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Opinión: ¿Qué queda de la idea de Europa?

Felix Steiner9 de febrero de 2016

Representantes de los países fundadores de la Unión Europea se han dado cita en Roma para discutir soluciones a la crisis de la UE. Christoph Hasselbach advierte sobre un exceso de nostalgia y recomienda pragmatismo.

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Imagen: picture-alliance/dpa

Muchos convencidos europeos han sentido en las últimas semanas tristeza, desesperación y anhelo por el viejo “espíritu europeo”. ¿Dónde quedaron esos días en que la idea de Europa no debía ser justificada, como ocurre hoy? ¿Dónde quedaron esos días en que nadie ponía en duda que el objetivo era siempre más y más integración? ¿Qué pasó con esos días en que, antes que alemán o francés o italiano, los ciudadanos se presentaban a sí mismos como europeos?

Hoy, en la cada vez más profunda crisis de identidad de la Unión Europea, el entusiasmo político de los primeros días parece el sueño de una infancia despreocupada. Cuando hoy los políticos apelan a la idea de Europa, suelen hacerlo con un tono amenazante. El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, ha dicho varias veces: “Quien dude de Europa, debería visitar los cementerios de soldados”. La canciller Angela Merkel advirtió durante los momentos más álgidos de la crisis de la deuda soberana: “Si fracasa el euro, fracasa Europa”. El expresidente de la Comisión, José Manuel Barroso, dijo, también en relación con la crisis financiera: “O nadamos juntos o nos hundimos separados”.

Llamados sin eficacia

Christoph Hasselbach.
Christoph Hasselbach.Imagen: DW/M.Müller

Esas invocaciones han perdido efectividad desde el momento en que a los europeos el viejo mito fundacional ya no les parece tan atractivo. Incluso pueden ser contraproducentes. Muchos ciudadanos se sienten incluso cansados de ello, tienen la sensación de que la apelación a los grandes ideales son un truco, una estratagema para extorsionarlos, para llevarlos donde no quieren ir. Muchos alemanes, por ejemplo, se preguntan si su solidaridad con Grecia durante la crisis de la deuda fue mal utilizada. Muchos franceses se quejan de que su política económica es manejada por Bruselas, o por Berlín vía Bruselas. Muchos checos o polacos no ven por qué tienen que aceptar refugiados en nombre de Europa.

El problema con la noción de lo europeo es que ha sido idealizada. En Alemania hasta hace un tiempo era un tabú formular intereses nacionales, pues todo debía presentarse en nombre de la bella Europa. Si eso no ocurría, llovían las acusaciones de nacionalismo. Por eso mismo a los alemanes les resulta menos complejo invitar a los otros países de la UE a alcanzar objetivos comunes, incluso aquellos que los socios no comparten, como por ejemplo el objetivo de fijar cuotas para repartir a los refugiados.

Pero lo cierto es que la búsqueda de los intereses propios es lo más normal del mundo. Para una Unión Europea con 28 miembros es obviamente hoy más difícil enfrentar las necesidades y preocupaciones que cuando solo contaba con sus seis miembros fundadores, en los años cincuenta. Pero, como antes, todavía existen muchos intereses que son comunes a todos los europeos. Por ejemplo, que Europa es un continente envejecido, relativamente pequeño y rico que solamente como conjunto puede enfrentar a un mundo que está cambiando muy rápidamente.

Pathos agotado

No por una idea abstracta de lo europeo, sino por pura convicción, es que Europa, tarde pero no demasiado tarde, encontró una solución a la crisis de la deuda. Y también ocurrirá lo mismo, tras muchos ensayos y errores, con la crisis de los refugiados.

La emoción de la época fundacional de Europa fue, sin duda, genuina, pero ya está agotada. Hoy el realismo y un saludable interés de trabajo en conjunto parecen ser una forma más adecuada de enfrentar el futuro.