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Que prohíban fumar: ¡con excepción de Helmut Schmidt!

Maksim Nelioubin (I.G.U.)31 de mayo de 2007
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Imagen: AP

En mi cara se han apagado muchos cigarros, como si fuera un cenicero. Claro, en sentido figurado. Mis pulmones ya se han recibido bastante suciedad, hasta dos paquetes diarios en mis peores tiempos. Desde hace dos años y medio dejé de fumar. Gracias a mí mismo, a Dios y a Allen Carr (con su libro "Por fin no fumador"). Fue duro, pero ya pasó.

Un año después de dejar de fumar no podía soportar la peste de los cigarrillos en donde trabajo. Prácticamente dejé de ir a los bares, como muchos otros compañeros de sufrimiento que nunca habían fumado. ¿Autosugestión? Da igual, la cuestión es que me daban ganas de vomitar simplemente al oler tabaco. Y esta vez en sentido literal.

Actitud perversa y parcializada

Mis gritos de auxilio en la oficina fueron oídos a medias; algunos fumadores incluso se divertían echándome el humo en la cara. Que me fuera yo a buscar agua al baño para rellenar mi boltella, me dijeron una vez, cuando me quejé de que la cocina olía mucho a tabaco. Entonces dejé de callarme la boca.

Después lo pasé mal de verdad; fui a ver a mi médico que me recomendó reposo durante una semana. Necesitaba descanso. ¿No es acaso perverso que los fumadores militantes hagan lo imposible por arruinar la vida de los demás? Y eso sin mencionar los enormes costos que provocan al sistema sanitario.

La industria del tabaco y armamento

Después, todo fue mejor; sobre todo porque tras mi vuelta a la redacción habían prohibido fumar, lo que agradezco a mi jefa. Ahora me va todavía mejor, lo que agradezco al Parlamento alemán. Y podría ser todavía mejor, pero el grupo de presión detrás de la industria del tabaco es demasiado fuerte en Alemania, tanto como el armamentista en Estados Unidos. Ambos son eficientes, pérfidos y hacen dinero a costa del sufrimiento y la muerte de los demás.

En este sentido, me gustaría que hubiera condiciones similares a las existentes en Estados Unidos (y que dicho país retomara a cambio la ley de armamento alemana). Pero no sólo en Estados Unidos, también en Italia, Francia y en otros países, la gente sigue con sus vidas sin fumar en los espacios públicos. ¡Y encima lo disfrutan!

Por desgracia, mi experiencia me ha enseñado que no merece la pena discutir con fumadores. Se ponen necios y hasta los más inteligentes dejan la lógica de lado, incluso las cabezas pensantes. Yo no discuto más, solo espero.

Helmut Schmidt
El ex-canciller alemán, Helmut Schmidt, un fumador por convicción.Imagen: AP

El único fumador al que yo le permitiría encender un cigarro en mi oficina es al señor Schmidt. No a Harald, (el comediante) que de todos modos no fuma, si no me equivoco debido a esta densa nube de humo de tabaco. No, me refiero al señor con la gorra de capitán, que fuma siempre. No me pregunten por qué a él lo aguantaría, no tengo ni idea.

Si Alemania algún día se convirtiera en un espacio libre de humo, entonces habría que hacer una excepción con Helmut Schmidt. Al fin y al cabo, la excepción hace la regla.

Lea en el siguiente artículo porqué Uta Thofern considera que una prohibición de fumar robaría la libertad de elegir del ciudadano.