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Opinión: Los jueces, la política y el burkini

Martin Muno (ER/EL)26 de agosto de 2016

La prohibición del burkini caldea los ánimos en Francia. La máxima corte administrativa francesa la dejó por ahora sin efecto. Una decisión acertada, en opinión de Martin Muno.

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Imagen: Getty Images/AFP/J. Tallis

¿Representa el burkini un peligro para la población? ¿O incluso para el sistema de valores occidental? Hasta hace pocas semanas, cualquier persona sensata habría respondido meneando la cabeza. Pero en tiempos de terrorismo y avance ideológico de corrientes de derecha populista en toda Europa, parece que la sensatez se bate en retirada, aun cuando no existan nexos objetivos entre atentados y mujeres bañistas.

Con armas contra textiles

Por eso, en cerca de 30 municipios franceses, policías armados patrullan las playas, velando por el cumplimiento de los decretos prohibitorios. Conminan a mujeres a sacarse esas prendas de mangas largas o, de lo contrario, a pagar una multa. Es un proceder humillante para las afectadas y un gigantesco éxito propagandístico para los fundamentalistas islámicos de todo el espectro.

La palabra “burkini” no aparece expresamente en los decretos. En ellos se prohíbe más bien el acceso a las playas públicas a quienes “no lleven una vestimenta adecuada, que respete las buenas costumbres y el laicismo”. Con ello se abren de par en par las puertas a la arbitrariedad. Porque también se podrían ver afectadas mujeres que no llevan burkini, sino que van a la playa con vestidos largos y pañuelo en la cabeza. Teóricamente podría ser multada incluso una mujer que solo sufre de una alergia al sol.

“Buenas costumbres”, aquí y allá

El pasaje referido a la “vestimenta apropiada, que respete las buenas costumbres”, rige también en casi todos los países del mundo árabe. Allí, sin embargo, se insta a las mujeres y cubrir su cuerpo lo más posible. De acuerdo con esa lógica, una “vestimenta inapropiada” convertiría a cada mujer tendida en la playa o en una casquivana o en una potencial terrorista. Bienvenidos al mundo del absurdo, o a una cosmovisión completamente machista-chauvinista.

El hecho de que no solo Nicolás Sarkozy – que en su marcha de regreso al palacio del Elíseo no trepida en buscar simpatizantes en el bando de la derecha- sino también el primer ministro Manuel Valls (socialista) abogaran por prohibir el burkini, demuestra cuán marcada se ve la cultura política francesa por las corrientes populistas y cuán poco por el espíritu del lema “libertad, igualdad y fraternidad”. Demuestra de manera aterradora en qué medida la jefa del Frente Nacional, Marine Le Pen, azuza a toda la casta política.

Libertad y tiempo libre

Por ello, hay que agradecer al máximo tribunal administrativo francés por haber dejado sin efecto por lo pronto la prohibición. Lo hizo, además, con palabras claras: el decreto vulnera la libertad religiosa y la libertad individual.

Un Estado de derecho liberal no puede prescribir a sus ciudadanos cómo deben vestirse. Las reglas de vestuario pueden tener sentido para policías y militares, para los tribunales y –con límites- para las escuelas. Pero en lugares públicos, y sobre todo en la playa, el lugar del tiempo libre y la libertad, son expresión de un concepto autoritario de Estado. Una democracia que tenga que acceder a ello, se encuentra ya en la senda de los perdedores.