Varios procesos electorales de vital importancia para la región impactarán sobre el derrotero a corto y mediano plazo de América Latina. Pero ninguno de esos comicios dejará una huella más marcada en las relaciones públicas y las posturas de consenso que tome el continente como los comicios que tendrán lugar el próximo 2 de junio en México. La nación norteña marca, en buena medida, el paso de la diplomacia de esta parte del mundo.
Con más de 98 millones de mexicanos llamados a las urnas, lo que ocurra el próximo domingo determinará la complicidad o firmeza del Gobierno mexicano ante las dictaduras de la región. Aunque las encuestas dan como favorita a la candidata oficial, Claudia Sheinbaum, de 61 años, su mandato no tiene que seguir a pie juntillas lo pautado por su antecesor, Andrés Manuel López Obrador, en cuanto a los regímenes de La Habana, Caracas y Managua. La primera mujer en llegar a la presidencia mexicana puede optar por una postura menos benevolente y cómplice con los autoritarismos de este hemisferio.
En el sexenio que López Obrador ha estado en el poder, la ceguera ante los desmanes cometidos por los gobiernos de Cuba, Venezuela y Nicaragua ha sido un duro golpe para los millones de ciudadanos de esas naciones. El político no solo ha callado ante las olas represivas que como en Cuba tras las protestas populares del 11 de julio de 2021 dejaron más de mil presos políticos, sino que ha apoyado en los foros internacionales, invitado a eventos oficiales y apuntalado con petróleo mexicano a un gobernante al que nadie eligió en las urnas, como es el caso de Miguel Díaz-Canel.
El líder de Morena ha dejado clara su simpatía hacia el castrismo y los viejos vínculos ideológicos que lo unen a un régimen fallido que ha condenado a su población a la permanente crisis económica y la falta de derechos cívicos. En el éxodo masivo que experimenta Cuba, y que ha tenido como parte de su escenario el territorio mexicano por donde atraviesan los "balseros de a pie” para llegar a la frontera sur de Estados Unidos, le ha faltado a López Obrador señalar las responsabilidades de La Habana. La Isla en fuga está determinada fundamentalmente por las políticas económicas ineficientes y el recorte de derechos fundamentales que han caracterizado por más de medio siglo al modelo cubano.
De llegar a la presidencia, como apuntan los sondeos que la dan como favorita, Sheinbaum puede desmarcarse de ese camino de concomitancia y miopía que su predecesor ha seguido en relación con La Habana. Bastaría bajar el tono de la camaradería, restarle protagonismo a Díaz-Canel en los eventos regionales y brindar un apoyo mayor a los emigrados cubanos, reconociéndolos como refugiados que huyen de un autoritarismo, para distanciarse de la ruta de connivencia que ha cavado su antecesor.
La prioridad del mandato de la nueva presidenta, sea cual sea el nombre que arrojen las urnas, se centrará sin dudas en los profundos problemas que aquejan a México. La violencia, provocada en buena medida por el crimen organizado, resulta una prioridad que la gobernante tendrá que encarar probablemente con métodos diferentes a los de López Obrador, dado el poco efecto de esas estrategias en una realidad donde la inseguridad no ha parado de crecer en los últimos años.
Sin embargo, un México ensimismado en sus urgencias también es un problema para la región que necesita de su liderazgo activo y sin medias tintas. Un primer paso para asumir ese rol protagónico sería dejar claro su irrestricto apego a la democracia y su rechazo a regímenes como los de Daniel Ortega, Nicolás Maduro y Miguel Díaz-Canel. Esas malas compañías solo restan prestigio, credibilidad y fuerza diplomática a un país que está destinado a asumir el liderazgo libertario en esta región.
(ers)