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Opinión: Calma y franqueza en la cuestión turca

19 de abril de 2017

¿Impedir que Turquía se una a la UE y expulsarla de la OTAN? Jens Thurau recomienda mesura de cara a las implicaciones del referendo promovido por Recep Tayyip Erdogan y franqueza al discutir el asunto en Alemania.

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Türkei Referendum Präsident Erdogan
Imagen: Reuters/M. Sezer

Pasó lo que era de esperarse: en los dos días siguientes al referendo en torno a la reforma constitucional turca, la clase política alemana ha conjurado los escenarios más nefastos que cabe imaginar para castigar la deriva autocrática del "hombre fuerte" de Ankara, Recep Tayyip Erdogan: parar en seco las negociaciones sobre la adhesión de Turquía a la Unión Europea, suspender la transferencia de los miles de millones de euros hacia el país euroasiático, expulsarlo de la OTAN, retirar al Ejército germano de la base militar de Incirlik.

La reacción es comprensible; después de todo, Erdogan se extralimitó con las provocaciones oreadas durante su campaña a favor de la enmienda constitucional.

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Jens Thurau, comentarista de DW.

Merkel y Gabriel, parca reacción

Sin embargo, la apacible reacción del Gobierno alemán fue muy apropiada. La canciller, Angela Merkel, y el vicecanciller, Sigmar Gabriel, se dieron por enterados de que el "sí” ganó en el plebiscito por un margen muy pequeño y no dijeron nada más. En términos diplomáticos, a esa parquedad le falta muy poco para ser percibida como un voto de censura. Pero muy poco.

Adecuado fue también que el ministro alemán del Interior, Thomas de Maizière, fijara el foco de la discusión en la necesidad de investigar los indicios de irregularidades registradas durante la votación en Turquía. Su argumento le sirve de respaldo a observadores alemanes, como Andrej Hunko, del partido La Izquierda, quien dijo haber sido testigo de una atmósfera sumamente opresiva en los territorios kurdos de Turquía durante la celebración del plebiscito.

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Atribuir culpas no sirve de nada

Fuera de lugar estuvieron las acusaciones mutuas de los partidos germanos, empeñados en encontrar un chivo expiatorio para el fracaso de la integración de aquellos turcos en Alemania que votaron mayoritariamente a favor de la reforma constitucional promovida por Erdogan: alrededor del 60 por ciento de ellos votó por el "sí” y en bastiones como la Cuenca del Ruhr la cifra fue aún más elevada.

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De nada sirve echarse la culpa ahora porque todos los partidos alemanes propiciaron ese fenómeno hace décadas: los izquierdistas hablaban de multiculturalismo y condenaban a todo aquel que osara exigir cursos de alemán obligatorios para los extranjeros; los conservadores veían –y en algunos casos siguen viendo– a los turcos como Gastarbeiter (trabajadores temporales) que no vale la pena integrar porque supuestamente han venido a trabajar en Alemania por algunos años para luego regresar a su tierra natal con dinero en los bolsillos.

Así, muchos turcos no quisieron integrarse ni mucho menos dejarse asimilar. Es mucho lo que se ha hecho en los últimos años para solventar ese problema, pero no deja de ser cierto que muchos hijos de turcos nacidos en Alemania no han terminado de llegar a Alemania ni llegarán jamás a Alemania.

En Alemania viven tres millones de personas de origen turco: con o sin la nacionalidad alemana, con o sin la doble nacionalidad, con o sin dominio de la lengua alemana, con o sin la sensación de pertenecer a este país; esa sensación de desarraigo aflige a muchos de ellos, incluso a los que se han integrado y han tenido éxito en sus vidas. En todo caso, a estas alturas, una Alemania sin ellos es inimaginable.

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Alemania, un país de inmigrantes

De ahí que la mejor respuesta que los alemanes le pueden dar a una Turquía autocrática sea aceptar que el nuestro es, desde hace mucho tiempo, un país de inmigrantes. Nosotros podemos esperar que a los extranjeros con deseos de vivir en Alemania por mucho tiempo les guste la democracia, por decirlo llanamente. Eso no es algo que podamos decir de todos los alemanes.

Nosotros deberíamos apoyar a ese 30 por ciento de turcos o turco-alemanes que votaron por el "no” en el referendo impulsado por Erdogan. Y en materia de política exterior, Berlín debería conservar la calma frente a Ankara. Por ejemplo: una adhesión de Turquía a la Unión Europea luce muy lejana en este momento, pero, en un futuro, es perfectamente posible que el Estado turco pierda sus rasgos autoritarios. Llegado ese momento, muchas cosas serán posibles que hoy no son viables.

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Si Erdogan reinstaura la pena capital en Turquía, quedará muy claro que se ha extralimitado; pero él no ha dado ese paso todavía. Los aviones militares alemanes estacionados en Incirlik participan en la lucha de la OTAN contra la milicia terrorista Estado Islámico, de ahí que quepa decir que están en el lugar apropiado. Turquía forma parte de la OTAN desde hace mucho tiempo; y es mejor que así sea porque, en ese marco, se puede hablar con ella.

La democracia implica mesura, sopesar las cosas y, ante todo, conservar el contacto, hablar los unos con los otros. Justo en este momento, ese talante debería diferenciar a Alemania de Turquía.