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Primera Guerra Mundial: la catástrofe original del siglo XX

Felix Steiner/mb11 de noviembre de 2008

Invitados por el presidente Sarkozy, líderes europeos conmemoran el fin de la Primera Guerra Mundial en Verdún. La canciller alemana lo hizo en Varsovia. DW-WORLD comenta el significado de este aniversario.

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Los Estados de la Unión Europea se acercan cada vez más; la mirada a la historia, sin embargo, se efectúa siempre desde las diversas perspectivas nacionales. Éstas se notan especialmente en un día como éste, el 90 aniversario del fin de Primera Guerra Mundial, una fecha clave para la historia de todo el continente. Mientras que en Francia, Bélgica y Polonia numerosas ceremonias de alto rango subrayan el aniversario, en Alemania y Austria la fecha ha desaparecido de la conciencia colectiva.

Guerra en el propio país

Se suele decir que las victorias se celebran y las derrotas no. Esta explicación no basta para este caso. En Alemania y Austria, el recuerdo de la Segunda Guerra Mundial suplantó al de la Primera. Esto se debe no sólo al poco tiempo que hubo entre la una y la otra, sino más bien a la traumática experiencia de experimentar una guerra en el propio país con todo el horror que representa también para la población civil. Franceses y belgas sufrieron especialmente en carne propia la Primera Guerra; por eso, su recuerdo, 90 años después de esa gran carnicería, sigue vivo.

Ambas posturas –tanto el olvido como la reducción de los acontecimientos al final de la “Gran Guerra”- desconocen la importancia histórica del 11 de noviembre de 1918. Es que el armisticio de la Primera Guerra Mundial no sólo representó el final de una guerra de características desconocidas hasta ese momento, y por ello es una fecha positiva en la Historia de Europa. No, este fin de la guerra fue fatal, porque llevaba en su núcleo la semilla de la siguiente catástrofe.

La lógica de los vencedores

Que no fueran los militares los que firmaron el armisticio, sino un representante de la novísima democracia en suelo alemán, lo desacreditó desde el comienzo. Y el Tratado de Versalles, que surgió del armisticio de noviembre de 1918, no cumplió con su cometido de crear un nuevo orden pacífico en Europa, sino que siguió la lógica de paz de los vencedores. Hitler agradeció su ascenso también a su lema de que había que desquitarse de la humillación de Versalles. A pesar de las experiencias traumáticas de toda una generación, en Alemania se hizo popular la idea de que un nuevo enfrentamiento alteraría sus resultados. Por eso, una Segunda Guerra Mundial es impensable sin este fin de la Primera.

Límites arbitrarios

También los otros tratados de paz, firmados en las cercanías de París, con los Estados que reemplazaron a las desaparecidas potencias austro-húngara y turca, llevaban en sí el potencial de nuevos conflictos. Los límites arbitrarios impuestos a los nuevos Estados –que no tomaron en cuenta las estructuras étnicas- no han logrado pacificar las regiones, ni en Europa del Este ni en Cercano Oriente; han sido más bien los detonadores de nuevas guerras. Por ello, los historiadores denominan a la Primera Guerra Mundial la “catástrofe primigenia del siglo XX”.

Así, la moraleja histórica del fin de la Primera Guerra es doble. En primer lugar: un acuerdo de paz siempre debe cuidar de la dignidad del vencido, de lo contrario se convierte en motor de muchas cosas excepto de la paz. En segundo lugar: toda contravención del derecho de los pueblos a la autodeterminación genera nuevos conflictos. La validez de ambas enseñanzas se ha puesto a prueba en los 90 años que van desde el 11 de noviembre de 1918 en múltiples ocasiones.