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Hora de cambiar la política hacia Corea del Norte

Martin Fritz (rml/ct)10 de septiembre de 2016

El quinto y más potente ensayo nuclear de Corea del Norte ha vuelto a provocar fuertes protestas de otros países. La actual política de sanciones de la comunidad internacional ha fracasado, opina Martin Fritz.

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Imagen: Reuters/Kim Hong-Ji

Con su segunda prueba nuclear en lo que va del año, Corea del Norte a vuelto a desoír todas las advertencias y prohibiciones de sus vecinos y de Naciones Unidas. La tentación de ver en el joven líder norcoreano, Kim Jong-un, al niño desafiante al que hay que castigar con más fuerza para que entre en razón es grande. De hecho, Washington, Seúl y Tokio pretenden continuar apretando las tuercas.

Sin embargo, está claro que las sanciones no son el remedio contra todos los males. La dictadura socialista de Pyongyang, la que ha resultado una absoluta monarquía hereditaria, halla siempre nuevos caminos para evadir las reforzadas sanciones. Así, por ejemplo, ya no son las firmas norcoreanas, sino intermediarios chinos los que se ocupan de comprar en el extranjero la tecnologia necesaria para el armamento atómico y antimisiles. Y el régimen consigue divisas permitiendo la explotación de sus ciudadanos en fábricas y restaurantes en el extranjero.

Los avances de la tecnología armamenta norcoreana deberían convencer a Occidente de que su estrategia de contención ha fracasado. En sus ocho años de mandato, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, no ha cambiado el estado de temas heredados de su antecesor, George W. Bush. El exmandatario había definido en 2002 como "eje del mal" a los "Estados canallas" de Irak, Irán y Corea del Norte. Pocos meses más tarde, el entonces líder norcoreano, Kim Jong-il, anunció la reanudación de su programa nuclear y abandonó el Tratado de No Proliferación Nuclear.

Martin Fritz, corresponsal para el sudeste asiático, desde Tokio.
Martin Fritz, corresponsal para el sudeste asiático, desde Tokio.Imagen: Privat

Entretanto, y según sus propias afirmaciones, los científicos de Kim son capaces de construir bombas de diverso tamaño y potencia. El arsenal de misiles de mediano y largo alcance en capacidad de funcionar crece. El exitoso lanzamiento submarino de un misil preocupa especialmente, pues los submarinos son difíciles de ubicar. No importa lo que digan los servicios secretos: se acerca el momento en que Corea del Norte llegará a representar una amenaza nuclear plausible para la región, y hasta para las más lejanas bases isleñas estadounidenses. Con ello, crece el peligro de que una crisis militar en la península coreana llegue a escalar involuntariamente hasta el empleo de bombas atómicas.

Ilusiones occidentales

Pese a que los países alrededor de Corea del Norte representan "el taller del mundo", a Occidente parece no preocuparle este futuro previsible. Corea del Sur y Japón, aliados de Estados Unidos, ignoran también el peligro nuclear y sueñan con el colapso de las estructuras de poder en Pyongyang. Se sienten confirmados en esa esperanza cuando, como hace poco, el diplomático norcoreano de más alto rango escapó hacia Corea del Sur o cuando otro ministro fue ejecutado en Pyongyang. Pero incluso en el caso de que Kim aún no se haya afianzado suficientemente en su puesto, lo que sí parece tener es el instinto de supervivencia y la falta de escrúpulos suficientes para mantenerse en el poder a sí mismo y a su familia.

Esperar por el colapso es irresponsable. Evidentemente, el tiempo de continuar con la misma estrategia se ha agotado. Quien ha podido ponerse de acuerdo con la teocracia iraní, debería ser capaz de hacerlo también con Corea del Norte. El joven mandatario norcoreano le ha hecho más de una oferta de conversaciones al Gobierno de Estados Unidos. Tan paradójico como pueda parecer, sus ensayos nucleares y de misiles van también dirigidos a recordar esas ofertas. Occidente debería evaluar con contactos tras bambalinas la disposición al diálogo de Pyongyang.

La desconfianza es, sin dudas, pertinente. Basta recordar como Corea del Norte hizo explotar primero la torre de enfriamiento de la central Yongbyon, para luego repararla y volverla a poner en funcionamiento. Pero, hasta ahora, ni Occidente, ni China, ni Rusia han agotado todos los medios políticos y diplomáticos posibles para hacer más segura la península coreana.

Para aprender: usted puede consultar aquí la versión en alemán de este editorial.