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Filosofía mínima de las fronteras

Knipp, Kersten8 de noviembre de 2015

¿Que los alemanes se despidieron de sus fronteras? Nada más lejos de la realidad, opina Kersten Knipp. Los alemanes aman sus límites, sobre todo los simbólicos, que siguen absolutamente cerrados.

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Imagen: picture-alliance/dpa/A. Weigel

Con su reciente política de fronteras abiertas, Alemania se ha granjeado en estos días la impresión de haberse convertido en un “Estado hippie”, totalmente abierto, sin límites. Esa nueva imagen, una vez más, no es cierta. Que las fronteras exteriores hayan caído para los refugiados no hace sino alimentar el fervor de los alemanes por reforzar las fronteras internas. Estas son solo simbólicas, pero funcionan muy bien. Y casi pareciera que el ajuste de estas brechas interiores satisface en secreto la necesidad de hallar límites de reemplazo, en tiempos en que se han desactivado los físicos.

¿Restablecer las fronteras exteriores o no? ¿Limitar la inmigración o no? Preguntas de este calibre dividen al país más fuertemente que nunca. La sociedad se fractura y muchos parecen alegrarse: finalmente tienen la posibilidad de discriminar a su antojo. Demasiada educación y refinamiento habían dominado durante demasiado tiempo el debate político en torno a nuestras diferencias. Eso ha hecho los debates más civilizados, pero también un poco aburridos. Sobre todo, no ha satisfecho con frecuencia la necesidad de identificación política.

Cuestión de definición

Kersten Knipp, redactor de DW.
Kersten Knipp, redactor de DW.

Eso se acabó. Justo en estos tiempos en que las fronteras caen, se acabó. Los alemanes se diferencian muy bien entre ellos mismos, definen lo que vale y lo que no: defensores de la llamada “cultura de bienvenida” frente a escépticos monoculturales, abiertos y joviales frente a obstinados y resistentes al cambio, la vanguardia frente los rezagados, y viceversa. Pocas veces un tema político ha polarizado tanto en este país como el debate sobre los refugiados. Y así, otra vez, queda claro quién está en qué frente. Aquí, los que siempre viven en el pasado. Allá, los que miran al futuro. Y a todos les parece bien: evidentemente, les agrada estar rodeados de correligionarios.

Está claro que la gente tiene una relación intensa con los límites. La piel, por ejemplo: la frontera total, absoluta. En todos los tiempos ha separado a las personas del resto del mundo. Hasta ahora, nunca los intentos de dejarla atrás han tenido regularmente resultados fatales. Fuera de ella, la naturaleza le ha impuesto al ser humano otras estrechas fronteras: femenino / masculino; viejo / joven; pequeño / grande; vivo / muerto: ni para describirnos logramos dejar de pensar en extremos opuestos.

Culto al límite

Las fronteras construídas y amadas por el hombre, sin embargo, son flexibles. Es tan evidente en la Bundesliga como en el Festival de la Canción de Eurovision, en la búsqueda de la nueva “topmodel” alemana como en el programa de participación que dirige el popular conductor de televisión Günther Jauch: los límites están ahí para satisfacer a la gente. Por ellos se enfrentan todo el tiempo unos contra otros. El Colonia contra el Stuttgart, el estridente grupo pop contra la tímida cantautora y su guitarra: ¿qué son las competencias sino una sublimación de los límites?

La política no se queda atrás. Escoceses, catalanes, flamencos, galeses, por solo mencionar un par: todos celebran el culto a la erección de fronteras. En los países islámicos, para cambiar de entorno cultural, no es muy diferente: sunitas y chiítas, secularistas y tradicionalistas. La pregunta sobre lo que los textos sagrados tienen que aportarles a unos y otros enfrenta a creyentes en todo el mundo.

Erigir y afinar fronteras

Ni siquiera la más nueva terminología, dedicada a la transgresión de fronteras logra sobreponerse a su objeto de estudio. ¿No es el discurso sobre el transnacionalismo y la interculturalidad, sobre el pastiche y el metizaje posmoderno, sobre lo fluido y lo híbrido, justamente el reconocimiento de que las cosas, esencialmente, se diferencian entre sí? Nadie está más convencido de la existencia de las fronteras que aquel que quiere transgredirlas. Y eso vale tanto en el terreno deportivo como en el ideológico.

Gracias al dilema con los refugiados, Alemania celebra hoy más que nunca las fronteras. Pero el nuevo impulso delimitador y sus opositores olvidan, que por cada frontera que cae en alguna parte, un nuevo límite se erige en otra. Los radicales se quedan a la zaga de los más radicales; los defensores de la sociedad multicultural, tras los defensores de una sociedad aún más multicultural. La competencia por la sociedad sin fronteras erige en sí misma nuevos límites. No puede ser de otro modo. ¿Qué es la vida sino un eterno erigir y afinar fronteras?