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La peligrosa crítica de Trump al servicio secreto

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Michael Knigge
7 de enero de 2017

Con sus críticas a los servicios secretos de EE. UU., Trump socava no sólo la confianza en las instituciones del Estado. El incidente ilustra, a su vez, su peligroso proceso de formación de opinión, opina Michael Knigge.

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USA | Donald Trump
Imagen: Getty Images/C. Somodevilla

Un presidente estadounidense no está obligado a ser amigo de los servicios secretos. Por el contrario, la historia de Estados Unidos ha enseñado, incluso antes de la falsa evidencia presentada por las agencias de inteligencia sobre las presuntas armas de exterminio masivo de Irak –principal detonador de la guerra contra el país–, que un sano escepticismo, o mejor aún, una refinada desconfianza de cara a esas instancias es necesaria.

Esto aplica para todos los servicios secretos de Estados Unidos, pero  en especial para su jefe actual, James Clapper, quien no siempre ha sido precisamente un modelo de honestidad. Por ejemplo, en una audiencia oficial ante el Congreso para discutir el programa de vigilancia mundial de la NSA en 2013, cuando se le preguntó si las autoridades estaban grabando conversaciones telefónicas de sus compatriotas, mintió sin tapujos, juró que eso no estaba sucediendo y aseguró que, de estar ocurriendo, esas grabaciones se estaban haciendo sin su conocimiento.

Pero a pesar de la desconfianza que despiertan los servicios de inteligencia, su información y su liderazgo, es pretencioso, ingenuo y peligroso desestimar su trabajo como lo ha estado haciendo el futuro presidente Trump desde hace algún tiempo. Afirmar que a él no le hace falta recibir un informe diario de las diferentes agencias de inteligencia –como declaró en diciembre de 2016– y que sólo lo necesita cuando la situación lo amerite –porque, a su juicio, él es muy “sabio”– no sólo deja a la vista su arrogancia e ignorancia, sino también el riesgo en que puede poner a la seguridad de Estados Unidos y del mundo.

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Soslayar la culpa

El reciente ataque de Trump a las agencias de inteligencia estadounidenses, refiriéndose al fundador de Wikileaks, Julian Assange, está destinado, por supuesto, a soslayar la posible influencia de Rusia sobre el último proceso electoral en Estados Unidos o para deslegitimar las denuncias al respecto. Al mismo tiempo, Trump socava, y como es de costumbre, con maniobras torpes a través de Twitter, la confianza de los estadounidenses en sus instituciones estatales.

Cabe recordar que, aunque los servicios secretos de Estados Unidos han hecho hincapié en su más reciente informe, no hay una "pistola humeante", es decir, ninguna prueba definitiva de que hackers rusos, en nombre proprio o en nombre de políticos rusos de alto rango, estén detrás de los ataques cibernéticos. No obstante, abundan indicios de la participación de Rusia, y esas señales son análogas a las bien conocidas prácticas del Kremlin.

Está claro que la opinión de Trump acerca de los servicios secretos, la Casa Blanca y numerosos expertos en seguridad no debe ser compartida necesariamente. Sin embargo, como presidente electo, él debe justificar mejor su punto de vista discordante cuando se pronuncia sobre un tema tan importante para Estados Unidos y el mundo, y no hacerlo mediante una serie de tuits cuya fuente primaria parece ser una entrevista de Fox News con Julian Assange.

Ninguna sorpresa

Cuando declaró que las filtraciones de información sobre los demócratas estaounidenses no provino del lado ruso –desestimando la evaluación de la comunidad de servicios secretos de su propio país– sentó un precedente peligroso que debe haber complacido mucho al Kremlin. Pero el comportamiento de Trump ya no es sorprendente. En la campaña por la presidencia, con repetidas y vagas alusiones a la supuesta manipulación del sistema electoral, ya había sembrado dudas sobre el proceso democrático de Estados Unidos, a fin de descargar, de antemano, la culpa personal de una posible derrota en las urnas.

Y así es como procede con su crítica hacía los servicios secretos. Porque si algo hemos aprendido sobre el futuro presidente, es precisamente esto: en última instancia, y a pesar del lema controvertido de Trump "América primero", todo gira en torno a un solo nombre, el suyo, Donald Trump.