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El momento de Merkel para definir el futuro de la UE

Melinda Crane
30 de junio de 2020

Alemania asume la presidencia de la UE bajo una coyuntura crítica en la historia de Europa. La canciller Angela Merkel debería usar su turno para marcar el comienzo de una época hamiltoniana, dice Melinda Crane.

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Deutschland | PK Merkel nach EU-Videogipfel
Imagen: picture-alliance/dpa/K. Nietfeld

A mediados de marzo, cuando el coronavirus se propagó con aires de venganza por Europa, Merkel pronunció una severa advertencia: este es el mayor desafío al que se haya enfrentado la UE.

Ahora, a medida que los países miembros abandonan el confinamiento y vuelven a abrir las fronteras, la atención se centra en la recuperación. Si hay algún país en posición de catalizar la integración fiscal necesaria para estabilizar Europa, ese es desde luego Alemania.

Esto puede sonar paradójico, ya que se sabe que Berlín arrastra los pies ante cualquier iniciativa que signifique unir deuda y riesgo entre los frugales miembros del norte de la UE y los extralimitados miembros del sur.

La economía más grande de Europa superó su primera batalla contra la COVID-19 con buena nota: los economistas estiman que el PIB de Alemania se contraerá en un 6,6 por ciento en comparación con más del 11 por ciento en Italia y España. Entonces, ¿por qué debería el motor europeo atar más su fortuna a las de esos países?

Debería hacerlo porque en una Unión Europea a medias, estas fortunas ya están de por sí entrelazadas. Lo que hace a Alemania especialmente adecuada para establecer un acuerdo sobre reformas de gran alcance no es la prosperidad, sino la apertura: su economía depende de las exportaciones, y casi el 70 por ciento de su comercio es con el resto de Europa. Si España o Italia tosen, Alemania tirita.

Una presidencia bajo la crisis

En mayo, Alemania descartó sus prioridades originarias en favor de lo que ahora reconoce como "presidencia marcada por el coronavirus".

Y después de años de mantener a distancia al presidente francés, Emmanuel Macron, Merkel ahora está trabajando con él para recalibrar el oxidado motor franco-alemán. Cuando los dos anunciaron su plan para establecer un fondo de rescate de 500 mil millones de euros, la canciller admitió, con su característica actitud comedida, que era un "paso inusual" y dijo "tenemos que actuar en Europa para salir bien y más fuertes de esta crisis".

Lo que no solo es inusual sino también innovador es la propuesta de ambos líderes para financiar dicho fondo, permitiendo así que la Comisión de la UE tome préstamos en los mercados financieros, un paso hace tiempo impensable hacia la deuda común. El ministro de Finanzas alemán, Olaf Scholz, evocó el avance que marcó el comienzo de la integración fiscal de Estados Unidos en 1790: el acuerdo del entonces secretario del Tesoro, Alexander Hamilton, que permitió al gobierno estadounidense asumir la deuda de la guerra revolucionaria originada por los estados y financiarla mediante la emisión de bonos federales.

La Comisión de la UE no hace mucho anunció su propio esquema de recuperación basado en el plan Macron-Merkel. Desde entonces, ha habido mucho debate sobre si todo esto realmente es un "momento hamiltoniano". Los escépticos de ambas partes opinan que la iniciativa está muy lejos de la unión fiscal y, por lo tanto, de la "gran explosión" desatada por la medida de Hamilton.

Esto fundamentalmente es una mala interpretación de lo que Hamilton puso en verdad en movimiento. La integración fiscal estadounidense no fue revolucionaria, sino evolutiva. Se construyó durante décadas de negociaciones, a menudo desagradables. La solidaridad entre los estados estadounidenses y entre ellos y el Gobierno federal sigue siendo, como lo demuestra claramente la crisis actual, un desafío constante.

El compromiso Hamilton

Al establecer la gobernanza fiscal de EE. UU., se trataba entonces tanto de generar crédito como de emitir deuda. Hamilton previó que sentaría las bases para una identidad fiscal colectiva, fortaleciendo la nueva unión no solo en el país sino también en el extranjero, al hacer que sus mercados y sus bonos fuesen más atractivos para los inversores que la deuda de cualquier estado individual.

Melinda Crane
Melinda Crane

Este mismo razonamiento se puede aplicar ahora a Europa: si realmente aspira a convertirse en un contrapeso ante una China en ascenso y un Estados Unidos en retirada, ahora es el momento de tomarse en serio la integración.

Merkel está diciendo las cosas correctas, pero ¿podemos esperar de verdad una acción audaz de una política hasta ahora muy cautelosa?

La respuesta es sí, por tres razones. En primer lugar, porque lo que está en juego es muy importante. La directora del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, dijo recientemente al Parlamento Europeo que si el daño causado por el nuevo coronavirus aumenta la brecha entre los países miembros del norte y del sur, pondría en peligro la existencia de la Unión Europea.

En segundo lugar, las circunstancias son favorables. El capital político de la canciller ha sido rara vez mayor; la gestión del coronavirus por parte de Alemania ha aumentado la confianza en el Gobierno, en general, y en Merkel, en particular. Como presidenta del Consejo, la canciller trabajará con su colega de confianza, la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen.

En tercer lugar, y la más importante, es que se trata del momento correcto. Mientras se prepara para renunciar, Merkel tiene la última oportunidad de dar forma a su legado y reescribir su ambivalente récord en Europa. Setenta años después de que el canciller francés Robert Schuman cambiara la historia al abogar por la gestión conjunta de la producción de carbón y acero de Francia y Alemania, la canciller puede guiar su visión al siguiente nivel. "Europa no se hará de una vez o de acuerdo a un plan único", dijo Schuman en mayo de 1950, "se construirá con logros concretos".

(rmr/vt)

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