Revoluciones de lo cotidiano
26 de octubre de 2009El Museo Morsbroich de Leverkusen, en las cercanías de la ciudad de Colonia, al noroeste de Alemania, recibe a quien lo visita aparentemente con mucha pompa, invitándolo a ingresar a su espacio sobre una alfombra roja, obra del artista cubano Wilfredo Prieto.
El poder y el glamour que destila esa entrada triunfal conducen, no obstante, a un arsenal de objetos triviales con los cuales el observador generalmente no espera encontrarse en un museo: bolsitas de plástico, persianas, ventiladores, jabones, vasos, velas, lámparas y hasta una cáscara de banana. Sin excepción, las obras expuestas en Revolutionen des Alltäglichen (Revoluciones de lo cotidiano) son, cada una a su manera, formas de reflexión a partir de lo efímero, lo banal y lo prosaico.
Fragmentos visibles
En el caso de la artista brasilera Valeska Soares, por ejemplo, son frascos de perfume, cajas de chocolate o letras amontonadas los elementos que sirven de metáfora para hablar de la temática del amor. “El deseo ejerce constantemente un papel importante en la obra de la artista, también en Patologías (un work in progress iniciado en 1994, que se perpetúa hasta hoy), compuesto por un anaquel que presenta frascos expuestos uno al lado del otro. (…) Una mirada al contenido de esos frascos demuestra que la mayor parte de los perfumes ya fue consumida. Así, un momento fugaz y cotidiano como el de perfumar el cuerpo adquiere en la instalación, como sintagma legible, un tono casi surreal”, escribe Stefanie Kreuzer, la curadora de la exposición en el catálogo de la misma.
Con alusiones a Roland Barthes (Fragmentos de un discurso amoroso), entre otros, la artista se apropia no sólo de los perfumes, cuyos nombres van desde Pasión y Obsesión hasta Veneno, sino también de envases de chocolates y bizcochos, expuestos detalladamente, en una clara referencia al deseo y a la frustración, al rechazo y a la pérdida asociados a aquel.
Efímero y precario
El núcleo de la exposición se encuentra en la banalidad de esos objetos comunes, recolectados en grandes supermercados o incluso en galpones de materiales de construcción. En el contexto de las obras, sin embargo, dichos objetos se liberan del rótulo de mercadería producida en masa, ya que cargan con la idea de lo efímero y precario para así generar reflexión.
Como en el caso de las obras del cubano Wilfredo Prieto, que yuxtapone en Matriuska vasos de tamaño diverso y cada uno de un material diferente: metal, plástico, aluminio, porcelana y vidrio – con restos de bebida.
“Mi función se asemeja a la de un arqueólogo que desempolva las obras que ya existen, simplemente organizándolas y tratando de mostrárselas a los demás”, afirma el artista en el citado catálogo.
Deconstrucción del poder
En Grasa, jabón y banana, Prieto ofrece una especie de trampa, una alusión explícita al acto involuntario de la caída. “La opción reiterada de tropezar y resbalar, así como también, en última instancia, la del fracaso, se escenifica aquí como una obra fascinante, solitaria y, sobre todo, lapidaria, en medio de un espacio enorme de la exposición, en una esfera casi tragicómica”, teoriza Stefanie Kreuzer.
Si la alfombra roja de Prieto a la entrada de este noble espacio prometía lujo, la cáscara de banana está allí para demoler cualquier creencia en una jerarquía de valores. “Desde el punto de vista del discurso de poder, se trata de un acto subversivo que mina los signos de ese poder para soltarlos al vacío”.
Desordenando la política internacional
Uno de los trabajos más contundentes de la muestra, con todo, es Lilliput, del argentino Jorge Macchi, en la cual el artista recorta un mapamundi, dejando que los países caigan, desordenada y aleatoriamente, sobre una superficie blanca. Exentos de vínculos preestablecidos o vecindades ancladas en el imaginario del observador, dichos países asumen nuevas posiciones -volteadas, invertidas- creando inusitadas categorías geopolíticas.
“Ese pequeño y aparentemente conciso acto artístico acumula una enorme fuerza subversiva al reflejar, a través de imágenes simples y casuales, sobre la demarcación de fronteras geográficas y, por ende, políticas, así como sobre sistemas de orden”, comenta la curadora de la exposición.
Otro sesgo subversivo tan contundente como en la obra de Macchi puede verse en Pôr-do-sol (Bandeiras) (Puesta de sol - Banderas), del brasilero Alexandre da Cunha, una serie de seis fotografías 'turísticas', con mar y palmeras a la vista.
Ese idilio es, sin embargo, cortado por formas geométricas blancas y negras que aluden a la composición de una bandera e irrumpen en el paisaje original. Al provocar en el espectador un extrañamiento súbito, la obra cuestiona, de forma sutil pero directa, la idea de nación implícita en el concepto de bandera.
Como acentúa el catálogo de la exposición, esas obras nacen ciertamente del ready-made de Marcel Duchamp. Rueda de bicicleta (1913), de Duchamp, el primer objeto cotidiano declarado obra de arte, sigue siendo aludido, casi cien años más tarde, como referente del arte contemporáneo, y es recordado también por la dirección artística de esta muestra de pequeñas pero pertinentes revoluciones de lo cotidiano, propuestas por ocho artistas latinoamericanos.
La muestra Revolutionen des Alltäglichen –zeitgenössische lateinamerikanische Kunst (Revoluciones de lo cotidiano – arte contemporáneo latinoamericano), en el Museo Morsbroich de Leverkusen, reúne la obras de Alexandre da Cunha (Brasil), Diego Hernández (Cuba), Gabriel Kuri (México), Glenda León (Cuba), Jorge Macchi (Argentina), Wilfredo Prieto (Cuba), Valeska Soares (Brasil) y Martín Soto Climent (México), y se podrá visitar hasta el día 1º de noviembre de 2009.
Autora: Soraia Vilela/ CP
Editor: Enrique López