Atentado al alma alemana
28 de agosto de 2016
“Nos hemos vuelto muy temerosos”, se quejaba una amiga recientemente, durante un almuerzo. “Hemos llegado al punto de no poder confiar en la gente que tenemos sentada en la próxima mesa”, agregó. Mi amiga vive en Berlín, pero no hablaba de Alemania, sino de su país natal, Estados Unidos. La administración del edifico donde reside cuando está en Nueva York le ha prohibido prestar sus llaves a amigos para que se queden en su apartamento mientras ella no está. El argumento esgrimido: medidas de seguridad.
En Alemania, un escenario como ese es inimaginable. Por lo menos, hasta ahora. Aún se puede decir que, para mucha gente en el exterior, Alemania es un ejemplo de buen juicio y sensatez, a pesar de los ataques terroristas en Europa, de los tiroteos, de la movilización de turco-alemanes a favor del brutal desmantelamiento de la democracia en Turquía, iniciado por el presidente Erdogan, y de los miedos avivados por la llegada de más de un millón de solicitantes de asilo; los refugiados se toparon en Alemania con una “cultura de bienvenida”.
Temor a volverse víctimas
Pero, ¿en realidad somos tan serenos en Alemania? La seguridad es el bien máximo alemán; los atentados terroristas fueron atentados al alma alemana, y eso tiene sus consecuencias. Desde hace tiempo se caldean los ánimos debajo de la superficie: los crecientes ataques contra albergues de refugiados y los altos índices de aprobación alcanzados por el partido populista de derecha Alternativa para Alemania (AfD) hablan por sí solos.
“Se erosiona el sentimiento de seguridad de los alemanes” es el título de la más reciente encuesta del diario alemán “Frankfurter Allgemeine Zeitung”, realizada por el instituto de análisis de opinión Allensbach. Ese sondeo de opinión nutre el sentimiento alarmista que, a largo plazo, encontrará campo fértil entre la mayoría silenciosa. Las cifras expuestas por el instituto Allensbach no son de por sí inesperadas. Un 70 por ciento de los alemanes anticipa la posibilidad de ser víctimas de un ataque terrorista y 16 por ciento hasta se siente directamente amenazado. Sólo un 29 por ciento de los consultados dice sentirse seguro. Y un dato más: este año, 77 por ciento de los encuestados considera que grupos islámicos radicales representan un gran peligro; en 2015 sólo el 55 por ciento pensaba de esa manera.
A pesar de esas cifras, la mayoría de las personas está mal dispuesta a cambiar su estilo de vida o a aceptar restricciones a sus libertades individuales. La mayoría cree que los actos multitudinarios se deben seguir celebrando, independientemente de que las preocupaciones por la seguridad se hayan intensificado considerablemente.
Una encuesta comisionada hace poco por DW llegó a conclusiones similares. Aunque un 60 por ciento de los consultados espera un mayor número de ataques terroristas, más del 50 por ciento cree que la inmigración es positiva y hasta espera que tenga consecuencias favorables para la sociedad y la economía. Estos resultados son motivo para que los alemanes nos sintamos orgullosos. Aún así, no nos debemos engañar: los resultados de ese sondeo son temporales y aplican únicamente para la mitad de la población germana. Alemania está dividida; eso significa que el miedo ha ganado terreno en el corazón de la sociedad.
Discusión acalorada y reacción desmesurada
Las encuestas transmiten otro mensaje preocupante para la canciller Angela Merkel; un mensaje que podría convertirse en un obstáculo para su reelección. La mayoría de los alemanes asocia el creciente miedo a un eventual ataque terrorista con la llegada de refugiados; eso significa que están en desacuerdo con Merkel, quien defiende la postura contraria. No obstante, ahora, la mandataria está más dispuesta a escuchar las dudas y responder a los miedos difusos que genera la llegada de numerosos refugiados. Por ejemplo, su Gobierno ha prohibido el porte de burkas en las cortes y las escuelas, trazando, de este modo, una línea para mostrar dónde están los límites. Ese es un claro mensaje al electorado. Lo mismo se puede decir de su exhortación a los turcos-alemanes que viven en el país a mostrar lealtad por Alemania y sus valores.
El debate político se empieza a calentar lentamente y crea un clima propicio para las reacciones desmesuradas, así como sucedió con la alcaldesa del pueblo de Luckenwalde, en Brandeburgo, quien destituyó a una practicante por portar un velo. Ciertamente, los alemanes no son tan relajados y serenos como aparentan. Y existen suficientes razones para creer que el nerviosismo y el miedo es contagioso.