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Un Mundial mágico

Emilia Rojas Sasse10 de julio de 2006

"Fue un Mundial como Dios lo habría deseado". Así lo resumió el jefe del comité organizador, Franz Beckenbauer. Quizá no tenga razón en lo futbolístico. Pero sí en todo lo demás, al menos desde el punto de vista alemán.

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El nuevo rostro de Alemania.Imagen: AP

Una varita mágica, de forma esférica, pareció tocar a Alemania el 9 de junio. Apenas comenzó a rodar el balón en el estadio de Múnich el país, como transfigurado, se volcó a la gran fiesta del fútbol, acogiendo con los brazos abiertos a la marea de hinchas llegados desde todos los rincones del mundo. Que la organización funcionara a la perfección y todo marchara como reloj no sorprendió mayormente, en vista de la proverbial eficiencia germana. Lo que, en cambio, dejó atónitos a todos, y en particular a los propios alemanes, fue que el engranaje girara con precisión y, al mismo tiempo, con la alegría de un trompo en manos de niños grandes que descubren cómo disfrutar con soltura y de corazón.

Unidos y en paz

Alemania se miró en el espejo del Mundial y le gustó lo que vio: un país desembarazado de su clásico pesimismo y su afán de controlarlo todo. La gente entró a los estadios sin que excesivas medidas de seguridad convirtieran el ingreso en una tortura de largas esperas. Las entradas se revendían en las inmediaciones, a vista y paciencia de todos. La policía se mantuvo siempre a prudente distancia, interviniendo sólo en casos imprescindibles. Y se produjo el milagro: a pesar de las multitudes que desbordaron las calles de Berlín y cada una de las ciudades sedes del Mundial, la celebración no degeneró en desmanes, salvo contadas excepciones que ni vale la pena recordar.

Los grandes temores que plagaron las noches de los responsables en los tiempos previos al torneo se desvanecieron con el paso de los días. Las temidas hordas de hooligans no llegaron o, al menos, el fenómeno se redujo a su mínima expresión. La preocupación por una eventual amenaza terrorista se desvaneció. Y, lo que es quizá aún más importante para Alemania: los extremistas de derecha y xenófobos, que antes del Mundial habían provocado titulares con agresiones a personas de origen africano, naufragaron en el mar multicolor y multicultural de una hinchada dispuesta a celebrar junta los triunfos propios e incluso los ajenos.

Ser tercero sí es ganar

La magia de este Mundial 2006 fue tan poderosa que hasta permitió convertir el tercer lugar logrado por la selección de Klinsmann en un triunfo equivalente al de haberse llevado la Copa del Mundo, sin importar que ésta halla quedado en manos de Italia. No se trató de desmerecer la victoria italiana sino de aceptar que lo principal es haber hecho un excelente papel, dentro y fuera del estadio, como país anfitrión. Ese es otro descubrimiento para los alemanes: no es necesario ganar siempre.

En la cancha hubo de todo. Momentos de emoción, decepciones, fouls, jugadas controvertidas, pocos goles. Ídolos que cayeron de sus pedestales, estrellas que empiezan a elevarse y prometen alumbrar en el futuro. En la calle, en cambio, hubo un sólo fenómeno: una fiesta de cuarto semanas para compartir, entre amigos del mundo entero, la risa de las victorias y las lágrimas de las derrotas. Otro efecto de ese hechizo sanador que ojalá siga surtiendo efecto más allá del Mundial.