Papa Francisco en Río - “Revolución desde arriba”
29 de julio de 2013Las reformas que el Papa Francisco tiene planeadas para la Iglesia católica, bajo su égida desde hace cuatro meses, no son superficiales ni fáciles de implementar. De ahí que los objetivos de su “programa de Gobierno”, definidos por el propio Jorge Mario Bergoglio, suelan ser descritos como una revolución por mandato pontificio que necesita el respaldo de la feligresía mundial para poder ser consumada. Esto ayuda a entender la vehemencia con que el nuevo hombre fuerte del Vaticano buscó acercarse a la juventud católica en Brasil.
¡Ustedes y yo, juntos le damos forma a la Iglesia!”, exclamó Francisco frente a los más de 2 millones de peregrinos que se reunieron en Río de Janeiro este 28 de julio para clausurar la Jornada Mundial de la Juventud 2013. Su llamado no dejó nada a la imaginación: “¡Quiero que salgan a la calle a armar lío. Quiero lío en las diócesis, quiero que se salga fuera, quiero que la Iglesia salga a la calle, quiero que la Iglesia abandone la mundanidad, la comodidad y el clericalismo, que dejemos de estar encerrados en nosotros mismos”.
El furor que causaron las palabras de Francisco entre los jóvenes debe haber inquietado a muchos de los miembros de la jerarquía católica; sobre todo en la Santa Sede. ¿No se supone que los sacerdotes, los obispos y los cardinales son las columnas que apuntalan a la Iglesia? ¿Por qué pide entonces el sumo pontífice que sean los jóvenes de las comunidades católicas quienes reformen la institución, en lugar de dirigirse a sus representantes oficiales? En todo caso, está claro que el mensaje de Francisco no fue articulado por descuido.
Francisco necesita el apoyo de la juventud
El nuevo Papa eligió conscientemente el lugar, la fecha y la hora para dar vida a un discurso que debe haber estado armando en su mente desde hace mucho tiempo. El argentino de 76 años debe haber intuido que su encuentro con la juventud mundial en la playa de Copacabana tendría relevancia estratégica para su gestión. Y es que, considerando el auge del “movimiento de los indignados” alrededor del globo, son los jóvenes quienes pueden darle apoyo teológico y político a la lucha de Francisco contra la corrupción y la arrogancia en el Vaticano.
El sucesor de Benedicto XVI dejó claro que quería poner orden en el Vaticano desde que se le nombrara Papa el pasado 13 de marzo. Y apenas un mes después de su ascenso a la jefatura del Iglesia, Francisco eligió al carismático cardenal hondureño Óscar Rodríguez Maradiaga –defensor de la doctrina “Opción para los Pobres”– como presidente de una comisión para reformar el Estado. Pero el primer Papa no europeo no sólo se muestra severo con los funcionarios de la Iglesia en el Viejo Continente.
Durante la Jornada Mundial de la Juventud, Francisco se reunió a puerta cerrada con unos 300 obispos brasileñosy llevó a cabo una ronda de crítica y autocrítica por el “desangramiento” de la Iglesia católica: la tangible migración de millones de personas hacia los templos de las iglesias evangélicas en los últimos diez años. Las preguntas formuladas por el Papa fueron duras, pero necesarias. ¿Se alejó la Iglesia católica de la vida cotidiana de los creyentes, mostrándose fría, ensimismada y dogmática?
Una revolución conservadora
“ ¿No luce la Iglesia católica como una reliquia de tiempos pasados, incapaz de ofrecer respuestas razonables a las preguntas más actuales? Francisco está consciente de que la institución bajo su mando es percibida por muchos como una instancia anacrónica. Por eso no extraña que haya asociado hábilmente el tema de las manifestaciones en las calles de Brasil con el del compromiso de los católicos con su Iglesia. El Papa pidió a los jóvenes no permitir que otros protesten solos para exigir un mundo mejor.
Bergoglio instó a la multitud a demostrar que la Iglesia católica puede hacer aportes importantes para construir una sociedad más justa. Sin embargo, fue precisamente su insistencia en hablar de transformación y justicia la que llamó la atención hacia las omisiones de su discurso. Los tópicos candentes del debate interno de la Iglesia brillaron por su ausencia: el celibato obligatorio, la ordenación de mujeres, la posición de los laicos en el seno de la Iglesia, la exclusión de la comunión de las personas unidas en segundas nupcias y la diversidad de la sexualidad humana.
Eso lleva a pensar que la revolución que el Papa Francisco está conjurando es una de carácter conservador. Pero, si el sumo pontífice no quiere perder las impresionantes muestras de respaldo que le ha dado la juventud católica del mundo, lo más probable es que se vea obligado a hacer concesiones. Después de todo, una verdadera revolución no viene desde arriba, sino desde abajo.