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Opinión: cuando Occidente se volvió casi rojo

Alexander Kudascheff16 de mayo de 2016

En vista de la enorme cifra de víctimas, el término “revolución cultural” resulta demasiado inocuo. Los procedimientos de Mao causaron una fascinación en la izquierda, también en Occidente, opina el editor jefe de DW.

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Imagen: picture-alliance/dpa/T. Röstlund

En 1966 comenzó en la República Popular China la llamada “revolución cultural”. Mao Tse-tung (como se escribía entonces) se asegura el poder al llamar a la revolución permanente. Se inició así una increíble transformación de la realidad social, económica y política en ese país. Cientos de miles de personas desaparecieron en prisiones y campos de reclusión. Cientos de miles fueron deportados. Cientos de miles perdieron sus empleos. Al final fueron millones, muchos millones de víctimas, de muertos, de ejecutados. El comunismo chino, el maoísmo, se tornó una verdadera pesadilla que buscó un mundo mejor sobre la tumba de posibles (según el libro negro del comunismo) 65 millones de personas.

Celebrando al “mejor comunismo”

En cambio, todo esto no fue visto por muchos jóvenes a comienzos de la rebelión estudiantil en Occidente. Ahí, el maoísmo ejerció una fascinación intelectual. Ahí se festejó a los “nuevos” médicos de pies descalzos. Ahí se celebró el que los intelectuales tuvieran que trabajar como campesinos u obreros. Ahí, la biblia de Mao formaba parte de la biblioteca básica. Ahí, Mao fue venerado como un santo revolucionario. La China comunista encarnaba todos los ideales de Marx y Engels que habían sido pisoteados en la Unión Soviética o confinados en el archipiélago Gulag.

La llamada “izquierda joven” de aquel entonces, tanto en Alemania como en Francia, Italia o Estados Unidos, se rinde al maoísmo. Adora los proverbios seudo-confucionistas al estilo de Mao, como “El poder político nace de los cañones de los fusiles”. Estos sirven como justificación a las violentas protestas en las calles de las metrópolis. Lo que sucedía en China podría ocurrir también en el mayo revolucionario de 1968 en París. La idea del socialismo y de la sociedad sin clases florece en la rebelión estudiantil. Es anarquista, internacionalista, y a menudo, china. Pero no solo eso.

Dr. Alexander Kudascheff, editor jefe de DW
Dr. Alexander Kudascheff, editor jefe de DWImagen: DW

Pero el movimiento estudiantil se desmorona, y como suele sucederle a la izquierda, desde su comienzo: están los leales a Moscú. Los trotskistas de la 4. Internacional. Los fieles comunistas que ven cristalizados sus ideales en Albania con Enver Hodscha o en Corea del Norte, con Kim Il Sung. Otros siguen a los eurocomunistas de Italia, bajo Enrico Berlinguer. Y casi todos buscan su soporte ideológico en los escritos de los filósofos: en los representantes de la Escuela de Frankfurt como Theodor Adorno o Mark Horkheimer, o en los marxistas estadounidenses como Herbert Marcuse, o en el izquierdista tardío y filósofo de la libertad, que buscó la redención en casi todos los desvaríos comunistas de su tiempo: Jean-Paul Sartre. Éste fascinó tanto con los fuegos fatuos de sus textos, que muchos aquel entonces dijeron: es mejor equivocarse con Sartre, que tener la razón con Raymond Aron. Un error fatal.

La verdadera revolución, ignorada

La revolución cultural fue durante mucho tiempo un referente para los rebeldes estudiantes de Occidente. Ellos creían que el capitalismo y la democracia parlamentaria debían ser superados. Miraron hacia China y hacia Mao Tse-tung: el arquitecto de un mundo nuevo, más igualitario y mejor, según creían. Pero ignoraron el dolor infinito que la revolución cultural trajo consigo. Para muchos, Mao permaneció como una figura sagrada. También por el contraste que implicaba, respecto al triste papel de la Unión Soviética. El socialismo chino sedujo a través de Mao y su revolución cultural. Y la auténtica revolución de China a través de Deng Xiaoping, el sucesor de Mao, hasta la fecha causa desinterés en la izquierda. Solo Helmut Schmidt la admiraba. Pero él no era un izquierdista.

Para aprender alemán: aquí puede usted leer la versión original de este artículo