de Nicaragua, satanizada luego por el Gobierno), decenas de mujeres vestidas de negro caminaban llevando enormes rótulos de cartón con las fotos de sus hijos asesinados.
La caminata arrancó con destino final en la jesuita Universidad Centroamericana (UCA), otro sitio emblemático, pues allí habían iniciado las protestas el 18 de abril. El himno nacional se escuchaba desde distintos bloques de marchistas, mientras otros coreaban "¡De que se van, se van!". Ese día, oí por primera vez la consigna de "Patria libre… y vivir", una versión mejorada del "Patria libre o morir" de los años de la revolución sandinista, que había sido copiada a su vez del "Patria o muerte" de los cubanos. Sí, esto era muy distinto: los jóvenes nicaragüenses salían a las calles para reclamar vida y libertad, sin tener que matar ni ser asesinados para conseguirlo.
La canción "Héroes de Abril", del joven compositor Jandir Rodríguez, sonaba en los parlantes y era entonada por un mar de voces. En el camino, los estudiantes se reencontraban, las madres se abrazaban llorando. Los corresponsales extranjeros calculamos más de medio millón de personas en esa movilización pacífica.
También iban los campesinos liderados por Medardo Mairena, que posteriormente sería encarcelado en dos ocasiones. "Estamos aquí para exigirle a Daniel Ortega su salida", me dijo Mairena cuando la manifestación se aproximaba a la UCA. De pronto, el primer estruendo, balazos y gente corriendo en medio del caos. Paramilitares y policías disparaban con fusiles de francotirador desde lo alto del estadio nacional de béisbol y otros lo hacían desde motocicletas y camionetas Hilux.
El padre José Idiáquez, rector de la UCA de Managua, dio la orden de abrir los portones de la universidad, a la que llegaron a refugiarse más de 5.000 personas.
"Esto es demencial", me dijo Erika Guevara Rosas, directora de Amnistía Internacional (AI) para las Américas. Su mirada era de asombro y de pánico. Alcancé a tomar su brazo entre la multitud y juntas corrimos bajo las balas hacia la UCA. Minutos después, vi entrar al campus a Bianca Jagger, activista pacifista, y Vilma Núñez, presidenta del Centro Nicaragüense de Derechos Humanos (CENIDH).
Las tres defensoras habían presentado en Managua, el día anterior, el informe "Disparar a matar", elaborado por AI para denunciar la forma en que el régimen enfrentaba las protestas. Y esa misma práctica se repitió el 30 de mayo: policías y paramilitares dispararon directo hacia la cabeza y tórax de los manifestantes, lo que hizo que la mayoría muriera en el lugar y el resto en el traslado hacia el hospital privado Vivian Pellas, pues el Gobierno había prohibido a los hospitales públicos atender a civiles heridos.
En su balance final, el CENIDH dio cuenta de al menos 16 personas asesinadas y 88 más heridas durante la jornada en Managua y en marchas similares realizadas en Estelí, Masaya y Chinandega. Esa misma noche, Daniel Ortega declaró que no dejaría el poder antes del fin de su mandato, como lo exigía la oposición. "Aquí nos quedamos", sentenció.
A cinco años de aquella masacre, las madres nicaragüenses siguen reclamando "verdad y justicia y reparación" para los 355 asesinados entre abril y septiembre de 2018, mes en que el régimen prohibió definitivamente las manifestaciones opositoras. Desde la Asociación Madres de Abril (AMA), las mujeres recorren el mundo con su lema "Ama y no olvida" y su reclamo de "no más impunidad".
Y en Managua, la tumba del jovencito Gerald Vásquez, uno de los jóvenes asesinados en 2018, fue vandalizada por desconocidos en vísperas de su cumpleaños número 25.
(rml)