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Opinión: Chile y su encuentro con la historia

Johan Ramírez
26 de octubre de 2020

Los chilenos tienen la fortuna de vivir un momento histórico. No obstante, la aplastante victoria del “Apruebo” no debe tomarse como un cheque en blanco, opina Johan Ramírez.

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Volksabstimmung in Chile
Imagen: Rodrigo Garrido/Reuters

No cabe duda: este domingo asistimos a un día histórico en Chile. Decir esta frase coquetea con el facilismo de los lugares comunes, y sin embargo pocas veces este adjetivo —histórico—, puede estar mejor justificado: la jornada aparecerá algún día en los manuales educativos y se enseñará en las escuelas como la fecha en que los chilenos decidieron no solo escribir una nueva Constitución, sino también romper con el último rescoldo de la dictadura de Augusto Pinochet. Fue una jornada de admirable civismo en la que este país le dio un ejemplo contundente a toda América Latina: aún el más profundo descontento social puede encontrar una salida democrática.

Johan Ramírez, DW
Johan Ramírez, DWImagen: Privat

Desde muy temprano, miles de personas llenaron las calles del país para ir a votar. Las restricciones sociales estaban más observadas que nunca, ante el temor de que este evento electoral se tradujera en un rebrote de coronavirus. Pero a pesar de todo, los centros de votación vieron larguísimas filas durante todo el día. Los ciudadanos llegaban todos con barbijos, pero también, con la frente en alto. Y es que, tras un año de violentas protestas, el país decidió hacer una tregua para abrirle la puerta a un nuevo pacto social: una reivindicación de cara a las 8.575 violaciones de derechos humanos perpetradas por las fuerzas del orden en el marco de las protestas. Es la victoria de una sociedad que, sin una cabeza visible y lejos de las estructuras partidistas, arrinconó, no solo a un Gobierno, sino al sistema. Es la encarnación de un canto de júbilo que se repetía este domingo en las esquinas de Santiago: el pueblo unido, jamás será vencido. Es la confirmación de que aún los más nefastos regímenes llegan tarde o temprano a su fin, un fantasma que debió quitarle el sueño esta noche a los déspotas de Caracas, La Habana y Managua. Es una nueva oportunidad para la democracia; una fe ciega, casi conmovedora, en las instituciones del Estado.

No obstante, la aplastante victoria del "Apruebo” no debe tomarse ni como un cheque en blanco, ni como una meta. Este es pues un compromiso adquirido por todos los sectores, de izquierda, de centro y de derecha, y apenas un primer paso en el largo transitar hacia la transformación social que Chile necesita. Después de todo, y lejos del final, este no es sino tan solo un punto de partida.

De manera que la victoria del "Apruebo” en este plebiscito no es la panacea de todos los males, como algunos quisieron venderlo. La prueba es que este lunes, los chilenos se despertaron en un país tan desigual como el que tenían el domingo y el que han tenido durante los últimos treinta años. Porque la verdad es una y a veces duele: la justicia social no se declara. En el fondo, una Constitución no es más que un gran marco legal, un gran acuerdo nacional. Pero las reformas profundas y estructurales que Chile demanda solo pueden alcanzarse a través de la aplicación efectiva y honesta de políticas públicas. Y eso es distinto y exige más que artículos de leguleyos: requiere una paciencia de acero del pueblo, y una voluntad inquebrantable de los dirigentes. Del pueblo chileno nos podemos fiar: ya ha dado suficientes pruebas de su buena fe. De los políticos y dirigentes, en cambio, solo nos queda cruzar los dedos y esperar que estén a la altura del momento histórico que ahora tienen la fortuna de vivir.

(gg)