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Opinión: el júbilo precipitado de París

Henrik Böhme14 de diciembre de 2015

El júbilo tras el fin de la conferencia climática se ha apagado. El acuerdo alcanzado en París es descrito como histórico. A juicio de Henrik Böhme, eso es más que exagerado.

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Tras dos semanas de negociaciones tormentosas, lentas y enervantes, es completamente comprensible que los miles de delegados en París irrumpieran en júbilo cuando por fin se anunció un acuerdo. También es comprensible que algunas personas lloraran de alegría; asimismo la habilidad diplomática del líder de las negociaciones Laurent Fabius, ministro de Relaciones Exteriores de Francia, fue elogiada justamente.

Únicamente la palabra “histórico”, que se usó de manera inflacionista para describir las 31 páginas del acuerdo, estuvo fuera de lugar. No obstante, esto incluso se puede disculpar teniendo en cuenta que la posición de partida no había dado mucho lugar a la esperanza de que al final los delegados de todo el mundo fueran a alcanzar algún acuerdo.

En el pasado, en más de una ocasión el júbilo tras una conferencia mundial del clima fue grande, incluso cuando se obtuvieron resultados menores al acuerdo de París. En 2005 en Montreal, se celebró el hecho de que se hubiera puesto en marcha el protocolo de Kioto, que se había acordado ocho años antes, –y que el compromiso de París sustituirá en el mejor de los casos dentro de cinco años. Asimismo, dos años después, los negociadores climáticos se abrazaron de alegría porque en el último momento habían logrado evitar el fracaso de la conferencia (y con ello de todo el proceso). Incluso el desastre de Copenhague, en 2009, fue vendido como un éxito parcial.

Cuando “debe” se convierte en “debería”

¿Qué valor tiene el júbilo de París de cara al hecho de que en los próximos años, incluso es de temerse que en las próximas décadas, no vaya a pasar nada en materia de protección climática? Y es que el acuerdo apuesta por la libre voluntad. Es decir que pide a los Estados que aporten a la protección del clima. Y de vez en cuando las Naciones Unidas van a supervisar el proceso.

¿De qué otra manera se podría interpretar el hecho de que los países miembros se declararan vagamente dispuestos a alcanzar “lo antes posible” el límite de las emisiones de gases de efecto invernadero? ¿Qué significa “lo antes posible”? ¿Estamos hablando de diez o de cincuenta años? Nadie está obligado a comprometerse a hacer ninguna cosa. Después de todo, el acuerdo solo “invita” a participar en la salvación del clima.

Ya ni la palabra “debe” aparece en el texto, puesto que de último minuto fue sustituida por “debería”. En el lenguaje de los diplomáticos esto es una gran diferencia. Y además, ¿de qué sirve que los estadounidenses se hayan lucido en París si los republicanos en casa ya amenazan con revertir todas las medidas que podría afectar la economía del país?

El foro equivocado

Desde luego que este tipo de negociaciones a nivel mundial son un complicado entramado que consiste en dar y recibir. Las negociaciones en París giraron principalmente en torno a las transferencias de dinero del hemisferio norte al hemisferio sur. Los países industrializados del G7 se comprometieron a asumir el aporte al fondo multimillonario de los países pobres más afectados por el cambio climático.

En la última cumbre del G7 en Alemania se había anunciado la descarbonización de la economía mundial hasta mediados de siglo. No obstante, en el acuerdo de París esto ni siquiera se menciona. Y es que ningún príncipe saudí hubiera firmado un texto así. Pero ese es precisamente el problema de las últimas 20 conferencias climáticas.

Se trata del foro equivocado para este tipo de problemas mundiales, puesto que cada quien piensa en sí mismo, en las próximas elecciones y en la economía nacional; y porque la meta de una conferencia de este tipo es que de alguna forma todo se sientan ganadores.

Solo el mercado puede ayudar

El hecho de que precisamente en los días que duró la conferencia el precio del petróleo siguiera cayendo en picada no facilitó las negociaciones. Después de todo, también fue una señal de que a “los mercados” les valieron poco las arduas negociaciones en París. La única solución sería ponerle un precio razonable a la contaminación del aire. Solo cuando el CO2 tenga un precio, cuando se vuelva demasiado caro contaminar el aire, solo entones se logrará un cambio de fondo. Ya existen algunas propuestas razonables, empezando por la Unión Europea, de sistemas de comercio de emisiones. Estos se deberían mejorar y conectar con otros sistemas existentes en Norteamérica y China.

De regreso en sus países, está claro que los ministros de Ecología hablarán del éxito alcanzado en París. No obstante, a más tardar cuando el acuerdo climático deberá ser ratificado en los Parlamentos de los países miembros, se sabrá qué tanto vale el júbilo del sábado pasado. Entonces, se sabrá qué es lo que los países realmente pretenden hacer para cumplir la promesa de París. Basta recordar lo difícil que ha sido la transición energética en Alemania, para adivinar cuán difícil, o hasta incluso imposible, podría ser en otros países.