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Opinión: Europa y el déficit de Francia

Barbara Wesel (JAG/JOV)26 de febrero de 2015

En Europa las reglas siempre fueron flexibles. En principio, rigen para todos los países miembros, pero Europa pierde credibilidad tratando a los grandes con delicadeza y con dureza a los pequeños, opina Barbara Wesel.

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Imagen: picture-alliance/AP/J. Brrinon

En Europa hay distintos tipos de normas. Las que hay que respetar y las que no es necesario respetar. Dicho de otro modo, hay dos tipos de estados miembros, los grandes y los pequeños, y las reglas rigen de forma distinta. Por ser Francia quién es, acaba de recibir una prorroga de dos años para controlar el déficit de sus presupuestos. El país galo solo respeto el 3% del pacto de estabilidad entre 2006 y 2007. Desde entonces, no para de rebasar el límite y ahora la Comisión Europea decidió dar de plazo hasta abril al Gobierno de París para presentar un ambicioso paquete de reformas. En caso contrario, tendrá que enfrentarse a multas millonarias de Bruselas. Aunque después de haber repetido esa amenaza tantas veces, ya nadie cree que sea seria.

Mal sabor de la actitud con Francia

En este asunto hay varios aspectos negativos. Por una parte, es un mal momento después de usar todos los medios posibles para presionar a Grecia para que respete las directrices de Bruselas. El propio Eurogrupo decía: “Hay que respetar las reglas”.

Además, no se puede comparar a Francia con Grecia, un país arruinado con una administración deficiente y una clase política irresponsable que depende de este “suero” financiero. En París aumenta la deuda desde hace años sin que sea una catástrofe y, en cuanto a las reglas europeas, es una violación consentida en silencio por la Comisión que deja mal sabor. Tampoco ayuda que el comisario Económico y Monetario de Bruselas, Pierre Moscovici, sea francés y apueste por una política orientada al crecimiento convirtiendo en realidad la frase “Invertir más y ahorrar menos”.

Barbara Wesel, corresponsal de DW en Bruselas.
Barbara Wesel, corresponsal de DW en Bruselas.Imagen: Georg Matthes

La otra política de Juncker

Moscovici cuenta en esta tarea con el apoyo del presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, que cree que las grandes capitales no quieren recibir consejos de Bruselas. Puede que políticamente sea correcto, pero Europa se basa en que tanto los grandes como los pequeños tienen los mismos derechos y obligaciones y eso no es negociable. Juncker debería hablar claro en París, pero no viene a cuento porque piensa que la política monetaria y económica europea va en dirección equivocada. El luxemburgués quiere gastar más dinero y superar la débil coyuntura europea con inversiones frente a la posición de Angela Merkel. Con su fallido intento de intermediación en Grecia, Juncker demostró que políticamente va por otro camino y su postura sobre Francia es también un desafío ante el Gobierno alemán.

Los expertos económicos de la UE están separados en dos frentes. Unos creen que la dirección actual de reforma y ahorro es correcta para mantener los presupuestos bajo control y garantizar la estabilidad del euro. Otros exigen mayor inversión pública para que algunos puedan crecer endeudados. Pero independientemente de cual sea la posición correcta, en Europa siguen vigentes las restrictivas reglas del Pacto de Estabilidad. Se podrían cambiar si hay voluntad política, pero ignorarlas parcialmente porque uno de los grandes se las salta es erróneo y huele a injusticia.

Ultima oportunidad para Francia

Además, todo el espectro político francés parece oponerse frontalmente a las reformas. Las aclaraciones y disculpas de Sarkozy y Hollande se basan en una misma frase: “El crecimiento es muy débil y no podemos estrangularlo. Necesitamos más tiempo para las reformas”. Pero aún así, sigue sin pasar nada. Cuando tratan de recortar el estado social y flexibilizar el mercado laboral, los conservadores del Eliseo capitulan ante la presión popular. El ala izquierda de su mismo partido casi hizo fracasar a Hollande en su primer intento de reformas, la “Loi Macron”. Un primer paso para romper las reglas establecidas y el poder de los grupos de intereses.

Francia se estrangula a sí misma entre la maleza de su regulación excesiva y la batalla ideológica que imposibilita un compromiso razonable entre los distintos partidos. Entre tanto, la mayoría de franceses quiere reformas y la frustración lleva a muchos a los brazos populistas de Marie Le Pen. Francois Hollande solo tiene una posibilidad. Poner sobre la mesa las reformas que le exige la UE y obligar al parlamento. Esa sería la prueba de fuego para su presidencia y para el futuro de Europa.