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Obama en Cuba: de lo histriónico a lo pragmático

Amir Valle20 de febrero de 2016

Si Obama insiste en conceder cambios en su política hacia Cuba y Raúl, en su discurso de plaza sitiada por el imperio, esta visita no traerá mucho a los cubanos o al propio EE. UU., opina Amir Valle.

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Ambos mandatarios se encontraron en la pasada Asamblea General de la ONU (29.09.2015).
Ambos mandatarios se encontraron en la pasada Asamblea General de la ONU (29.09.2015).Imagen: Reuters/K. Lamarque

Un simple análisis del proceso de deshielo de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos permite encontrar dos posicionamientos tácticos. En un extremo, la insistencia del presidente estadounidense, Barack Obama, en una sucesión de cuestionables gestos simbólicos que muchos analistas entienden como parte lógica de su histrionismo político y otros consideran mensajes subliminales en la estrategia de limpiar la cara de Estados Unidos como gendarme del mundo. Y, en el otro extremo, el discurso de barricada del régimen cubano, convencido de que no debe ceder ni un centímetro a lo que considera una nueva estrategia de Washington para derrocar a la Revolución Cubana.

Las circunstancias van obligando a Obama a pasar de lo simbólico a lo pragmático, a dejar el terreno de las puertas que sus concesiones al régimen podrían abrir en el futuro a la democracia en Cuba y proponer acciones con resultados verificables en lo que resta de su mandato. Una parte mayoritaria de sus electores considera que su gestión ha cumplido muy pocas de las promesas que hizo durante sus campañas. Ahora, los dos bandos en que dividió al país tras su decisión de sentarse a conversar con La Habana están pendientes de qué exigirá y qué dirá una vez que pise suelo cubano. Su postura en este viaje no sólo afectará a millones de cubanos, en la isla y el exilio, sino también al desempeño de las futuras administraciones de la Casa Blanca, que encontrarán un terreno minado por todas las concesiones de esta administración hacia Rusia, China, Irán, Corea del Norte y Cuba mediante la absurda aplicación de la llamada "Doctrina de la Paciencia Estratégica".

Carisma vs. omnipotencia

Las concesiones de Obama han blindado económica y financieramente al régimen cubano, pero ello no ha llegado al pueblo. El intercambio cultural, todavía en un sentido único que favorece al castrismo, es hoy la mejor plataforma propagandística que tiene el presidente cubano, Raúl Castro, dentro del propio territorio norteamericano. La represión contra las libertades y la oposición es a nivel nacional tres veces más fuerte que en el peor período bajo el mandato de Fidel Castro: el 2003, año del encierro de 75 periodistas en la llamada "Primavera Negra" y del fusilamiento sumario de tres jóvenes que secuestraron una lancha para huir del país. El abismo entre ricos y pobres se ha multiplicado por cuatro durante el 2015, según el propio gobierno. Y en el mismo período se ha producido el cuarto mayor éxodo de cubanos hacia Estados Unidos en cinco décadas.

El norteamericano es, sin ninguna duda, un líder más carismático que Raúl. Hasta las encuestas aseguran que para los cubanos el todavía joven y fotogénico "mulato presidente" resulta más confiable que cualquiera de los dos viejos Castro. Ese será, sin dudas, el primer efecto de su visita, favorecido seguramente por el histrionismo de Obama: que el cubano se enfrente cara a cara con la realidad de que vive en un país gobernado por "dinosaurios", en lo físico y en lo ideológico. No es lo mismo ver a Raúl dándole la mano en Panamá, que ver el carisma de Obama minimizando el supuesto poder omnipotente del menor de los Castro.

Lo anterior no es tan simple, aunque lo parezca. Artículos de miembros reformistas del Partido Comunista de Cuba, grupo que intenta reestructurar el socialismo desde dentro de la Revolución, dan fe de que la nomenclatura castrista es consciente de la pérdida de respeto de la población a una generación que el oficialismo llama "histórica". A eso se debe la inclusión en el discurso de los últimos años de la necesidad de ponerle rostros jóvenes a los políticos, de cara a la anunciada sucesión en 2018, y eso incluso hace más entendible la elección del también histriónico y fotogénico Miguel Díaz Canel, entre otros muchos candidatos menos agraciados físicamente.

Hora de equilibrar la balanza

La intelectualidad oficialista y la oposición política en la isla se enfrentan ya ante este viaje. Los intelectuales advierten no perder de vista la idea inicial de Obama de dinamitar la Revolución con un contacto más activo entre dos modos de vida, ante el que Cuba tendría poco que ofrecer y mucho que adoptar. La oposición, dividida entre quienes aplauden y quienes condenan el deshielo, se ha unificado en el criterio de recordarle a Obama su promesa de que debía existir un escenario cívico distinto como condición para visitar Cuba, escenario que sólo se producirá con el cese inmediato de la represión contra los opositores, con una amnistía para los presos políticos y con un diálogo formal con grupos de la oposición.

El reto de Obama, otra de sus promesas incumplidas, era quitarle a Estados Unidos la satanización que se ganó por sus erradas políticas de presión contra la isla y crear las condiciones para que los cubanos pudieran desmontar el castrismo. Bastaría que utilizara los micrófonos en Cuba para explicar que hasta hoy su administración ha demostrado querer ser un buen vecino sin que Raúl haya correspondido. Aunque cree que levantar el bloqueo favorecerá a los cubanos, sería una oportunidad de ser honesto y decirles que el único bloqueo que sigue existiendo es el del propio régimen hacia la libertad y creatividad de su pueblo.

Si Obama no exige equilibrar la balanza, si no conversa con la oposición legitimándola, si se presta al show mediático que el régimen está montando para mostrar al mundo que bien van las cosas, que ya hasta el presidente enemigo accedió a visitarlos, su paso por Cuba tendrá la misma resonancia que el paso de Beyoncé, Paris Hilton y otros famosos de la farándula artística: la resonancia efímera de un chisme.