Sigmar Gabriel se retira de la carrera electoral
24 de enero de 2017Sigmar Gabriel quiere bajar de peso, pero, por supuesto, no político. Ya sabe lo que se siente: en 2003 perdió de forma rotunda las elecciones regionales en Baja Sajonia y el partido lo nombró "comisionado para la cultura pop del SPD". No se puede caer más bajo. 'Siggi Pop' le llamaban maliciosamente sus compañeros desde entonces.
Gabriel es diabético. Para controlar la enfermedad se ha hecho una reducción de estómago. Es una operación que en realidad no se debía haber hecho pública. Pero el atentado de diciembre lo pilló en el hospital, de ahí su destacada ausencia en el funeral de Estado. No es la primera vez en la vida de Sigmar Gabriel que no todo sale según los planes. Ni siquiera su infancia fue fácil. Nació en 1959 y a los tres años se separaron sus padres. Contra su voluntad, debe quedarse con su padre, un violento e incorregible nazi, en lugar de con su madre enfermera.
Cuando con diez años, tras largas disputas por la custodia, puede reunirse con ella, es un niño problemático. "No se lo he puesto fácil, pero ella ha salvado mi vida", dijo más tarde sobre esa etapa. Consiguió graduarse, estudió Política y Sociología en Göttingen y se hizo maestro. Pero su vocación era la política. Ya con 17 años se inscribe en las Juventudes Socialistas de Alemania. En el SPD en 1977.
Empieza a trabajar en la política local y, a partir de 1990, en la de la región de Baja Sajonia. El entonces primer ministro y más tarde canciller Gerhard Schroeder reconoce su talento y le anima. En 1999 es ya, con 39 años, presidente de ese estado federal. Su rápida progresión se trunca con la derrota de 2003. Pero no se rinde. A encajar los golpes, a eso ha aprendido de niño. "Mejor gordo que tonto", le gusta decir. Como comisionado para la cultura pop empieza a mirar a Berlín y a la política federal. En 2005 gana en su circunscripción y entra en el Parlamento.
Allí su partido acaba de perder la Cancillería y participa como socio menor en una coalición con Angela Merkel. Gabriel se mueve bien y es nombrado ministro de Medio Ambiente. Encaja bien porque es pragmático y nada dogmático. Pertenece al ala del partido menos ideológica, más orientada a los negocios que a la izquierda. Como ministro Federal de Economía luchará, no sin resistencias dentro de su partido, por el libre comercio. Y sus políticas serán alabadas por la industria.
Tiene olfato político y cintura para cambiar de dirección. Lo que algunos llamarían inconsistencia para otros es capacidad de aprendizaje. Un ejemplo es la política de acogida. En septiembre de 2015 llevaba en el Parlamento un pin de apoyo a los refugiados. A medida que crece el descontento entre la población su apoyo se disuelve y cuestiona la idea de Merkel de que "esto lo logramos". "¿Qué hay que hacer para conseguirlo?", se pregunta.
"No debemos olvidar a aquellos que nos dicen: son muy buena gente, primero dieron miles de millones a la banca, ahora a los refugiados, pero cuando en cuarenta años tenga que jubilarme me dirán que para mi pensión no hay dinero". Tampoco se corta a la hora de llamar "gentuza" a los del acoso sexual en Nochevieja en Colonia o a la hora de levantar el dedo medio a manifestantes de extrema derecha, en un gesto muy comentado. ¿Puede un político de su rango hacer algo así? "Cometí un error, debía haberlo hecho con las dos manos", zanjó con humor Gabriel.
La diplomacia nunca ha sido su fuerte. El humor sí. Aunque, según sus biógrafos, en el partido, que dirige desde 2009 (y al frente del cual lleva más tiempo que nadie, a excepción de Willy Brandt) se le teme más de lo que se le quiere.