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Rumbo hacia Múnich con los refugiados

Ben Knight (MS/EL)8 de septiembre de 2015

Los trenes parten por fin de Budapest y cada dos horas aproximadamente un convoy sale hacia Múnich con unos doscientos refugiados. Una crónica de Ben Knight.

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Imagen: DW/Ben Knight

“Alemania se ha convertido en un país al que la gente del extranjero asocia con sus esperanzas. Eso es algo muy valioso si miramos hacia atrás en nuestra historia”. Así se expresó la canciller alemana, Angela Merkel, durante la rueda de prensa que celebró para recibir a los refugiados recién llegados, que dejaron imágenes para la historia en las estaciones de trenes.

Pero en el vagón restaurante del tren que se dirige desde Budapest hasta Múnich, Mustafá se ocupa de cuestiones más prosaicas, como el precio que debe pagar por unas sencillas tiras de pollo frito sobre un lecho de hojas de lechuga. Difícil explicarle con signos que ese es el precio que suele pagarse en los trenes de larga distancia. Bienvenido a Europa.

Refugiados en la estación de Keleti, en Budapest.
Refugiados en la estación de Keleti, en Budapest.Imagen: Ben Knight

Mustafá, que era policía en Damasco, cuenta con un presupuesto reducido. Tanto él como su amigo Ahmed, un estudiante del este de Siria, se ven obligados a pedir un menú infantil que incluye una bolsita pequeña de las célebres gominolas marca Haribo. Son un éxito y Mustafá ofrece entusiasmado las golosinas a su alrededor.

Segregados

Mientras el convoy prosigue su trayecto de poco más de 7 horas a los pies de los Alpes, el vagón restaurante se convierte en un lugar de intercambio cultural. Sirios, iraquíes y afganos se rascan los bolsillos para dilucidar qué suerte de comida basura pueden permitirse comprar. El personal del tren y algunos pasajeros se afanan en explicarles las ofertas gastronómicas.

Unas horas antes, en la estación de Keleti, en Budapest, la policía húngara separó a los viajeros convencionales de los 200 refugiados, que fueron agrupados en los tres últimos vagones. Los vendedores de pasajes no sabían de este plan de las autoridades, por lo que aquellos pasajeros que tenían asiento reservado en los coches de refugiados, fueron conducidos hacia la zona delantera del convoy y se les permitió sentarse en primera clase.

A lo largo del trayecto, policía de Hungría, Austria y Alemania piden la identificación de los pasajeros e inspeccionan sus papeles raídos y doblados, parcialmente escritos en árabe, aunque está claro que pocos de ellos tienen documento alguno. ¿Se les va a arrojar por ello del tren? “Bueno, las reglas se han eliminado de alguna manera”, admite el oficial austríaco, que se permite soltar junto a sus colegas una carcajada ante el pasaporte torpemente falsificado que les presenta una mujer. "¿Cuánto ha pagado por esto?”, le pregunta, pero la mujer no entiende sus palabras.

Ayuda

En realidad, casi ninguno de los refugiados del tren habla apenas inglés o alemán. Una excepción es Alí, un iraquí residente en Viena que viajó a Budapest para ayudar a su primo. “Me llamó y me dijo: ‘No tengo dinero, no tengo comida, no he probado bocado en dos días', así que vine a Budapest enseguida”, relata a DW. “Al final, compré comida también para otros tres o cuatro amigos que estaban con él, pero tampoco pude darles mucho, porque yo mismo no tengo trabajo en este momento”.

Alí tiene a su familia en Viena: su madre, sus hermanos. “Perdí a mi padre y a mi hermano en la guerra en 2007. Por eso vine a Europa”, explica. Pero tendrá que esperar hasta poder reunirse con el resto de la familia, puesto que su primo no pudo tomar este tren: “Creo que viajará en el siguiente”.

Alí no trabaja en estos momentos porque se prepara para obtener el permiso de conducir. Se muestra muy agradecido por las donaciones de las que fue testigo en la estación Westbahnhof de Viena en los últimos días: “Es maravilloso, ha sido de gran ayuda. iMuchas gracias! Yo también estuve allí y compré comida en el McDonald's para tres o cuatro familias”.

Ya es de noche cuando el tren, después de atravesar los túneles de los Alpes y realizar paradas en Viena, Linz y Salzburgo, llega finalmente a la estación central de Múnich. Ya no hay multitudes de personas aplaudiendo ni regalos espontáneos. Cuando las puertas se abren, el andén está lleno de policías alemanes con sus oscuros uniformes, que filtran con eficiencia el flujo de refugiados del resto de pasajeros (aunque una pareja de la India se ve obligada a mostrar sus pasaportes). Los refugiados son conducidos hasta otro tren, para viajar a otro lugar de Alemania. Un oficial explica: “Múnich está lleno”.